Los sociólogos, los creadores de las políticas públicas y el público en general buscan entender cómo los inmigrantes y sus descendientes formarán parte de la sociedad estadunidense, y para ello comparan sus experiencias con las de los inmigrantes europeos en términos de su proceso de integración ocurrido hace un siglo o más. Los mexicanos —quienes representan el grupo poblacional más grande y amplio de inmigrantes en Estados Unidos— no son la excepción, se espera que sus descendientes se integren o se “asimilen” como aquellos inmigrantes europeos de siglos atrás. La experiencia europea-americana de incorporación es usualmente descrita utilizando un marco referencial de “asimilación,” donde los inmigrantes o sus descendientes eventualmente se convierten en una parte indistinguible de la sociedad dominante (Alba y Nee, 2003; Kasinitz et al., 2008). Las experiencias de los europeos —en su mayoría poco calificados en el siglo XIX y principios del XX— se ajustan precisamente al modelo de asimilación aceptado. Sin embargo, un número cada vez mayor de sociólogos argumenta que esto no puede ser siempre beneficioso para los inmigrantes en la segunda mitad del siglo XX, que no son homogéneos y encuentran circunstancias y condiciones distintas cuando llegan a Estados Unidos (Portes y Rumbaut, 2001). Los inmigrantes de hoy son en su mayoría de América Latina y Asia, tienen habilidades variadas y antecedentes educativos distintos, y muchos trabajan en mercados laborales que ofrecen menos oportunidades que antes. La experiencia de los inmigrantes actuales en la sociedad estadunidense, en otras palabras, es más variada e incierta de la que los modelos antiguos se podían permitir.
Para complicar aún más esta problemática, los expertos como el politólogo Samuel Huntington han argumentado que algunos inmigrantes nuevos no pueden asimilarse a la cultura norteamericana, y que son una amenaza para la unidad nacional estadunidense. Donald Trump presentó argumentos similares sobre el deficiente carácter moral de los inmigrantes mexicanos. Afirmaciones parecidas acerca del proceso de asimilación a menudo implican preocupaciones culturales, económicas y políticas sobre los nuevos inmigrantes, que incidentalmente fueron semejantes a las planteadas durante los ciclos anteriores de inmigración. En cualquier caso, un examen cuidadoso de la evidencia es importante para diseñar políticas adecuadas de inmigración y de incorporación de los inmigrantes.
Para examinar el rango y la complejidad del proceso de incorporación contemporáneo los mexicoamericanos, con su historia, su tamaño (dimensión poblacional) y su diversidad, constituyen un grupo único e importante. Sus múltiples generaciones, la variación en sus antecedentes de clase, los tipos de ciudades y los vecindarios donde crecieron, así como su apariencia racial revelan mucho acerca de los diversos patrones de incorporación de los inmigrantes en la sociedad estadunidense actual. A diferencia del estudio de la mayoría de los otros grupos no europeos, el estudio de los mexicoamericanos permite a los analistas examinar los resultados sociológicos en los adultos de tercera y cuarta generaciones desde la inmigración.
Conforme a los datos de la Oficina del Censo del gobierno de Estados Unidos, más de 30 millones de personas de origen mexicano viven actualmente en este país, y 13 millones de ellos son inmigrantes. Los mexicanos conforman el grupo mayoritario de inmigrantes en Estados Unidos (28%) así que lo que ocurra con ellos y con sus descendientes refleja en gran medida lo que sucede en nuestros días con el resto de los inmigrantes.
Por otro lado, los mexicanos han estado “llegando a América” por más de 150 años (mucho antes de que lo hicieran los norteamericanos), y por lo tanto hay varias generaciones de mexicoamericanos nacidos en Estados Unidos que pueden ser estudiadas. Irónicamente, los analistas han ignorado el hecho de que la inmigración mexicana es parte del antiguo o clásico periodo de la inmigración —vista primordialmente como inmigración europea— así como de la nueva inmigración. Cada una de estas generaciones, cada vez más alejada de la experiencia inmigrante de primera generación, nos permite entender la incorporación.
Primero debemos empezar con los aproximadamente 100 mil mexicanos que se convirtieron en norteamericanos de forma instantánea después de la anexión de casi la mitad del territorio que alguna vez perteneció a México. A lo largo del siglo XIX los mexicanos estuvieron distribuidos en todas las clases sociales, incluyendo las elites de terratenientes, pero hacia fines del siglo los mexicanos fueron homogeneizados y “racializados”, confinados casi al fondo de la estructura laboral y segregados en barrios urbanos. Los mexicanos, independientemente de su nivel social anterior, eran percibidos como un impedimento al progreso y al desarrollo de las nuevas comunidades. En el siglo XX la inmigración proveniente de México ha sido continua con un primer pico que se dio desde 1910 hasta 1930, y con un segundo al inicio de los 1980 y que continuó hasta los primeros años del siglo XXI.
El tema de la raza también ha sido importante para la experiencia mexicoamericana a lo largo de la historia. Estados Unidos basó su conquista del territorio anteriormente mexicano (el actual suroeste de Estados Unidos) en las ideas del destino manifiesto y de la inferioridad racial de los habitantes mestizos de la zona. A lo largo del siglo XIX y principios del XX el razonamiento basado en la raza se usó a menudo para segregar y limitar la movilidad de los mexicoamericanos. Por ejemplo, el sistema Jim Crow de segregación racial de principios del siglo XX se extendió al este y al centro de Texas, incluido San Antonio, que se encontraba al margen del sur de Estados Unidos. Los mexicanos no necesariamente fueron tratados como afroamericanos, sino que experimentaron una “racialización” usualmente intermedia y desigual, que a menudo dependía del periodo y el lugar en particular.
Antes del Movimiento Chicano por los derechos civiles los líderes mexicoamericanos enfatizaron estratégicamente sus raíces españolas y buscaron un estatus blanco para el grupo para disminuir su estigma racial. Estos líderes asociaron la blancura con el objetivo de lograr la asimilación de la clase media, ya que vieron que esto había sido posible para grupos como los europeos del centro y del sur, que no eran totalmente blancos. Sin embargo, los mexicoamericanos no se posicionaron con éxito en la “vía blanca”. La segregación al estilo Jim Crow persistió hasta la década de los sesenta, cuando surgió el Movimiento Chicano entre los jóvenes mexicoamericanos en respuesta a la discriminación en la educación y otros espacios. El movimiento se opuso a la discriminación racial y a la exclusión y recurrió a símbolos de la colonización histórica para alentar el orgullo étnico y racial.
Sólo unos pocos mexicoamericanos pueden rastrear su ascendencia en el suroeste de Estados Unidos antes del año 1848, cuando esta zona era parte de México, pero esta experiencia le dio sustento a la población en su conjunto. La historia de colonización y la posterior inmigración, la persistencia de la estigmatización racial por parte de la sociedad estadunidense, y las características demográficas de la migración y del asentamiento mexicano en territorio norteamericano hacen que el caso mexicoamericano sea único.
En 1993 nos encontramos con varias cajas polvorientas que contenían los cuestionarios para una encuesta representativa de mexicoamericanos en Los Ángeles y San Antonio en 1965, conocida como el Mexican American Study Project (MASP). Creíamos que una encuesta de seguimiento de quienes la respondieron y de sus hijos proporcionaría una comprensión poco frecuente, pero muy necesaria, de las experiencias de incorporación intergeneracional de la población mexicoamericana. Por lo tanto, iniciamos una encuesta de seguimiento de 35 años a la encuesta original del proyecto MASP, que se convirtió en MASP Wave I. Entrevistamos con éxito a 684 de los encuestados supervivientes y a 758 de sus hijos en las cercanías del año 2000. Nuestro estudio completo fue publicado en 2008 (Telles y Ortiz, 2008) bajo el título Generations of Exclusion: Mexican Americans, Assimilation and Race.
Los encuestados originales se dividieron equitativamente en tres generaciones: inmigrantes (primera generación), hijos de inmigrantes (segunda) y nietos de inmigrantes (tercera). Usando las respuestas del año 2000 examinamos el cambio en estas cuatro generaciones con respecto a la educación, el estatus socioeconómico, el idioma, el matrimonio mixto, la segregación residencial, la identidad y la participación política.
Encontramos que los mexicoamericanos experimentaron un patrón diverso de incorporación a fines del siglo XX. Esto incluyó la asimilación rápida en algunas dimensiones, una asimilación más lenta e incluso la persistencia étnica en otras; así como una desventaja socioeconómica persistente a través de las generaciones.
En términos de hablar inglés y desarrollar identidades estadunidenses fuertes, estos mexicoamericanos generalmente exhiben una asimilación rápida y completa en la segunda generación. Por lo demás, muestran tasas más lentas de asimilación en la religión, los matrimonios mixtos y la integración residencial, aunque hay patrones que pueden indicar una persistencia étnica sustancial. Por ejemplo, 36% de la cuarta generación continúa hablando español con fluidez (aunque sólo 11% puede leer español), y 55% siente que su origen étnico es muy importante (aunque a menudo también sienten que “ser estadunidense” es muy importante para ellos). La fluidez en español claramente se erosiona en cada generación, aunque lentamente.
Los resultados en educación y el estatus socioeconómico muestran una asimilación menor. La escolaridad mejora rápidamente en la segunda generación comparada con la primera, pero hay una brecha educacional significativa comparada con los blancos no-hispanos que permanece hasta la tercera generación y se extiende hasta la cuarta y la quinta generaciones entre los mexicoamericanos. (Este resultado contrasta con lo sucedido con los inmigrantes europeos del siglo previo, quienes experimentaron una asimilación educativa completa en la tercera generación.) Aunque hemos visto que las condiciones de los mexicoamericanos han mejorado para el año 2000 si lo comparamos con lo vivido por sus padres hacia el año 1965, la brecha educacional y el estatus socioeconómico con respecto a los blancos no hispanos persiste independientemente de la cantidad de generaciones que hayan vivido en Estados Unidos. El Censo de Estados Unidos del 2000 mostró que entre los mexicoamericanos de 35 a 54 años de edad sólo 74% había completado la preparatoria comparado con el 90% de los blancos no hispanos, 84% de los negros y 95% de los asiáticos.
La gráfica ilustra las trayectorias contrastantes de la incorporación de los mexicoamericanos en términos de la retención del idioma español y de la educación. Si bien vemos un gran aumento en la educación entre los inmigrantes y sus hijos de segunda generación, hay un ligero descenso en la educación en la tercera y cuarta generaciones. Esta gráfica también revela una tendencia lineal lenta hacia el monolingüismo (en inglés). En otras palabras, la asimilación educativa sigue siendo elusiva, pero la asimilación lingüística completa —o la pérdida del bilingüismo en español— se alcanza hasta la quinta generación (ver gráfica).
Nuestra evidencia es consistente con la de otros estudios que utilizan varias fuentes y bases de datos, incluido nuestro propio análisis de una encuesta nacional de adultos jóvenes (National Educational Longitudinal Surveys, 1988) que publicamos en 2017 (Ortiz y Telles, 2017). En la tabla presentamos una medida que combina educación, asistencia a la escuela y trabajo. Nuestro hallazgo más notable es que la segunda y tercera generaciones de mexicoamericanos y de afroamericanos están estudiando en mayor medida que los blancos. Mostramos que pocos de los encuestados se encuentran en la categoría de inactivo, que significa que no han terminado la universidad, no asisten a la escuela y no trabajan a tiempo completo. El grupo más exitoso son los blancos, ya que más de un tercio son graduados universitarios en comparación con 15% de la tercera generación y 14% de la segunda generación de los mexicoamericanos (los afroamericanos se ubican a la mitad de la tabla, entre los blancos y los mexicoamericanos con 22%). Entre todos los grupos el porcentaje más alto está en la categoría trabajando (esto es, que laboran de tiempo completo pero que no han obtenido un título universitario y no están en la escuela), aproximadamente la mitad de los mexicoamericanos están en esta categoría. En general, esta detallada información muestra que los blancos son el grupo más aventajado, ya que es probable que tengan un título universitario. Los mexicoamericanos y los afroamericanos están en desventaja porque no tienen un título universitario; sin embargo, observamos un esfuerzo considerable de su parte para permanecer en la escuela (ver tabla).
La conclusión de este estudio es que prácticamente no hay progreso generacional entre la segunda y la tercera generaciones en una amplia gama de indicadores socioeconómicos, confirmando aún más la brecha educativa entre los mexicoamericanos y los europeos americanos en términos de asimilación. Parece que la tercera generación de mexicoamericanos ha llegado al tope de su movilidad socioeconómica con respecto al resto de los grupos en Estados Unidos.
Un alto porcentaje de los mexicoamericanos en el MASP reclaman una identidad racial no blanca. Incluso en la tercera o cuarta generación, la mayoría se ven a sí mismos como no blancos y creen que son estereotipados debido a su ascendencia. Casi la mitad reporta incidentes personales de discriminación racial. La raza sigue siendo importante para ellos, y ser mexicano sigue siendo una categoría similar a la raza en la imaginación popular en gran parte del suroeste. Además, el estatus de indocumentado existente en la inmigración mexicana junto con grandes dosis de antimexicanismo pueden estigmatizar a todos los miembros del grupo, ya sean inmigrantes o nacidos en Estados Unidos.
Quizás debido a la centralidad de la inmigración para la economía y las políticas sociales relacionadas con la incorporación de inmigrantes, los acalorados debates de inmigración de hoy en día se centran en si los descendientes de inmigrantes se asimilarán o no en términos de escolaridad y del mercado de trabajo. Al enmarcar los debates sobre la incorporación de inmigrantes simplemente en estos términos hemos descuidado otras dimensiones de ese proceso. El caso mexicoamericano demuestra claramente la naturaleza multifacética de la experiencia de incorporación. Además, tiene claras implicaciones sobre cómo los estadunidenses —académicos, tomadores de decisiones, así como también público en general— piensan acerca de la incorporación de nuevas generaciones de inmigrantes a la sociedad. Por ejemplo, existe una tendencia a exagerar la consistencia de la asimilación en todas sus dimensiones. Pero al examinar la heterogénea población mexicoamericana hemos demostrado que la incorporación en una dimensión particular puede afectar directamente otras, y con ello la velocidad y la dirección de estas dimensiones pueden variar de maneras inesperadas.
Finalmente, muchos estudios previos de incorporación han enfatizado un núcleo principal al cual los inmigrantes y sus descendientes se asimilan. El caso de los mexicoamericanos nos recuerda la importancia de un núcleo étnico de larga data que ha sido un contrapeso a la fuerza de la asimilación en muchas áreas urbanas del suroeste. Dicho núcleo crea un espacio étnico para los mexicoamericanos nacidos en Estados Unidos que es una alternativa a la asimilación total y a los modelos para cómo los mexicoamericanos se incorporarían a la sociedad estadunidense, incluyendo ocupaciones aceptables o posiciones de clase, así como estilos culturales y modelos de acción política.
A los estadunidenses les gusta repetir la narrativa de la asimilación y el éxito de los inmigrantes, pero esa historia no describe la experiencia de muchos de los inmigrantes de hoy. Peor aún, insistir en la narrativa de la asimilación como la historia de todos los inmigrantes ignora la necesidad de políticas que aborden sus necesidades y situaciones específicas. El no hacerlo —producto de un cierto optimismo histórico— limita la puesta en práctica de políticas educativas acordes con las necesidades de la economía de Estados Unidos que requiere crecientemente de una fuerza de trabajo y de una población educada, con empleo e integrada para mantener sus ventajas a nivel internacional. Tal vez la lección básica e importante de la experiencia de incorporación de los mexicoamericanos es el peligro de tratar de entender a todos los inmigrantes con un único modelo hecho para todos.
*Sociólogo. Profesor titular del Departamento de Sociología de la Universidad de California, Santa Bárbara.
*Profesora de sociología en la Universidad de California, Los Ángeles.