Su mamá Elvira, hija de españoles, nació en el mismo barrio de Buenos Aires que Bergoglio, el barrio de Flores. Curiosamente, esa zona empezó a poblarse con el peruano Mateo Leal de Ayala, quien adquirió las tierras en el siglo XVII. “Así es, en el barrio de Flores, como el Papa”, confirma el cardenal Pedro Barreto, quien se encuentra en la capital Argentina para participar en el reciente Foro interreligioso G20. “Se lo dije hace casi 40 años cuando yo vine aquí, y él tuvo la delicadeza de llevarme toda una mañana a conocer el barrio donde mi madre estuvo hasta los 9 años. Después doña Elvira se fue a vivir al Perú. “Mis abuelos, que eran españoles, fueron al Perú y allí se quedaron. Mi madre siempre hablaba de Argentina. Mi padre era peruano y los dos ya han fallecido”. Pedro Ricardo Barreto Jimeno nació en Perú, donde vive desde hace 73 años. Es jesuita, arzobispo de una diócesis amazónica, Huancayo, Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana y, desde junio de 2018, cardenal por decisión personal del Papa Francisco.
Volviendo a los temas propuestos para este diálogo, padre, el Amazonas…
El Amazonas, para mí es un descubrimiento. Yo nací en pleno desierto limeño, una franja costera del Perú muy árida, y desde pequeño, en el colegio de la Inmaculada donde estudiaba, los jesuitas llevaban de vez en cuando algunos indígenas amazónicos con los que trabajaban en el noreste del Perú, en el departamento de Cajamarca, y también en Amazonas, así se llama la región. Y allí veía a mis hermanos indígenas. De alguna manera fui descubriendo algo que mi ignorancia, que era atrevida, no me permitía ver y me llevaba a pensar que eran indígenas de los cuales no teníamos nada que aprender. Nosotros en el Perú les decimos “chunchos”: alguien que está ahí, relegado. Conforme fui descubriendo mi vocación de jesuita al servicio de la Iglesia, yo tenía muy claro que debía servir a esos hermanos que, para mí, eran desconocidos e ignorados. Efectivamente, durante mis primeros años de formación —el tiempo de Magisterio se llama, entre Filosofía y Teología— pude trabajar en el Vicariato Apostólico de Jaén (una región extensa que abarca 28 parroquias en el Amazonas peruano, N.d.A.).
¿Y cuándo empezó a ver distinto a los “chunchos”?
Cuando fui obispo de esa misma zona. Llevaba 30 años de sacerdocio y el Papa Juan Pablo II me nombró obispo de Jaén y para mí fue la respuesta de Dios a mis deseos de joven.
¿Podemos decir que hubo una conversión en usted al conocerlos más?
Por supuesto. Yo veía en ellos un cuidado muy grande del agua porque vivían de la pesca, cuidaban también los animales porque vivían de ellos. Jaén ya mira a la cuenca del río Amazonas, que allí es el río Marañón. La geografía es selvática. En esa región vive una etnia que se llama awajún-wampis. Estuve solamente 2 años y medio. Dios me dio ese consuelo, esa alegría de poder servir a aquellos que había conocido de pequeño. Mi satisfacción es que las 3 navidades que pasé como obispo de la zona fui a visitar la comunidad awajún-wampis de Villa Gonzalo que está en la parte más alejada de Vicariato Apostólico de Jaén. Estuve con un jesuita, el padre Manolo García Rendueles ya fallecido, que vivía con los indígenas amazónicos. Yo no entendía nada pero sí vivía una experiencia inédita para mí. Me dejaba guiar por este jesuita que llevaba años allá.
¿Qué le llamó la atención de este pueblo amazónico?
Primero que vivían en comunidad. Segundo que eran personas que, si cometían algún error, ellos mismos iban donde estaba el “apu”, que es el jefe, y le decían: “yo he robado una gallina y merezco estar encerrado durante un día”. No había una policía. Había una profunda actitud de respeto. Tercero: vivían sobriamente. Ellos no pescaban para una semana ni para dos días: pescaban lo suficiente para vivir. Ahí, el rol del varón era cazar en las noches. Cuando se aproximaba la celebración de la Navidad, volvían en la madrugada trayendo jabalíes u otros animales. Las mujeres recogían el fruto del trabajo de los varones y preparaban los alimentos. A mediodía, después de la misa, nos sentábamos en torno a una mesa muy larga, no había distinción entre unos y otros, aunque es cierto que el grupo de mujeres estaba al servicio de los varones; el mantel era muy bonito: hojas de plátano, y solo ponían un poco de sal, porque la elaboración de los alimentos era muy simple y sencilla. Yo aprendí mucho de ellos y sigo aprendiendo. Eso no significa que sean perfectos. También tienen sus problemas, sus dificultades. Pero su cultura, su sabiduría, expresaba una trascendencia que para mí era Dios.
Volvamos al Sínodo de 2019 que ha convocado el Papa Francisco. ¿Quién comprende hoy en nuestro mundo que hay que cuidar la Amazonía?
Nadie puede amar lo que no conoce. Es clave el encuentro con sus habitantes. Si no los conocen, difícilmente pueden entender lo que estoy diciendo. La Amazonía no es solamente un territorio privilegiado por la biodiversidad, sino un territorio privilegiado por las culturas ancestrales. Estamos hablando de 340 comunidades indígenas, de 200 y más lenguas aborígenes; entre ellos no pueden comunicarse pero tienen un eje transversal que es el respeto a la vida, al agua, al aire y al suelo porque están en armonía con ellos.
¿Estas comunidades de las que usted habla tendrán representatividad en el Sínodo de la Amazonía de octubre de 2019 en Roma?
Sí, lógicamente el Sínodo está en un proceso de preparación que se inició el 19 de enero de 2018 en Puerto Maldonado — al sudeste del Perú— cuando el Papa Francisco comenzó allí su visita pastoral. Su primer encuentro fue precisamente con los indígenas amazónicos. Él fue para escucharlos y también para trasmitirles un mensaje muy claro y muy comprometedor; fue a decirles que ellos son los principales interlocutores válidos para la Iglesia y para la sociedad por lo que respecta a la Amazonía. Y son ellos los que nos deben enseñar sobre una vida sobria, con el cuidado del agua, del aire y del suelo. Lo más importante de esta etapa de preparación no es solamente dar las respuestas que van a enriquecer el documento base de la reflexión, sino que además se están realizando Asambleas Territoriales en toda la Amazonía. Son cerca de 40 espacios donde ellos pueden expresar todo lo que ellos viven, pero también lo que sufren y lo que esperan de la Iglesia. Estos aportes de las asambleas territoriales, que se desarrollarán hasta fin de año, serán el insumo más significativo de las comunidades indígenas para el Sínodo amazónico.
La Amazonía es un territorio que se disputan los grandes intereses comerciales. ¿Cómo se puede generar un espacio de diálogo de manera que quienes encarnan esos intereses lleguen a comprender que la Amazonía es indispensable para la vida de todos? Que nos provee del 20% de aire que respiramos todos en nuestro planeta…
Y también es el 20% de reserva de agua dulce del mundo. Es impresionante. La Iglesia llegó a la Amazonía hace solo 500 años, cuando comienza la evangelización, pero esta tierra ha sido maltratada tanto en su territorio como en las personas desde tiempo inmemorial. En este sentido podemos decir que ha sido una lucha constante. El Papa Francisco tiene una frase muy bonita: “La Iglesia llega a la Amazonía y no se va después de llenar las maletas”. Hay personas que van a la Amazonía para llenar sus maletas con dinero, pero la Iglesia no. Hay una disputa entre el bien y el mal. No significa que todas las Iglesias presentes seamos perfectas: no somos perfectos. El único perfecto es Jesús y los 12 apóstoles demostraron la corrupción que había al interior de aquellos que había elegido el mismo Jesús. ¿Por qué hay una disputa en la Amazonía? Porque el territorio amazónico tiene inmensos recursos naturales, tiene una biodiversidad impresionante.
Debe ser fascinante conocer esa maravillosa y multivariada expresión de la naturaleza.
¡Sí! Yo sigo aprendiendo cada vez más de los que viven en la zona. Acabo de estar con don Claudio Hummes, cardenal emérito de San Pablo, Brasil, presidente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM). La REPAM es una inspiración de Dios que ocurrió antes de que apareciera la Laudato Si’ del Papa Francisco. Yo digo siempre que el fundador de la REPAM es el Papa Francisco.
¿Por qué?
Porque yo era presidente de la Comisión de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal latinoamericano (CELAM) y fuimos a Brasilia con la consigna de decidir si se iba o no a crear la REPAM. Estamos hablando de 7 millones y medio de km2, estamos hablando de 67 obispos de Brasil, estamos hablando de otros 30 obispos-vicarios apostólicos de los 8 países que componen la región amazónica. Era una locura. En el mensaje inicial que nos mandó el Papa, prácticamente nos felicitó por la creación de la REPAM. Entonces Don Claudio y yo y todos nos miramos y dijimos: ¿qué estamos esperando? ¿Queremos preguntarle a Dios, y el Papa, el obispo de Roma, que es vínculo de comunión con todos los obispos y los fieles católicos, nos dice esto? A trabajar se ha dicho. Eso fue en septiembre de 2014. El 3 de marzo de 2015 tuvimos la presentación de la REPAM en Roma, y el 19 de marzo participamos como Iglesia latinoamericana, por primera vez en la historia, en una asamblea plenaria de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, hablamos del extractivismo y también presentamos la nueva REPAM. Esto es de Dios absolutamente.
¿Está de acuerdo en que la Laudato Si’ ha sido devaluada por algunos sectores, incluso católicos, en su sustrato fundamental que promueve una mejor calidad de vida para toda la humanidad?
Hubo algunos que lo pensaron ya desde el principio, pocos aunque con mucha fuerza. Y ahora están poniendo en juego todo el poder de su dinero. Pero el dinero no debe mandar en la vida social, como dice el Papa Francisco. Por eso la Laudato Si’ desconcertó a muchos… para bien. Porque es la primera encíclica de la Iglesia Católica, a lo largo de todo su magisterio, que está dedicada a un solo tema: el cuidado de la casa común, y dirigida a todos, católicos, creyentes y personas de buena voluntad que habitan este mundo. La Laudato nos movió el piso a todos.
Hablando de mover el piso, usted fue creado cardenal el 28 de junio de este año y estuvo bien cerquita del Papa Francisco en esos días. ¿Qué nos puede contar de esos días y cómo va viendo su pontificado?
De manera inesperada e inmerecida he sido designado cardenal de la Iglesia Católica. Yo no soy cardenal del Perú. Soy cardenal de la Iglesia Católica, arzobispo de Huancayo en Perú. En realidad los jesuitas hacemos un voto de servir a Cristo, de servir a la Iglesia, bajo las orientaciones del Papa. Es algo que yo ya vivía de manera muy fuerte por mi vocación de jesuita. Se da la coincidencia de que el Papa es jesuita. Pero yo no apoyo al Papa Francisco porque es latinoamericano, argentino, jesuita, amigo, podríamos decir. Mi vida está centrada en Cristo, en la Iglesia, y bajo las orientaciones del Papa. En este sentido veo que para mí ha sido como una especie de comienzo de resurrección, de esperanza, de alegría, de compromiso con la justicia y con la paz de manera muy práctica, pisando tierra, pisando Amazonía, pisando toda la realidad de familia, pisando la realidad de los jóvenes tal como hoy se plantea, pisando también este Evangelio de la alegría que nos ha devuelto la esperanza y, sobre todo, esta carta encíclica Laudato Si’. Estoy convencido de que el Papa Francisco no inventa nada. Algunos, muy pocos, dicen “no, el Papa Francisco, no sé qué…”. La gran mayoría está apoyándolo. Lo que está haciendo es poner en práctica el deseo de Dios que inspiró en Juan XXIII el Concilio Vaticano II, y que la Iglesia latinoamericana desde Medellín en 1968 – este año se cumplen 50 años de esa histórica conferencia – desemboca en algo que nadie podía haber imaginado: el primer Papa latinoamericano, Francisco.
Pero no nos cuenta nada que le haya dicho el Papa…
(Se ríe). Cuando estuve con él cinco días antes de la creación [de su cardenalato], le agradecí la designación y comenzamos a hablar de otra cosa. No me dijo “cardenal”, no me dijo qué debía hacer ni me dijo por qué me nombró. Como diciendo: “Oye, estamos juntos. Yo soy el obispo de Roma, tú eres el obispo de Huancayo en Perú, tú sabes lo que tienes que hacer, ¡adelante!”. Y pasamos a hablar otros temas.
El Papa recibe a diario ataques desde varios frentes. ¿Qué piensa usted sobre estas situaciones?
Él está viviendo la pascua de Jesús. La Iglesia está viviendo la pascua de Jesús. Era una Iglesia, como decía Bergoglio antes del cónclave, que se miraba a sí misma, que se preocupaba de la imagen de sí misma. Que por eso quería ocultar los gravísimos pecados de abusos sexuales, de abusos de poder, de manipulación de conciencias y, sobre todo, la defensa de la doctrina pero no de la verdadera moral. Eso es gravísimo. Ya el Papa Benedicto XVI mostró valentía y coraje al señalarlo en Aparecida en 2007, y puedo decirlo porque yo estaba allí. Como cardenal de la Iglesia y como obispo latinoamericano pienso, y muchos piensan como yo, que el Papa Benedicto ayudó muchísimo a la Iglesia latinoamericana en Aparecida. Él dijo que la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica. Cuando escuchamos eso le dimos un fuerte aplauso y así cerró una herida que ciertamente era grande.
Usted es latinoamericano. Hay países que lo están pasando muy mal en nuestro continente. Sufren violencia institucional y política, diversas inestabilidades de distinto tipo y angustias que repercuten gravemente en las vidas de los pueblos. ¿Su opinión?
Es muy clara. Hay dos vertientes: una vertiente económica que es este sistema actual tecnocrático que el Papa Francisco, tanto en Laudato Si’ como en Evangelii Gaudium, define como un sistema que mata, que ha fracasado, que pone al dinero por encima de la persona. Y la otra vertiente es un problema ético. Lo afirmo siempre y creo que todos concordamos en que hay que reconocer que la tecnología ha avanzado muchísimo. La tecnología transforma cosas, materias primas, fabricamos aviones, automóviles… Pero la ética transforma personas, y esto lo hemos relegado. Este sistema nos ha sumido en un consumismo irracional que no nos deja pensar más allá de lo que estamos viviendo. Hay una urgente necesidad de conversión que nos permita pensar en los demás como en nosotros mismos. Cristo no pensó en sí mismo, pensó en los demás. Hay más felicidad en dar que en recibir. Tenemos que apoyar decididamente la reforma de la Iglesia porque es ahora o nunca.