¿Qué quedará del caso del cardenal McCarrik cuando la polvareda que levantó en los medios el ex nuncio Viganò se haya asentado y resulte posible ver los hechos despojados de venenos, maniqueísmos y prejuicios? Quedarán tres fechas.
Año 2000: un Papa santo, Karol Wojtyla, nombra obispo en Washington a Mons. McCarrick y al año siguiente lo crea cardenal. No dando crédito – evidentemente de buena fe – a las acusaciones que ya circulaban en su contra sobre comportamientos homosexuales con algunos seminaristas.
Año 2009-2010: un Papa benigno pero firme en la doctrina, Joseph Ratzinger, pide que el anciano cardenal, ya retirado, abandone el seminario y lleve una vida retirada. Es un pedido privado, no una sanción oficial, desoída en parte porque McCarrick sigue apareciendo en público y en 2012 lo vemos incluso junto al acusador Viganò quien, durante una gala diplomática en su honor, dirigiéndose al cardenal afirma: “Todos lo apreciamos mucho”.
Tercera fecha, 27 de julio de 2018. Un Papa latinoamericano que nunca ha residido en la curia romana, Jorge Mario Bergoglio, recibe la noticia de una molestia sexual contra un menor efectuada por McCarrick hace 47 años. Sin dudarlo, le impone una especie de “arresto domiciliario” canónico y le quita, con una sanción pública, la púrpura cardenalicia, gesto sin precedentes en la historia de la Iglesia.