LA JERGA DE FRANCISCO/15. Callejeros de la Fe: entre la escuela y el barro

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En la versión española de la Evangeli Gaudium -es decir, en la versión original escrita en castellano- encontré una expresión que me sorprendió mucho: «¡Qué bueno es que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra! (n 106)». Callejeros de la fe ha sido traducido en la versión italiana con la expresión “viandante” y es , efectivamente, la expresión que más se aproxima desde el punto de vista etimológico a la palabra “callejero”. Hay que reconocer el mérito del traductor para encontrarle la vuelta a un vocablo tan difícil. Porque el término es en sí muy rico y significativo: se refiere a los chicos que vagabundean por la calle. Por eso, cuando lo leí me sorprendí y acto seguido los recuerdos vinieron en banda a asaltar mi memoria.

En nuestra infancia que a uno le dijeran “callejero” era poco alentador, porque callejero tenía cierto sentido de abandono. Perros callejeros, pulgosos, echados de todas partes, pero libres. Un chico callejero es generalmente pobre y vagabundea por las calles sin hacer nada (cuando no delinque). Aún así, en esa carencia material y espiritual de los callejeros, todos soñábamos con callejear… al menos por media hora, hasta que sintiéramos hambre o se hiciera de noche.

Aunque las abuelas nos quisieran tener dentro de las casas y a nuestros padres les pareciera bien, nuestro ánimo estaba afuera. Mirábamos a través del vidrio y nuestra imaginación nos llevaba donde se le ocurriera: a la vereda de enfrente o a la línea jamás trazada del horizonte. Cuando llegaba un poco desaliñado, despeinado, con un poco de tierra y las rodillas peladas luego de jugar futbol con mis amigos, mi abuela Loïge me decía: “¡Jorgito, pareces un callejero!”.

La adolescencia sería diferente. El Colegio que nos contenía día a día, sería el mismo que nos llevaría a callejear. Las “Misiones del río Paraná” tenían un imán: el río. Allá los alumnos de la Inmaculada salíamos los miércoles y sábados por la tarde en botes de madera con seis remos y una vela latina a catequizar Alto Verde. Cruzar un río siempre ha sido un símbolo. En la literatura y en la vida. Uno pasa de una realidad a otra, de la orilla de la vida a la de la muerte, cruzar el Rubicón o la laguna Estigia. Nosotros también. Pasábamos de la ciudad de asfalto y costumbres al barrio fluvial de barro y pobreza. Cruzábamos de nuestra realidad a una periferia física y existencial. Y éramos callejeros, aunque fuéramos “chicos de la Inmaculada”. Yo pensaba en qué diría mi abuela si me viera allí. Pero no hubiera podido decir nada. Era el Colegio, eran los mismos Jesuitas, quienes nos educaban en la misión, nos animaban a salir, a ponernos en marcha, haciéndonos callejeros de la Fe.

Siempre estuve con dudas de los resultados de nuestra enseñanza a esos niños – nuestra breve enseñanza del Catecismo a niñas y niños de la zona trascendía la mecánica de preguntas y respuestas memorizadas- no porque lo hiciéramos mal sino porque nosotros éramos los que en realidad aprendíamos más de ellos. Quizá a eso nos enviaban los maestrtos jesuitas – entre los cuales estaba Bergoglio -: a aprender. A no dudar, lo nuestro era más aprendizaje que enseñanza. Pero por poco que fuera nuestro aporte, por débil que fuera la semilla, allí estaba. Que fructificase ya no dependía de nosotros sino de Dios.

Cuando, luego, una ducha nos sacaba el olor a rancho, a humo, a pobreza, veíamos nuestra cama, cómoda y bien abrigada, la realidad de ese callejero que habíamos sido por algunas horas se nos venía encima. No es que nos creyéramos mejor que nadie, pero por un momento nos reconciliaba con la realidad.

Nadie nos pedía entonces que abandonásemos nuestra vida, nuestra familia ni nuestra educación, sólo nos pedían que no ignorásemos las vidas ajenas.

De este modo he aprendido que hacernos callejeros de la Fe no es olvidar nuestra realidad personal sino aprender a conocer la del hermano que sufre.

No podemos quedarnos encerrados en nuestras casas, sigue diciendo hoy Francisco, cuando tantas personas están esperando el Evangelio, que alguien se anime a abrir la boca, salga a callejear y les anuncia la Palabra.

 

  1.  Ese Dios católico que nos “primerea” siempre.
  2. “No balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús” Gesù
  3. Una civilización que está “falseada” tiene urgente necesidad de la esperanza cristiana
  4. “Hagan lío”, porque la Buena Noticia no es silenciosa…
  5. Esa anulación que elimina al Otro. No se dejen ningunear
  6. El Pescador quel lama a “pescar” una mirada nueva hacia la sociedad y la Iglesia
  7. Qué pena una juventud empachada y triste!
  8. “Misericordiando”. Dialogo con el Papa sobre un gerundio curioso
  9. El “chamuyo” de Dios
  10. ¡Qué Dios me banque! Si Él me puso aquí, que Él se haga cargo
  11. El espíritu del soldado y los generales derrotados por el “habriaqueísmo”
  12. “Patear para adelante”. Las metáforas futbolísticas de un Papa
  13. Esos cristianos alegres y esos con caras de pepinillos en vinagre
  14. El “cuento chino” de la abolición de la esclavitud

– © TERRE D’AMERICA

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