Es sabido que el Papa Francisco sigue con especial atención y solicitud las alternativas de los pueblos y gobiernos de América Latina, y está preocupado por el incremento de situaciones de conflicto sociopolíticas e institucionales que en muchos casos han dejado centenares de víctimas, generalmente civiles y jóvenes. A algunas personas que él recibe, provenientes del continente americano, les propone una especie de memorándum para analizar lo que está ocurriendo en la región. Se trata de una lectura propia, que había anticipado hace ya más de dos años, el 19 de mayo de 2016. En aquel momento el Papa Francisco habló sobre las insidias del “golpe de Estado blanco” en algunos países latinoamericanos, en referencia al atentado incruento, soft y “pacífico”, sin recurrir a la fuerza, contra las instituciones y reglas democráticas. Es una experiencia que, junto con los “golpes” militares violentos e infames, los pueblos latinoamericanos conocen desde hace décadas.
En la reciente audiencia que Francisco concedió al ex ministro brasileño de Relaciones Exteriores Celso Amorim, quien ocupó el cargo durante los ocho años del gobierno del presidente Lula, el Santo Padre volvió a hacer una breve reflexión sobre ese tema. El Papa también le recordó a Amorim su homilía del pasado 17 de mayo, cuando se refirió al problema de la instrumentalización del pueblo [1]. Concretamente, la expresión del Papa “golpe blanco” se había utilizado durante la conversación privada que mantuvo el Pontífice con los miembros de la presidencia del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), quienes posteriormente transmitieron el pensamiento de Francisco en un comunicado de prensa: “El Santo Padre mostró su preocupación por los problemas sociales que se están viviendo en América en general. Le preocupa (…) la falta de una atención más viva a la situación social de los más pobres y excluidos. Le preocupan los conflictos sociales, económicos y políticos de Venezuela, Brasil, Bolivia y Argentina… De pronto se puede estar pasando a un “golpe de Estado blanco” en algunos países. Le preocupan las carencias del pueblo haitiano y la falta de diálogo de las autoridades de los países que comparten la isla, Haití y República Dominicana, a fin de encontrar una solución legal a los migrantes y desplazados. Le preocupa la manera de entender lo que es un estado laico y el papel de la libertad religiosa por parte de algunas autoridades mexicanas. (…) El Papa se entusiasma cuando comienza a hablar de la Patria Grande que es América Latina y de los esfuerzos que no deben cesar para lograr la integración de nuestros pueblos. Para esto se necesita acercar posiciones, restablecer el diálogo social y buscar soluciones mancomunadas a los desafíos que presenta el mundo de hoy” [2].
Positivismo situacional. En las últimas semanas y en estos días de “vacaciones” el Papa ha recibido en Santa Marta a varios dirigentes políticos y sociales de América Latina, y en esos encuentros el Santo Padre actualizó sus reflexiones de dos años atrás sobre la situación de la región, lamentablemente agravada, que confirma los temores que expresó durante su encuentro con la Presidencia del Celam en 2016. En este contexto, Francisco habló de “positivismo situacional”. La expresión despertó la curiosidad en diversos ambientes latinoamericanos, porque consideran que resulta muy apropiada para referirse a la realidad actual de la región, donde, en efecto, el “proceso” ha sido reemplazado por “las situaciones”, por la coyuntura, y éstas se gobiernan según la ley del más fuerte, recurriendo a la técnica de domesticar la Constitución y las leyes, las normas y los reglamentos para favorecer una situación en desmedro de otra. Con toda probabilidad el Papa usa la expresión “positivismo” en un sentido amplio, es decir como predominio del momento práctico y del interés material, y, más aún, fuertemente asociado a una parcial o total exclusión de las razones éticas, cuya relevancia o vigencia queda suspendida y a menudo ignorada con desprecio.
El rol ambiguo de la prensa. Actualmente en América Latina esa realidad teorizada por el Papa en su visión de conjunto de la región se registra en varios países donde, particularmente en el ordenamiento jurídico y en las instituciones encargadas de la aplicación del derecho y de las leyes, éstas son instrumentalizadas, domesticadas y manipuladas en favor de objetivos y proyectos políticos que el correcto ejercicio de la democracia jamás permitiría. En ese acreditado mecanismo asumen un rol determinante ciertos medios de prensa, porque se incorporan orgánicamente al proyecto político oculto que encubre el “positivismo situacional”.
Desde hace tiempo en América Latina se está verificando, de parte de los poderes conservadores locales y con fuertes apoyos del exterior, el intento de bloquear con todos los medios posibles, obviamente no democráticos, cualquier proceso social y político crítico o alternativo a la globalización salvaje, a la gigantesca iniquidad social que hay en la región, a la injusticia y a la explotación codificadas como cuasi ineluctables. [3].
La crisis de la política y de los políticos “en ayuda” del positivismo situacional. Las preocupaciones del Papa Francisco por la situación de América Latina en su conjunto, notoriamente empeorada desde que Jorge Mario Bergoglio subió a un avión, en febrero de 2013, para participar en el Cónclave que debía elegir al nuevo Papa tras la renuncia de Benedicto XVI, están más que justificadas y fundadas. Son las mismas preocupaciones que tienen algunos gobiernos de la región y también los analistas más atentos y bien informados. Son asimismo preocupaciones que comparten, y lo declaran públicamente, las Conferencias episcopales latinoamericanas. El núcleo del problema radica en la constatación del grave y persistente deterioro de la política, de los políticos y de los partidos, que se encuentran en el nivel más bajo de popularidad y consenso. El desinterés por la lucha política es generalizado, desde el Río Grande hasta la Patagonia. La percepción general es que hoy las clases gobernantes latinoamericanas son sinónimo de corrupción e ineficiencia. La dorada estación del retorno a la democracia, tras durísimos años de represión militar, parece un recuerdo lejano, y aquellas grandes movilizaciones por la libertad y los derechos humanos han sido reemplazadas por la resignación y la indiferencia. Diversas voces y de manera cada vez más insistente afirman, en América Latina, que sin política, sin auténtica dialéctica democrática, sin debate político y cultural, ganan los más fuertes, es decir el dinero, que es capaz de fagocitarlo todo. Es el poder inmenso de ese dinero, transnacional, lo que en última instancia toma las decisiones y condiciona la vida de los pueblos y sus instituciones. El dinero y la corrupción sustituyen las elecciones. Las maniobras oscuras en los entretelones del poder, dentro y fuera de la región, sustituyen a los legítimos actores nacionales. Los intereses de las altas finanzas y de la geopolítica ocupan el lugar de las necesidades y prioridades de los pueblos. Éste es el terreno más propicio para el “positivismo situacional”.
[1] «Esta instrumentalización del pueblo es también un desprecio al pueblo, porque lo convierte de pueblo en masa». «Incluso hoy este método es muy usado» puso en guardia el Papa. «Por ejemplo, en la vida civil, en la vida política, cuando se quiere dar un golpe de Estado, los medios empiezan a mal hablar de la gente, de los dirigentes y con la calumnia y la difamación, les manchan. Después entra la justicia, les condena y, finalmente se da el golpe de Estado. Es un sistema entre los más impropios». Pero precisamente «con este método —aclaró Francisco— fue perseguido Pablo» y fueron perseguidos «Jesús, Esteban y después todos los mártires». Cierto, añadió el Pontífice finalmente, «la gente iba al circo y gritaba para ver cómo se hacía la lucha entre los mártires y las fieras o los gladiadores, pero siempre el eslabón de la cadena para llegar a la condena, o a otro interés después de la condena, es este ambiente de unidad fingida, de unidad falsa». (Contra el veneno de la maledicencia – Homilía del 17 de mayo de 2018). Texto del Osservatore Romano
[2] Según un informe oficial de la Presidencia del Celam, después de una larga conversación con el Papa el mismo Pontífice habría usado esa expresión – golpe de Estado blanco – con algunos obispos latinomericanos el 19 de mayo de 2016. Ese día el Papa Francisco tuvo una larga conversación con los miembros de la Presidencia del Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano). Los interlocutores del Pontífice eran seis: el Presidente del CELAM, Cardenal Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá; Mons. Carlos Collazzi, obispo de Mercedes, Uruguay, Primer Vicepresidente; Dom José Belisário da Silva, arzobispo de Sào Luis do Maranhão (Brasil), Segundo Vicepresidente; Cardenal José Luis Lacunza Maestrojuán, obispo de David, Panamá, Presidente del Consejo de Asuntos Económicos; Mons. Juan Espinoza Jiménez, obispo auxiliar de Morelia, México, Secretario general; y el padre Leónidas Ortiz, diócesis de Garzón, Colombia, Secretario adjunto.
[3] Es oportuno recordar que en América Latina el último intento de golpe en 2002, contra Hugo Chávez, fracasó al cabo de algunas horas. Pero posteriormente hubo dos derrocamientos de gobierno, que entrarían dentro de la expresión “golpe blanco o golpe blando” y que tuvieron éxito: en Honduras contra Manuel Zelaya (2009) y en Paraguay contra Fernando Lugo (2012). Muchos consideran que la destitución de la presidente Dilma Rousseff en Brasil también fue un “golpe blanco”.