El presidente de Nicaragua Daniel Ortega ha dicho con todas las letras que no lo quiere en la Comisión para el Diálogo, y entre líneas se dice que ya envió al Vaticano al canciller de su gobierno, Denis Moncada, para pedir en las altas esferas diplomáticas de la Santa Sede que lo sustituyan por algún otro que, en su opinión, esté “menos identificado” con la oposición. Monseñor Silvio José Báez, el obispo a quien Ortega bajó el pulgar, no pierde la calma: “A mí personalmente me consta que el Papa está muy bien informado de lo que ocurre en Nicaragua” comenta a la revista digital Somos Niu, que se empezó a publicar hace poco en ese país. “En dos ocasiones he tenido la oportunidad de conversar con él. Los obispos nos sentimos en este momento absolutamente respaldados por el Papa”, reafirma con tranquila seguridad.
Silvio José Báez nació en Masaya el 24 de abril de 1958, precisamente en la misma ciudad donde se produjo la insurrección de julio de 1979 que terminó con la dinastía Somoza. Estudió en el Colegio Salesiano de Masaya y después en la Universidad Centroamericana (UCA), pero no llegó a graduarse porque antes de terminar la carrera decidió entrar en el seminario de los Padres Carmelitas de la capital nicaragüense. Es fácil comprender por qué, cuando le preguntan qué personaje histórico le hubiera gustado conocer personalmente, responde “a santa Teresa de Jesús, la fundadora de mi familia religiosa, de los padres carmelitas, porque ha iluminado, ha conducido, ha enriquecido mi vida, no solo espiritual sino humana, de un modo extraordinaria; me habría encantado tener una larga plática con ella, extendida, sobre muchas cosas.
Y probablemente también le hubiera pedido consejo sobre la manera de comportarse frente al ostracismo presidencial – y vicepresidencial, porque la consorte Murillo es de la misma opinión que su marido – que lo ha llamado “bravucón”, poco menos que patotero, y “golpista”. O, por qué no, también le hubiera podido pedir a la santa de Ávila que lo apoyara en una decisión de campo que considera debió hacer por fundadas razones. “Yo siempre creí que esta sociedad [nicaragüense] iba a despertar, porque aquí había problemas estructurales sociales, políticos y económicos de fondo. Los jóvenes despertaron a toda la sociedad para darse cuenta de que Nicaragua podía ser distinta y podía ser mejor”, explica en la entrevista exclusiva a la revista Somos Niú. Monseñor Báez considera que esta ha sido “una oportunidad de Dios para mostrar el verdadero rostro de la Iglesia que muchos no conocían y que los religiosos no habían tenido la oportunidad de demostrar”. Pero ese rostro de la Iglesia ha fastidiado al régimen de Ortega, quien acusó a los obispos de promover un golpe de estado. “En una sociedad donde prevalece el autoritarismo, la ambición de dinero y poder, la mentira, la violencia, lógicamente una instancia que aparece opuesta a estos antivalores resulta incómoda”, afirma Báez.
Por su parte, el obispo afirma que el gobierno de Ortega-Murillo ha manipulado la dimensión explícitamente religiosa de la Iglesia, su lenguaje, las imágenes, las fiestas patronales, pero “la iglesia no es solo eso, también es solidaridad, servicio cercanía con quien sufre, estar con las víctimas”, explica. No se sorprende demasiado por lo que está ocurriendo y las acusaciones que lanzan en su contra. “Cuando el poder se ha desnaturalizado y ya no es un poder al servicio de la mayoría, evidentemente este rostro de la Iglesia le resulta incómodo y entonces somos objetos de burla, de amenaza, de ataque, calumnia y persecución”
En una fotografía dramática, que se hizo famosa en las redes sociales, se lo puede ver al lado del cardenal de Nicaragua Leopoldo Brenes mientras cruzan con la cabeza en alto entre dos alas de sandinistas enfurecidos que les gritan insultos a la cara. En ese momento monseñor Báez confiesa que se preguntaba “cómo era posible que haya gente con tanto odio, capaces de tanta violencia e irracionalidad”. Había acudido a Diriamba, una localidad a cuarenta kilómetros de Managua sitiada por los paramilitares de Ortega, para liberar a un grupo de paramédicos y misioneros franciscanos que se habían refugiado en el templo católico. “Me dolió ver al pueblo de Nicaragua en una actitud tan agresiva; los nicaragüenses no somos así, este es un pueblo alegre, trabajador, pacífico, honesto y eso lo viví con mucho dolor”, relata. Sobre todo porque tampoco imaginó que incluso con el cardenal Leopoldo Brenes y el nuncio apostólico Stanislaw Waldemar serían objeto de una agresión física y verbal de esas dimensiones.