Daniel Ortega celebró junto con su esposa Rosario Murillo – y algunos miles de nicaragüenses transportados a la plaza por las fuerzas partidarias del gobierno – los 39 años desde que el entonces Frente Sandinista derrocó por las armas la dictadura de Anastasio Somoza, poniendo fin a una de las familias dictatoriales dinásticas más odiadas y corruptas de América Latina. En esa oportunidad, desde el Río Grande hasta la Patagonia, un solo grito de libertad unió a los pueblos, las civilizaciones, las etnias, las culturas, las naciones y las religiones de la región latinoamericana. Un verdadero triunfo del pueblo.
De todo aquello no queda nada. Lo demuestra el caos y la represión del pueblo nicaragüense: con el paso de los años el sueño de libertad se convirtió en una pesadilla terrible. Gradualmente, el proyecto sandinista – libertad, igualdad, justicia – fue transformado por Daniel Ortega y sus colaboradores, entre ellos muchos parientes, en un régimen cada vez más totalitario, sostenido por un pequeño y poderoso enclave militar, corrupto y enriquecido con el contrabando (como hacía el dictador Stroessner en el Paraguay) y los dobles salarios.
En solo tres meses de protestas y manifestaciones, contra el hambre, la pobreza y la corrupción, los muertos que pesan sobre la conciencia de Daniel Ortega y su mujer son más de 350, entre ellos decenas de adolescentes, jóvenes e incluso niños.
En el centro de esta tragedia continental se encuentra siempre él, Daniel Ortega, el oscuro líder sin carisma, mediocre y vanidoso, que ahora pretende celebrar el aniversario de un hecho histórico que él mismo ha desnaturalizado y vaciado con sus ambiciones dictatoriales. Ayer los manifestantes, nada entusiasmados de participar en un festejo montado e hipócrita, debieron asistir a la última provocación de la nueva dinastía en el poder: los Ortega.
Desde el palco de las celebraciones, escucharon a la señora Murillo definir el evento como “El día de la alegría” porque el pueblo de Nicaragua “está recuperando la seguridad y la paz”. “Queremos – siguió diciendo – retomar en libertad, queremos retomar con la fuerza de nuestra dignidad, las rutas de bien común, las rutas de generosidad y solidaridad”. A continuación la señora Rosario Murillo, Vicepresidente y Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, exhortó a todos a “edificar la paz, la reconciliación y la vida, así como la liberación de nuestro territorio”.
Murillo nada dijo sobre la grave crisis que vive el país desde hace tres meses, sobre los cientos de muertes injustas y gratuitas, sobre las decenas de casas privadas, iglesias y sedes de organismos comunitarios incendiados por las bandas paramilitares. La vicepresidente habló en términos generales de “desgracia, producida por una minoría llena de odio” y concluyó diciendo que, tal como quiere el presidente Daniel Ortega, tarde o temprano “volverá la sonrisa a iluminar los rostros de todas las familias nicaragüenses”.
Estas palabras parecen confirmar los rumores que desde hace algunos días circulan en el país y fueron reproducidos por la prensa local: Daniel Ortega estaría preparando el terreno para dar comienzo a su propia dinastía política, o mejor sería decir dictatorial, entregando a su mujer Rosario Murillo el futuro de esa sucesión. Sería el colmo de la paradoja para este personaje, que cerraría su parábola política tomando las mismas decisiones que el dictador que había combatido en los comienzos de su lucha.