No es la primera vez que Paolo Ruffini, y su esposa María, visitan un barrio de emergencia de Buenos Aires, que en esta parte de América del Sur se denominan villas miseria. Y cuando vienen, llegan desde Brasil, donde acompañan y apoyan el trabajo de un sacerdote, Wilson Groh, que vive en un morro de Florianópolis. En Buenos Aires los recibimos en la villa La Cárcova del padre Pepe di Paola, una experiencia que ellos aprecian y que acompañan a la distancia cuando vuelven a Roma. La fotografía con la que comenzamos este veloz recuerdo la tomó María en la villa y se puede ver a Paolo llevando en brazos a uno de los tantos niños que allí viven.
En una oportunidad, en marzo de 2015, se planteó la posibilidad de entrevistar al Papa Francisco. Había que resolver varios aspectos y Paolo Ruffini, sentado a la mesa con el padre Pepe en la cocina de una pobre capilla de la villa, tuvo una idea decisiva: preparar una entrevista colectiva, con preguntas recogidas de la gente que vive allí, jóvenes y no tan jóvenes. La “treta” de periodista experimentado era evidente. A algo así, el Papa no podría resistirse. Y eso fue lo que ocurrió.
Hicimos la entrevista, una de las primeras del Pontificado. El Papa respondió todas las preguntas: sobre la periferia como él la entiende, sobre la ofensiva narco en la Argentina en vías de “mexicanización”, sobre las diferencias de opinión respecto de su pontificado, sobre los jóvenes y la cultura virtual; habló incluso de las elecciones argentinas, que posteriormente marcaron la derrota del peronismo y llevaron a la presidencia a un gobierno de derecha que abrió las puertas al aborto, tema obviamente delicado ante el cual el Papa no se echó atrás. Quien desee releer las respuesta, puede hacerlo en “Dos años con Francisco”.
Cuando se publicó la entrevista, le pregunté a Paolo si podía hacer un comentario; él me lo envió casi a vuelta de correo y quisiera volver a proponerlo, por la perspectiva que se desprende y la humanidad que pone de manifiesto.
¡Buen trabajo, colega!
por Paolo Ruffini*
Visto desde La Cárcova, el mundo está al revés. Allí todo depende de lo que se descarta. Todo pone en tela de juicio nuestras certezas. Y no sólo porque lo que Buenos Aires descarta, La Cárcova lo recicla, transformando la basura en una mina a cielo abierto, en una cantera repleta de cosas que los ojos extraños son incapaces de ver. Eso es la superficie, nada más. La Cárcova es la piedra descartada que deja al desnudo los pies de barro de la gigantesca megalópolis. Revela su fragilidad. Hace dudar de sus cimientos. Muchas veces lo que descartamos es precisamente lo que estamos buscando. No es casual que el Papa haya decidido conceder una de sus raras entrevistas al diario recién fundado de La Cárcova. Que haya decidido contestar las preguntas de La Cárcova. Y demostrar así que verdaderamente los últimos serán, o mejor dicho, ya son los primeros. Decía el padre Primo Mazzolari: “Yo nunca conté los pobres, porque los pobres no se pueden contar; los pobres se abrazan, no se cuentan”. Bueno, esta entrevista es un abrazo. Palabra por palabra. Aunque no siempre las palabras consiguen expresar todo, estamos tan acostumbrados a decirlas que las hemos consumido. Pero las palabras son importantes. Algunas son fundamentales. Francisco habla sobre una de ellas: pertenencia. Sólo el sentido de pertenencia a un destino común puede hacer que nazca la conciencia de que compartir no significa dividir o restar, sino sumar y multiplicar. La cultura del compartir es la única que no lleva a descartar.
Hemos olvidado el significado, el sentido, el valor de esa palabra. Y la hemos sustituido por sinónimos parciales, hijos de la cultura del consumo, donde lo que importa no es lo que se comparte sino precisamente lo contrario, lo que se evita compartir. Sin embargo, nos pertenecemos los unos a los otros, y el peor pecado contra el amor es –como dice Francisco en esta entrevista- desconocer a una persona, renegar de ella. La incapacidad de reconocerla y de reconocerme en ella. Hace unos días tuve en mis manos la foto de algunos niños en una favela. Alegres y tranquilos, como todos los niños. Los nuestros y los de los demás, los pobres y los ricos. Inconscientes del valor del dinero pero muy conscientes de lo que vale la relación con otro. En esta foto hay algunos niños jugando. Sonríen mientras miran el mundo con la cabeza para abajo. Cambiando completamente el punto de vista, invirtiendo lo que está arriba y abajo, lo que está encima y debajo. Y transmitiéndonos involuntariamente un mensaje. Los niños son los que están más cerca de Dios en la tierra. Siempre hay que aprender de ellos. Por ejemplo, a ver las cosas desde otra perspectiva. A ser curiosos. A saber aprender de los demás. A volver a la radicalidad del mensaje original del Evangelio. A saber ver en la piedra descartada por los constructores, la piedra angular de una construcción diferente. A no considerar importante la riqueza material sino la espiritual. A no considerar la pobreza material como un límite absoluto. A no perdernos demasiado en la contabilidad material que se convierte en un control estéril. A no seguir tanto a los que no han comprendido que el Evangelio es otra cosa. Si no, ¿para qué Dios se ha hecho hombre?
Leyendo la entrevista del Papa Francisco a La Cárcova news recordé la carta que envió este año a su comunidad un sacerdote que ha elegido ejercer su ministerio en una villa, en una favela, igual que el padre Pepe. Se llama Wilson Groh y vive en un morro de Florianópolis.
¿Por qué se hizo hombre? ¿Por qué se hizo pan? ¿Y por qué se hizo luz? Se hizo hombre para decirnos que la persona no se reduce a un objeto de mercado… Se hizo hombre para decir que la justicia es el camino para alcanzar la paz entre los pueblos. Se hizo hombre para decir que las relaciones, cuanto más humanizadas, revelan la fuerza de su divinidad. Se hizo hombre para hacer frente al modelo consumista, acaparador y excluyente que globaliza la economía y pone los bienes en manos de unos pocos en desmedro de millones de personas sin acceso a los derechos fundamentales en el planeta Tierra. Se hizo hombre para hacer la experiencia de la corporeidad, experimentar los dolores, los sufrimientos, las angustias de cada ser humano y darle sentido a todo lo que no tiene sentido. Se hizo hombre para salvar la relación creador-criatura.
Él se hizo pan para que la humanidad lo buscara como un don que sacia el hambre de pan, el hambre de belleza, destruyendo la abominación de la miseria. Se hizo pan para enseñarnos a compartir los bienes que producimos todos… Se hizo pan no para contaminarse, sino para ponerse al lado de los más excluidos y ofrecerles acceso a un pedazo de pan. Se hizo pan para que nosotros no viviéramos la soledad de la falta de sentido. Se hizo pan para que todos experimentáramos el gusto y el sabor del amor. Se hizo pan para que el acto de comer fuera colectivo y compartido, y no individualista y solitario, como en un fast food o un self service. Se hizo pan para valorar el fruto del trabajo de cada ser humano, no como un fin, sino como un medio para ser felices. Se hizo pan para decir que la solidaridad nace del estómago y de la piel y no de grandes discursos teológicos, políticos, económicos, sociales y culturales. Se hizo pan para que la corresponsabilidad de todos nosotros con la comunidad humana no termine aceptando la desigualdad social y la injusticia como una realidad natural y normal. Se hizo pan para decirle al ser humano que él es fruto de la Madre Naturaleza, y advertirnos que debemos empezar de nuevo, con una actitud de reconciliación y no ya de explotación al usar los bienes de la tierra. Se hizo pan para acercar los lados opuestos al compartir la mesa y el diálogo. Se hizo pan para evitar que tuviéramos miedo del otro, para que no lo demonizáramos como si fuera el enemigo.
Se hizo luz para que no viviéramos en la oscuridad, para guiar a los seres humanos por el camino de la esperanza. Se hizo luz para mostrarnos y hacernos comprender los mecanismos que producen la opresión y la esclavitud, y para que lucháramos por la liberación personal, integral y comunitaria, porque la libertad es el fruto de un camino de búsqueda de la verdad. Se hizo luz para hacernos entender que los bienes públicos se deben compartir para que toda la comunidad tenga acceso a sus derechos, respetando la ética personal y colectiva, y no apropiarse de ellos indebidamente aumentando la cultura de la corrupción. Se hizo luz para ser un fuego que jamás se apague y arder en el corazón de cada ser humano que sigue despertando todas las mañanas y vuelve a enamorarse de la vida. Se hizo luz para que no perdiéramos la ternura de vivir con compasión y sensibilidad, acogiendo en nuestras relaciones la piel del otro por medio del afecto. Se hizo luz para que no perdiéramos el brillo de los ojos de cada ser humano que tiene en sí mismo un capital social que necesita el crédito y la oportunidad para desarrollarse. Se hizo luz para que concretáramos nuestros sueños y nuestras utopías en beneficio de la comunidad humana. Se hizo luz para ser un faro en el mundo, iluminando las noches oscuras de cada ser humano.
Se hizo hombre, pan y luz para enseñarnos que la vida solo tiene sentido si es vivida intensamente por los demás, como fue su vida… Él se hizo hombre, pan y luz y se dejó matar por amor a nosotros, para que experimentáramos el amor de su Padre, como hijos e hijas, amados y amadas por el recorrido del corazón”.
*Director de la red Tv2000 y de Radio InBlu