Empresario no se nace, se llega a serlo, y eso vale con mayor razón en Cuba, donde el 13 de marzo de 1968 desapareció cualquier tipo de empresa privada con un discurso que pronunció Fidel Castro en la escalinata de la Universidad de La Habana, al concluir la conmemoración del asalto al palacio presidencial. “La ofensiva revolucionaria”, como se recuerda aquel momento en los manuales de historia cubana, terminó estatizando incluso las pequeñas actividades privadas que existían en el país. “En aquel momento”, explica Gustavo Andújar Robles en la revista digital Espacio Laical que dirige desde hace algunos años, “el proceso revolucionario había pasado ya a propiedad estatal casi las tres cuartas partes de las tierras del país y todas las industrias y centros comerciales y de servicios de alguna envergadura. Solo permanecían en manos privadas pequeños negocios de manufactura, talleres de reparaciones varias, establecimientos de elaboración y distribución de alimentos —desde fondas hasta puestos de fritas—, una extensa red de pequeños comercios, como las bodegas y quincallas de barrio, y una cantidad de trabajadores por cuenta propia que desempeñaban individualmente sus oficios: plomeros, poncheros, limpiabotas, zapateros, jardineros y muchos otros.
Cincuenta años de empresas estatales, de funcionarios que crecieron a la sombra de sucesivas planificaciones socialistas de la economía, hacen perder la memoria hasta a los elefantes, diría el inolvidable personaje mexicano Chapulín Colorado. Es lógico que las habilidades, los profesionalismos, los conocimientos y destrezas para crear y dirigir actividades empresariales privadas deban ser reconstruidas, sobre todo en la eventualidad de que la trama de una economía estatista centralizada, que ya aflojó Raúl Castro, se relaje ulteriormente en el gobierno de su sucesor Díaz Canel. “Cuando varios decenios después se decidió abrir los espacios legales para el trabajo por cuenta propia, la gran mayoría de las personas interesadas en dedicarse a esa actividad carecía de los conocimientos necesarios para desempeñarse con eficacia en ese campo. ¿Cómo se lleva la contabilidad? ¿Qué obligaciones impositivas se adquieren? ¿Cómo se logra que los productos que se elaboran o los servicios que se prestan tengan salida? Los empleadores, ¿qué responsabilidades tienen para con sus empleados?”, plantea Andújar Robles dando voz a una necesidad que ha ido creciendo en la sociedad cubana en movimiento.
La Iglesia de la Isla comprendió la situación y en 2012 creó el primer germen de trabajo autónomo responsable depositándolo en el vivero del Centro Cultural Padre Félix Varela, revitalizado por el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino y respaldado con convicción por su sucesor desde abril de 2016, Juan de la Caridad García Rodríguez. Aquel año 2012, no tan lejano, comenzaron los primeros cursos de formación aprovechando algunos espacios abiertos por las reformas económicas que comenzó el gobierno de Raúl Castro, con especial atención a los emprendimientos privados y las microempresas individuales o cooperativas. El objetivo era ofrecer servicios de formación y consultoría a los empresarios cubanos que deseaban iniciar o mejorar una pequeña empresa. “El Proyecto CubaEmprende – tal fue el nombre que se le dio – es una iniciativa del Arzobispado de La Habana que busca contribuir al progreso del sector no estatal en Cuba y, por tanto, al incremento de la calidad de vida de los cubanos” resume el director Jorge Mandilego, anunciando en las páginas de Espacio Laical la nueva edición que comienza a fines de mayo. “Capacitamos y asesoramos a personas que deseen iniciar un negocio o que ya lo tengan en funcionamiento. Ellos son emprendedores y nuestra misión es acompañarles para contribuir a que sean exitosos según sus expectativas y lo que permite las leyes cubanas”. “Un espacio de relaciones entre emprendedores” lo llama Mandilego, que se estructura en diversos momentos a lo largo de un año. Como la feria expositiva “Expoemprendimiento” que se inaugura el 30 de mayo, en la cual los negocios privados pueden montar sus stands y promocionar sus bienes y servicios”.
Los resultados que recapitulan los promotores del esfuerzo formativo son considerables: 3.600 emprendedores diplomados, de los cuales 2.406 en La Habana, 664 en Camagüey y 572 en Cienfuegos. Asimismo, nacieron 567 emprendimientos en la “Incubadora de negocios”, un espacio que, como dice su nombre, acompaña las buenas ideas desde que empiezan a germinar.
En CubaEmprende trabajan 26 personas; 15 de ellas conforman el equipo de asesores e instructores que son profesionales en Economía, Derecho, Psicología y Psiquiatría, Ingeniería Industrial y Comunicación Social, entre otras especialidades. Una parte del equipo posee MBA y/o maestrías en sus especialidades, así como experiencia docente e investigativa. Algunos de ellos son dueños, representantes y asesores de negocios privados.
Las personas que llevan adelante el proyecto de “CubaEmprende” tienen muy claro que las condiciones legales en Cuba pueden cambiar, por lo menos en cuanto a la rapidez con que se favorece la iniciativa privada, sobre todo de tipo cooperativo, pero saben que su esfuerzo permite que el trabajo independiente tenga un futuro.