1. La renuncia que presentaron todos los obispos chilenos y la voluntad, expresada colegialmente, de ponerse “en manos del Papa”, marcan el capítulo final de la reciente y turbulenta relación de Francisco con Chile, donde – confesó a Andrés Murillo, una de las víctimas de Karadima – había sentido “una frialdad rarísima” durante su Peregrinación del pasado mes de enero.
2. Desde cierto punto de vista se podría decir que hoy fue el capítulo “conclusivo” del viaje del Papa a ese país, y con él logró rescatar el resultado que había tenido. Aquella visita, que formalmente se llevó a cabo del 15 al 18 de enero, siguió estando presente en los análisis y reflexiones de la prensa durante cuatro meses, y el balance final sin duda ha sido positivo. Muchos consideraron que ese viaje debía catalogarse como mediocre, sin pathos, oscuro en cierto sentido. Algunos llegaron a hablar de “fracaso”. Todo legítimamente opinable. Un poco menos opinable fue la impresión de la mayoría de los chilenos, incluso de los católicos: el carisma del Papa Bergoglio aquí no ha dado los frutos esperados, dijeron. “Su semilla no encontró la tierra apropiada: no estaba preparada, arada y abonada… era un desierto”.
3. El clima en Chile después del viaje y algunos episodios que ocurrieron esos tres días – en primerísimo lugar la defensa de Barros que hizo personalmente el Papa ante un pequeño grupo de periodistas chilenos – ya habían comprometido gravemente el resultado de la visita de Francisco. La decisión de enviar a Mons. Scicluna para remediar las “ligerezas” cometidas contra las víctimas de pedofilia chilenas fue una señal muy clara: debido a una “falta de información veraz y equilibrada” (como dijo Francisco en la carta a los obispos chilenos del pasado 8 de abril), el Papa no tuvo una visión completa de la situación eclesial y eclesiástica en Chile y, sobre todo, confió en las voces que le dijeron que las acusaciones de los diversos Hamilton, Murillo y Cruz solo eran calumnias.
4. La paciente obra de Scicluna y Bertomeu, enviados para hacer el trabajo de campo y tomar contacto con víctimas y testigos, muchos de los cuales nunca habían sido escuchados en las parciales investigaciones precedentes, reveló en cambio el “corazón tenebroso” del escándalo de los abusos en Chile. La percepción de esta grave consciencia se desprende con toda claridad de la lectura del texto que el martes 15 el Papa entregó a los 34 obispos chilenos convocados al Vaticano. Las conclusiones reportadas en esas diez páginas reflejan las dimensiones del problema: no es suficiente remover algunos obispos – y evidentemente Francisco no se orienta a ejercer su potestad de soberano absoluto de esa manera – porque en la Iglesia de Chile hay todo un sistema equivocado, elitista, que ha actuado para cubrir los abusos, hasta llegar incluso a la destrucción de pruebas.
5. Para dar comienzo a una nueva etapa eclesial de verdadera religiosidad y espiritualidad, que ponga en el centro al Pueblo de Dios, es necesario hacer tabula rasa de un “cierto” pasado. Los obispos han tomado plena conciencia de eso e inmediatamente se pusieron en manos del Papa, aunque muchos de ellos habían llegado al Vaticano con una actitud agresiva y reticente. Hasta que Francisco, en una carta de 10 carillas, les demostró que estaba al corriente de todo y que ya no era posible engañarlo con “información no veraz ni equilibrada”. Al cabo de cuatro meses, y con no poco esfuerzo, Francisco no solo ha logrado hacer (parcialmente) justicia a los que sufrieron abusos de parte del clero sino que ha realizado una verdadera redención de su visita a Chile, que hasta pocos días atrás se consideraba una grave derrota de su pontificado.