Curas asesinados, “pastores de matadero” dijeron. Números impresionantes: catorce sacerdotes muertos en estos primeros meses de 2018. Un promedio de uno cada ocho días. Cada año es peor, en todo 2017 fueron trece en total. Impresiona la modalidad, verdaderas ejecuciones en la mayoría de los casos. Muchas de ellas junto al altar, delante de sus fieles. Como el caso del padre Mark, en Filipinas, que acababa de terminar la misa, todavía revestido con los ornamentos y cubierto de sangre. Lo mataron con total desprecio de Dios y de su pueblo. Una advertencia para todos los sacerdotes que se atreven a defender los derechos de los pueblos indígenas contra la prepotencia de las empresas mineras.
Víctimas de intereses económicos o de la violencia sectaria. Como el padre Alberto, masacrado junto con 15 fieles mientras celebraba la misa en una parroquia en el tristemente célebre Km5 de Bangui, República Centroafricana. Impresiona la geografía de los nuevos mártires: no es Medio Oriente el que encabeza la lista de sacerdotes asesinados sino un país de tradición católica, como México. Matan más los narcos que el Isis.
América Latina, Asia, África negra. Sabemos poco sobre estas vidas truncadas, a los grandes medios de prensa les apasiona más contar cada vez que parpadea un político. Solo sabemos que eran hombres de Dios y pastores cercanos a su gente.