El debate sobre la legalización o no del aborto en Argentina llegó al Congreso. Las dos posiciones opuestas eligieron a sus “oradores”, 15 a favor y 15 en contra, y ayer martes 10 de abril cada una de ellas presentó sus razones ante un país que no tenía entre sus prioridades esta discusión antes de que el presidente Mauricio Macri diera luz verde al itinerario legislativo de proyectos de ley que proponen distintos grados de liberalización de la práctica abortiva. Entre tanto, la palabra pasó a la ciudadanía, con manifestaciones de apoyo y oposición, la última de las cuales, contraria a la propuesta, fue una multitudinaria marcha que el 27 de marzo inundó las calles de Buenos Aires con decenas de miles de argentinos y tuvo otras tantas réplicas simultáneas en cientos de pequeños y grandes centros urbanos del interior del país.
En primer lugar, hay que considerar algunas características especiales sobre la manera como procede la movilización social contra la legalización del aborto en el país sudamericano, lo que convierten el caso argentino en una excepción dentro del panorama de todo este continente.
En primer lugar, la convicción de la jerarquía, que pese a estar moviéndose con prudencia no cree que se pueda dar por descontado el resultado. En las filas parlamentarias favorables a la liberalización y sobre todo en el ámbito del gobierno, los indecisos son muchos, así como los que están en contra y no han digerido bien la decisión del presidente Macri de avanzar en el terreno de la liberalización. Una sabia presión utilizando lúcidos argumentos podría ampliar las divisiones y hacer que resulten insuficientes los números para aprobar el proyecto de ley.
La segunda anomalía del caso argentino consiste en el liderazgo de la resistencia a las propuestas filo abortivas, una suma de sectores sociales que supera los límites confesionales y en la cual los sectores más humildes, representados por los “curas villeros”, constituyen la punta de diamante. La toma de posición de los sacerdotes que trabajan en las villas miseria argentinas, en contra del aborto, y los argumentos que han planteado, han tenido un peso notable para dar aliento e iniciativa a la oposición.
Los 22 sacerdotes que trabajan en las villas miseria de Buenos Aires suscribieron y difundieron un documento que tuvo mucho más impacto en la opinión pública que las mismas proclamas pro vida. En el texto dejan sentado que el tema del aborto no estaba presente en la plataforma electoral del gobierno del presidente Mauricio Macri y que “algunos planteos de otros sectores sociales —creemos que este [el aborto] es uno de ellos— toman a los pobres como justificativo para sus argumentos”, a fin de dejar en claro que la propuesta del proyecto de liberalización no es una exigencia que se advierta en sus ambientes: “Se habla de la tasa de mortalidad por aborto de las mujeres de los barrios más pobres” observa el documento, pero “lo primero que hay que hacer en nuestros barrios es luchar contra la pobreza con firme determinación y en esto el Estado tiene las mejores herramientas. Con casi un 30% de pobres —detrás de los cuales hay rostros e historias— hay discusiones que debieran priorizarse” declaran, haciendo referencia al hecho de que el aborto no es una de ellas.
Todos estos argumentos volvieron a resonar con fuerza en el aula parlamentaria el primer día de debate, en la voz del obispo “villero” de Buenos Aires, Gustavo Carrara*. Su discurso ha sido emblemático.
Buenas tardes, en primer lugar quiero agradecerles la posibilidad de estar aquí, y el trabajo que se toman para escuchar con atención cada una de las intervenciones. La mía intentará seguir el espíritu del documento que elaboramos los curas de las villas, el pasado 16 de marzo: “Con los pobres abrazamos la vida”.
1. Cuando se niega el derecho más elemental –el derecho a vivir– todos los derechos humanos quedan colgados de un hilo. Porque cualquier opción por la dignidad humana necesita fundamentos que no caigan bajo discusión, más allá de cualquier circunstancia. De otra manera esa opción se vuelve muy frágil. Porque si aparece alguna excusa para eliminar una vida humana inocente, siempre aparecerán razones para excluir de este mundo a algunos seres humanos que molesten. Mandarán las circunstancias.
2. Cuando una mujer humilde de nuestros barrios va a hacerse la primera ecografía, no dice: “vengo a ver cómo está el embrión o este montón de células” sino que dice: “vengo a ver cómo está mi hijo”. Podríamos preguntarnos. ¿Qué solidez puede tener entonces la defensa de una vida humana? Si una ley puede definir en qué momento puede ser eliminada o no. En que se apoyaría la ley para decir: no es legítimo quitarle la vida a un ser humano cuando tiene más de tres meses, pero que sí se lo puede matar cuando tiene unas horas menos. Si una ley puede definir en qué momento una vida humana puede ser eliminada, entonces todo queda sometido a las necesidades circunstanciales, a las conveniencias de los que tengan más poder, o a las modas culturales del momento.
3. Si pretendemos definir o valorar a la persona humana por el desarrollo que tiene, entonces entramos en esa lógica que sostiene que hay seres humanos de primera o de segunda. Muchas veces miramos a los países poderosos y “desarrollados” de nuestro mundo. En muchos de ellos está legislado el aborto. Y en muchos casos se descarta así a los niños que van a nacer con Síndrome de Down. ¡Cuánto nos enseñan estos niños a los que tenemos atrofiada la capacidad de amar! La lógica de los poderosos, de los fuertes, que deciden sobre los que menos posibilidades tienen, es la lógica dominante en nuestro mundo de hoy. Y esto también, de alguna manera, se traslada al tema de la niña o niño por nacer.
4. Algunos planteos de otros sectores sociales —creemos que este es uno de ellos— toman a los pobres como justificativo para sus argumentos. Se desconoce la cultura de la mayoría de las mujeres pobres. Para ellas los hijos son el mayor o el único tesoro, y no son algo más entre muchas posibilidades que el mundo de hoy puede ofrecer. Eso explica que tantas mujeres pobres se desvivan trabajando por todas partes para poder criar a sus hijos. Para la sensibilidad de ellas es particularmente trágico abortar, y generalmente lo viven como una profunda humillación, como una negación de sus inclinaciones más íntimas. Si se quiere ayudar realmente, lo primero que hay que hacer en nuestros barrios es luchar contra la pobreza con firme determinación y en esto el Estado tiene las mejores herramientas. Con cerca de 30% de pobres —detrás de los cuales hay rostros e historias—, hay discusiones que debieran priorizarse. Si en lugar de enfrentar esos graves problemas sociales optamos por atentar contra la vida por nacer, no hacemos más que agregarle muerte a ese panorama sombrío.
5. Y a las mamás que sufren situaciones dramáticas hay que acompañarlas y poder ayudarlas con su embarazo, como hacen muchas vecinas que ayudan en situaciones difíciles, cuando no hay nadie más que ellas; o como esas comunidades que se organizan en nuestros barrios y por ejemplo salen a las ranchadas (lugares donde acampan los pobres y los que no tienen techo, N.d.R.) a acompañar a los que están en la calle y se encuentran con chicas que están solas y embarazadas, les hacen un lugar y las siguen acompañando, cuidando de las dos vidas. Y aquí se sigue una corazonada muy profunda: No es humano favorecer a un débil en contra de otro más débil aún.
6. Obviamente la propuesta de una vida digna no acaba con el nacimiento de la niña o el niño. Necesitan calor de familia-comunidad, necesitan nutrirse bien, necesitan jardín y escuela, necesitan acceder a la atención médica adecuada, necesitan que los clubes sean espacios sanos y dichosos donde desplegar sus potencialidades. Etc. Y si en nuestra patria la mayoría de los pobres son niños y adolescentes, ellos deben ser los privilegiados.
7. Y nosotros como mundo adulto y especialmente si ocupamos lugares de responsabilidades y poder de decisión, debemos entrar en el camino de la austeridad de la propia vida. Los que ocupamos lugares de conducción, no podemos ignorar las injusticias de nuestro mundo y de nuestro país, no podemos ser de los que festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, mientras las niñas y niños pobres miran.
8. Como pueblo somos capaces de apuntar más alto y de sostener un profundo respeto por la dignidad de los más débiles. Aunque no parezca la salida más pragmática, los argentinos podemos resolver los problemas sin arrancarle la vida a un inocente antes de que pueda defenderse. Podríamos hacer la diferencia. No es inofensivo abrir la puerta del aborto. Una lógica de muerte sólo provocará más muerte y tristeza”.
* Obispo auxiliar de Buenos Aires