El domingo 1 de abril, en el Mensaje pascual previo a la Bendición Urbi et Orbi, el Papa Francisco dijo textualmente desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, refiriéndose a Venezuela: «Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual —como han escrito sus Pastores— vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria
Hace mucho tiempo que el Santo Padre no hacía una referencia pública a la crisis venezolana aunque es bien sabido que él sigue, como siempre, con ansiedad y preocupación lo que está ocurriendo en este país sudamericano, y en particular la dura carestía y el hambre que sufre una gran parte de la población. Recientemente pidió también ser informado sobre el masivo fenómeno del éxodo de decenas de miles de venezolanos hacia Colombia, Guyana y Brasil. Se trata sobre todo de familias jóvenes que huyen en busca de un futuro digno para sus hijos.
Venezuela – cuya vida política y económica se encuentra bajo el férreo control de la junta cívico-militar encabezada, al menos públicamente, por Nicolás Maduro – ha llegado a un punto trágico y desesperado, entre otras cosas porque las oposiciones no tienen los talentos políticos ni morales para proponer al país una alternativa convincente. Madura gobierna sin contrapesos, no tanto por mérito propio sino sobre todo por falta de una verdadera, honesta y seria oposición. El pueblo venezolano se encuentra atrapado entre dos incapacidades, dos mediocridades, dos oligarquías de poder.
El país tiene la desgracia, además, de ser gobernado por un hombre como Nicolás Maduro, que carece de especiales dotes intelectuales para poner al servicio de su pueblo. No se trata de un ataque personal. La mediocridad de Maduro ya es un componente esencial para explicar la crisis de Venezuela, fundamentalmente porque facilita la obra de los verdaderos poderes fuertes, aquellos que en realidad toman las decisiones entre bastidores.
Veamos ahora lo que declaró Maduro después, refiriéndose a lo que dijo el Papa sobre Venezuela el pasado 1 de abril:
«El papa Francisco puso a la derecha en su lugar, porque condenó a aquellos que hablan contra Venezuela, aquellos que hacen campaña para que los venezolanos nos sintamos en tierra extranjera. ¡No!, el Papa les dijo: “No, así no es”, y abogó por soluciones pacíficas y justas para Venezuela. Fue un bonito mensaje. Le calló la boca a la derecha y a la oligarquía».
Después, ya enardecido y delirante, y siguiendo su propia lógica temeraria, dijo dirigiéndose al Papa: «Sé que cuento con usted para encaminar nuestra patria hacia tiempos de gloria, de prosperidad, de justicia e igualdad».
Para terminar, según el último desvarío de Maduro, el Santo Padre Francisco no habría leído el domingo de Pascua «muchas cosas que no puedo decir, de las que le escriben al Papa, que le ponen en los discursos, y sé mucho de lo que el Papa, él mismo dice por su propia inspiración».