Jorge Mario Bergoglio habló por primera vez públicamente como Papa a los argentinos hace exactamente cinco años. Fue al saludar a los que pasaban la noche en Plaza de Mayo a la espera del inicio formal de su pontificado, el 19 de marzo de 2013. En esa oportunidad pidió caminar juntos, cuidarse unos a otros, cuidar la vida, la naturaleza, los niños, los viejos; que no haya odio ni peleas, dejar de lado la envidia y no sacar el cuero a nadie. Paradójicamente hoy la agenda argentina está llena de ejemplos de descuido de todo eso y, además, de críticas hacia lo que hace o no hace, dice o no dice el Papa. Tanto es así que hace dos días Francisco volvió a dirigirse a los argentinos, pero para pedir perdón a los que pudieron haberse sentido ofendidos por algunos de sus gestos de estos últimos tiempos.
Aun así, algunos católicos seguirán sin comprenderlo repitiendo que hace política, se junta con impresentables, comete errores diplomáticos y hasta tergiversaciones doctrinales. Estimo que nos olvidamos que el primer pedido que hace el Evangelio a cualquier pastor, con más razón al Papa, es que se ocupe de los que están mal, confundidos y alejados de la Casa del Padre. Vale recordar que cuando se murmuraba y se veía mal que Jesús recibiera a “pecadores y comiera con ellos”, él dijo que en el Cielo hay más alegría “por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión” y lo ejemplificó con la parábola del pastor que deja a sus 99 ovejas para salir a buscar a una que se había perdido.
Que el mensaje evangélico provoque al punto de que algunos aseveren como evidencias incuestionables lo que sólo son suposiciones o generalizaciones, es también esperable. La verdad hace salir a flote lo que hay en el corazón. Y Bergoglio lo sabe. Quizá no lo recordemos nosotros porque, como enseña uno de los teólogos amados por Francisco, Henri de Lubac “si la Iglesia fuera en cada uno de nosotros más fiel a su misión ella sería, igual que su Señor, mucho más amada y escuchada: pero también sería, como Él, más despreciada y perseguida (…) Si los corazones se manifiestan más claramente, el escándalo sería mucho más evidente; y este escándalo supondría un nuevo impulso para el cristianismo, porque adquiere un poder mayor cuando es aborrecido por el mundo”.
La tensión entre la Iglesia y el Estado, la ciudad espiritual y la terrenal, es inevitable si bien, como también admite De Lubac, “las armas y los objetivos de la Iglesia jamás serán los mismos del mundo” y es fácil ver intromisión política en una acción que busca el bien común. Pero la Iglesia no es tal si deja de lado el Evangelio y por el sólo hecho de existir pone en el mundo una inquietud incurable. Dice De Lubac: “Perpetuo testigo de Jesucristo, que vino a sacudir los cimientos de la vida humana, la Iglesia aparece en el mundo, lo demuestran los hechos, como un fenómeno prodigioso de discordia”. Aspecto que no se puede disimular.
También puede ser que los católicos olvidemos que la Iglesia no es un conjunto de normas escritas sino, en palabras del italiano Luigi Giussani, “un organismo vital que con el tiempo va creciendo en autoconciencia y, por ello, puede también corregir y modificar su conocimiento de la fe revelada”. En este sentido, en cuanto a la supuesta falta de solidez en la formación filosófica y teológica de Bergoglio, que algunos osaron esbozar, Joseph Ratzinger cortó por lo sano: dijo que es un “prejuicio insensato”.
Los escritos, palabras o actitudes de Francisco pueden ser interpretados con sentido contrario al que las origina. Es un riesgo. Es evidente que, siguiendo una de sus propias máximas, él busca comenzar procesos más que conquistar espacios. ¿Quién tiene autoridad para juzgar los procesos que sus gestos inician en los corazones de sus destinatarios? ¿Hay garantías de que el abrazo paternal que ofrece sea bien recibido y no usado incluso en su contra? No. La libertad de cada uno está en juego, la de quienes son objeto de esos gestos, y la libertad de quienes somos sus testigos.
Por todo eso, un regalo por el aniversario de los que estamos en su querido país podría ser imitar sus gestos. Hoy, por ejemplo, podríamos acercar a la imagen de la Virgen de Luján que se tenga más cerca, una oración y una rosa blanca por el Papa argentino.
*Periodista y autora de “Curas Villeros”, “Pepe. El cura de la villa” y “Milagros argentinos”