LAS ÉPOCAS DE INCERTIDUMBRE. En el Brasil de las nuevas generaciones, en busca de alguien que no tenga miedo de los miedos

Realidad y Juventud. El desafío de don Giussani en Brasil
Realidad y Juventud. El desafío de don Giussani en Brasil

Muy por debajo, hay mucho miedo. La crisis económica, la crisis política, la crisis de la familia… son cosas que ya conocemos bien, pero estamos viendo cada vez más sus efectos en la relación con los compañeros de trabajo, los amigos, los parientes. Hay un clima de inseguridad que carcome la confianza en el futuro y nosotros ya vivimos del futuro, y cuando éste es incierto, genera inquietud. Los que están más expuestos a los efectos de esa incertidumbre son los jóvenes, que por su propia naturaleza son un resorte en tensión, en tensión hacia la esperanza. Cuando esta falta, pierden su energía y se apagan.

«“Oh sol adorable, has derramado tus rayos en una estancia vacía. El dueño de la casa estaba siempre ausente”. Nosotros somos el dueño de la casa que siempre está fuera, a menos que un dolor desgarrador o un miedo terrible, anormal, por un instante nos haga volver a casa». En el prefacio de la nueva edición de Realidad y Juventud. El desafío de don Giussani, Julián Carrón, su sucesor, cita el Peer Gynt de Ibsen.

Qué actual es lo que veía don Giussani.

Desde que estoy en Brasil (2001) vivo en estrecho contacto con los jóvenes. Lo que veo estando con ellos (y también con los que ya no son tan jóvenes) es que se encuentran continuamente sometidos a miles de reclamos que tienden a distraerlos, a mantenerlos fuera de su propia casa (para retomar Ibsen), de su propio yo. Lo primero que no me permite “estar” en mi yo es el miedo, por eso uno escapa del silencio, busca siempre alguien para chatear, aunque sea para hablar de nada.

La tecnología ha llegado a todos los hogares; desde muy pequeños los niños están en contacto con las Tablet (todos piensan que ponerlos delante de una pantalla es una excelente forma de calmarlos) y navegan por Internet (YouTube); desde muy pequeños se los alienta a estar “fuera de su casa”, de su yo. Cuando comienza la adolescencia empiezan a pasar tardes enteras con los videojuegos (generalmente conectados en la web con chicos de su edad que no conocen, a veces de Corea o Japón) y se entretienen con las redes sociales, sobre todo tipo WhatsApp o Snapchat. Se buscan entre ellos y hablan en cualquier momento del día, sin ningún tipo de horarios, pero por lo general todo flota en la superficie. La necesidad que ponen de manifiesto es no estar solos, y evitar que se toquen las heridas de la vida cotidiana. Se buscan para estar fuera de sí mismos. El silencio les da miedo porque está vacío.

El The New York Times publicó hace poco un artículo titulado “Why Are More American Teenagers Than Ever Suffering From Severe Anxiety?” .

Hace un análisis profundo de la situación de los adolescentes de su país, que en ciertos aspectos describe lo mismo que, en mi opinión, está ocurriendo aquí en Brasil con las nuevas generaciones. Un dato interesante es que la tristeza y la melancolía se consideran un mal de los adultos, como si esos sentimientos fueran el preludio de una especie de enfermedad. Por eso tienen tanta urgencia de eliminarlos. Por supuesto que los médicos y la intervención de especialistas es algo necesario, fundamental en muchos casos, pero el hecho es que generalmente en nuestra sociedad se identifica la tristeza como el comienzo de la depresión, y por lo tanto es algo que hay que combatir y eliminar, con muchas actividades pero también con fármacos y profesionales. De esa manera ya no se desarrollan los instrumentos para mirar de frente la depresión, para comprenderla y trabajar en ella. En pocas palabras, se atrofia la capacidad de hacer experiencia, de utilizar el corazón, entendido como el lugar del deseo de felicidad, de belleza, de verdad, de justicia que es propio de toda persona humana. Esa actitud produce ansiedad y la ansiedad no permite que el corazón se desarrolle. El desafío es encontrar alguien que sea capaz de hacernos percibir la tristeza o el aburrimiento como señales de que hay algo que urge, que está por debajo, y de lo cual estos fenómenos son un indicio. Ese grito de infinito que todos tenemos dentro y que no se puede olvidar ni censurar.

Un aspecto relacionado con el miedo existencial que hoy afecta todos los ambientes de la sociedad brasileña y de América Latina es la fragilidad de las familias. En nuestras familias muchos padres viven ese miedo y lo transmiten a sus hijos. Un dato histórico importante en Brasil es que la familia está fuertemente centrada en la figura de la madre. Se percibe la falta del padre. Y el padre es el que transmite esperanza, el que da confianza en el futuro; la madre protege y cuida, está siempre presente, pero el que ayuda a mirar hacia adelante es el padre. Los jóvenes buscan un padre, necesitan la mirada de alguien que no se escandaliza y que no tiene miedo de sus miedos. Y cuando lo encuentran, se aferran a él con generosidad. El desafío actual es cómo aprender a vivir esta nueva forma de paternidad. Nuevos padres, no de sangre ni tampoco pagados, que no se escandalizan, que confían en el corazón de los jóvenes, que tienen una mirada capaz de mirar el deseo que llevan dentro.

El Papa nos da un testimonio de esa mirada. Se ve en la manera como se comunica con los jóvenes, va directo a ese punto casi escondido que ellos tienen en su interior y los desafía. Como dice en el mensaje a los jóvenes para la Jornada Mundial de la Juventud de 2018: «”¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?” (Mc 4,40). Este reproche de Jesús a sus discípulos nos permite comprender cómo el obstáculo para la fe no es con frecuencia la incredulidad sino el miedo. Así, el esfuerzo de discernimiento, una vez identificados los miedos, nos debe ayudar a superarlos abriéndonos a la vida y afrontando con serenidad los desafíos que nos presenta. Para los cristianos, en concreto, el miedo nunca debe tener la última palabra, sino que nos da la ocasión para realizar un acto de fe en Dios… y también en la vida. Esto significa creer en la bondad fundamental de la existencia que Dios nos ha dado, confiar en que él nos lleva a un buen final a través también de las circunstancias y vicisitudes que a menudo son misteriosas para nosotros. Si por el contrario alimentamos el temor, tenderemos a encerrarnos en nosotros mismos, a levantar una barricada para defendernos de todo y de todos, quedando paralizados. ¡Debemos reaccionar! ¡Nunca cerrarnos! En las Sagradas Escrituras encontramos 365 veces la expresión «no temas», con todas sus variaciones. Como si quisiera decir que todos los días del año el Señor nos quiere libres del temor. (…) Es necesario que dejemos espacio en nuestras ciudades y comunidades para crecer, soñar, mirar nuevos horizontes. Nunca pierdan el gusto de disfrutar del encuentro, de la amistad, el gusto de soñar juntos, de caminar con los demás. Los cristianos auténticos no tienen miedo de abrirse a los demás, compartir su espacio vital transformándolo en espacio de fraternidad. No dejen, queridos jóvenes, que el resplandor de la juventud se apague en la oscuridad de una habitación cerrada en la que la única ventana para ver el mundo sea el ordenador y el smartphone. Abran las puertas de su vida. Que su ambiente y su tiempo estén ocupados por personas concretas, relaciones profundas, con las que puedan compartir experiencias auténticas y reales en su vida cotidiana».

«”Yo te llamé por tu nombre” (Is 43,1). La primera razón para no tener miedo es precisamente el hecho de que Dios nos llama por nuestro nombre». Una nueva paternidad de hombre adulto, que se sienta él mismo en primer lugar llamado por su nombre, que se sienta hijo y de esa manera pueda generar en los jóvenes que encuentra una confianza nueva en la vida, que haga despuntar la flecha del deseo sabiendo que se puede cumplir. Yo creo que ése es el desafío.

Julián Carrón terminó diciendo en un encuentro reciente sobre Realidad y Juventud. El desafío de don Giussani: «La verdadera educación ayuda a vivir todo con un significado, incluso la duda, porque uno está atento a la realidad y se interceptan las respuestas». Vale decir que el desafío es que sea posible seguir la presencia de personas que muestran con su vida que se puede vivir con esta esperanza, no tener miedo de las dudas y de las preguntas que tienen los jóvenes, que muchas veces no expresan pero que condicionan profundamente su manera de vivir. Eso es, en el fondo, lo que empezó a hacer don Giussani cuando decidió enseñar en el colegio secundario, y lo que hizo Cristo cuando se encontró con Juan y Andrés: dos jóvenes con los que comenzó una novedad que cambió el mundo.

Torna alla Home Page