La misión del Mons. Charles Scicluna en Chile, que llevó a cabo con la colaboración directa del padre Bertomeu tras la hospitalización y operación de urgencia a la que fue sometido el 21 de febrero, ha concluido. Si entre hoy y el miércoles el Enviado y su colaborador-sustituto realizan nuevos encuentros o coloquios, como se confirmó en el día de hoy, seguramente serán importantes pero no estarán relacionados con el caso Barros. Los enviados del Papa Francisco debían escuchar algunas personas, aproximadamente veinte, para comprender y documentar la consistencia de las nuevas informaciones surgidas en el caso del obispo de Osorno, Mons. Juan Barros, sobre el que pesan desde hace varias décadas graves sospechas de haber encubierto los abusos sexuales cometidos por Fernando Karadima, director durante muchos años de una poderosa y misteriosa fraternidad sacerdotal que fue disuelta en 2012 por decisión del arzobispo de la capital, el cardenal Ricardo Ezzati. La Pía Unión del Sagrado Corazón, fundada en 1928 por el padre Alejandro Huneeus en la parroquia El Bosque de Santiago de Chile, fue el centro del escándalo en el cual se declaró culpable a Fernando Karadima de haber perpetrado durante años dichos crímenes. En esta iglesia tuvieron su origen en 1983 las primeras acusaciones contra Karadima que nunca fueron tomadas en cuenta por la jerarquía del Episcopado chileno. El denunciante era el joven Javier Gómez Barroilhet, quien hoy es un respetado profesional de Santiago. Tiempo después llegaron las acusaciones de Juan Pablo Zañartu, actualmente arquitecto. Por último, las acusaciones de los tres denunciantes más conocidos: Juan Carlos Cruz (periodista), James Hamiton (gastroenterólogo) y José Andrés Murillo (escritor y filósofo).
El nombramiento del enviado papal. Repasemos el comunicado del Vaticano del 30 de enero pasado sobre el nombramiento de Mons. Scicluna: “A propósito de algunas informaciones recientes con respecto al caso de S.E. Mons. Juan de la Cruz Barros Madrid, Obispo de Osorno (Chile), el Santo Padre ha dispuesto que S.E. Mons. Charles J. Scicluna, Arzobispo de Malta y Presidente del Colegio para el examen de los recursos (en materia de delicta graviora) en la Sesión Ordinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se desplace a Santiago de Chile para escuchar a quienes han manifestado la voluntad de dar a conocer elementos que poseen”.
En este documento oficial hay que considerar tres elementos para comprender correctamente las noticias que circulan desde el 17 de febrero pasado, día en que Mons. Scicluna escuchó en Nueva York al primer testigo y acusador de Barros, el periodista Juan Carlos Cruz.
1. Del arzobispo de Malta se hace referencia a un título en particular: Presidente del Colegio para el examen de los recursos (en materia de delicta graviora) en la Sesión Ordinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe;
2. El Papa toma la decisión “a propósito de algunas informaciones recientes con respecto al caso de S.E. Mons. Juan de la Cruz Barros Madrid, Obispo de Osorno (Chile)
3. Mons. Scicluna, dispone el Papa, debe desplazarse “a Santiago de Chile para escuchar a quienes han manifestado la voluntad de dar a conocer elementos que poseen”.
Giro en el Vaticano después del regreso de Chile. Cabe aquí recordar y observar que esta operación de la Santa Sede nace y se organiza después de la visita del Papa Francisco a Chile (15-18 de enero de 2018), y concretamente después de las duras y polémicas reacciones que suscitaron algunas declaraciones del Santo Padre en la ciudad de Iquique, horas antes de partir hacia Perú. Era la mañana del 18 de enero, poco antes de la Concelebración Eucarística en la playa de Lobito, cuando el Papa respondió a algunos periodistas que lo interpelaban sobre el caso del obispo de Osorno con las siguientes palabras: “No hay una sola prueba en contra (de Barros, N.d.R.), todo es calumnia. El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar”.
Entre el 18 y el 30 de enero, en un lapso de 12 días, la percepción del Vaticano sobre la cuestión Karadima-Barros ha cambiado drásticamente, o quizás la interpretación de la misma se ha propuesto tomar distancia del “panorama chileno” que los miembros de la jerarquía episcopal del país presentaron al Pontífice antes de comenzar su peregrinación sudamericana. Pero hay que considerar que este “panorama” de la Iglesia en Chile, claramente parcial, manipulado y distorsionado con no pocas mentiras y verdades a medias, circula en el Vaticano desde hace mucho tiempo, desde el difícil y problemático final del pontificado de san Juan Pablo II. Seguramente en Chile el Papa Francisco comprendió la gravedad y el peso de la situación, pero no tuvo tiempo ni medios para profundizar los aspectos más delicados. Por esa razón, en una circunstancia totalmente insólita y nunca vista en otros viajes o por otros Papas, se vio obligado a salir en primera persona a hacer puntualizaciones y aclaraciones para defender verdades que él pensaba ya estaban resueltas.
Sin duda el Papa sabía perfectamente lo que se estaba diciendo y publicando en esos días sobre el caso de los abusos y sobre el nombramiento de Barros como obispo de Osorno. Con toda probabilidad también sabía que el caso chileno había superado los límites de un evento circunscripto a un país, una iglesia o un momento histórico determinado. En efecto, lo ocurrido en Chile, durante la visita del Papa y después de ella, ha entrado en el circuito de la vida de la Iglesia universal de manera prepotente y casi paradigmática. Al mismo tiempo, el tratamiento y la solución que se dé a esta cuestión entrarán a formar parte del ministerio del Papa Francisco. Las decisiones que se tomen y las lecciones que se extraigan de esta historia desgarradora, serán parte indeleble de los criterios y parámetros que se utilicen en el futuro para evaluar su pontificado. Es por eso que el inminente regreso al Vaticano de los enviados del Papa y el informe que presenten al Santo Padre constituyen un nuevo capítulo clave de esta delicada situación que afecta sí, en primer lugar, a la Iglesia chilena, su jerarquía, sus obispos y los tres cardenales, pero también a la Iglesia de todos los países y continentes.