Para no parecer loco, Víctor tuvo que callarse. “El loco dice lo que piensa; el cuerdo, no”. Lo aprendió antes de cumplir los 30 años, cuando le diagnosticaron esquizofrenia. Por aquellos días de mediados de la década de 1990 él “tenía un sueño que involucraba a todos”. Los doctores creyeron que era solo un delirio derivado de su enfermedad mental, pero se equivocaban. Víctor calló sus ideas y le dieron el alta. Escondió como pudo su condición de paciente psiquiátrico, salió del mal momento, se hizo licenciado en enfermería y, al jubilarse, se centró a tiempo completo en su sueño.
Villa Clara es la provincia con más hospitales psiquiátricos (3) después de la capital y se ubica tercera —tras La Habana y Santiago de Cuba— en el número de camas destinadas a pacientes psiquiátricos (502), según datos del Anuario Estadístico de Salud 2016. Pero parece que esos números no son suficientes. Dos años después de iniciar la restauración en 2013, la casa 412 de la calle Maceo en Santa Clara transformó sus ruinas en una especie de hospital de día para enfermos mentales. Pero uno no gestionado directamente por instituciones del sistema de la Salud Pública, sino por el propio enfermero jubilado y la Iglesia Católica. Abrió sus puertas faltando cosas por hacer —en 2018 aún faltan, a pesar del apoyo material del Obispado de Santa Clara, propietario del inmueble— pero Víctor Cuevas Cárdenas no quiso posponer el lanzamiento del Proyecto Corazón Solidario.
Él, un paciente como los demás, funge de hombre orquesta. Es, al mismo tiempo, administrador, enfermero y comunicador. Una sierva de San José —congregación religiosa católica fundada en Salamanca, España— ayuda en todo lo que puede. Los pacientes, de variadas procedencias y oficios, que ya están en fase de rehabilitación de sus enfermedades, hacen el resto. “Hacemos lo que podemos, garantizamos merienda y almuerzo para todos, y comida a quienes viven solos. La Iglesia nos da dinero para los alimentos, pero tenemos que comprarlos en la calle, como el resto de la población. No recibimos ningún subsidio del estado. Con una cuota de granos, sal y arroz, podríamos destinar el grueso del dinero solo a carne, vegetales y viandas. Por suerte, regularmente la gente se aparece con ayuda. A veces son familiares de los enfermos, a veces es gente desconocida que valora bien cuánto hacemos”, asegura el fundador.
Explica que aunque la organización Cáritas cubre algunos gastos de alimentación y lavado de ropas y Manos Unidas, una ONG de católicos y voluntarios españoles, contribuye también, el presupuesto es escaso. Para disminuir costos y usar el trabajo como terapia, construyeron canteros y cultivan vegetales, especias y viandas. Esperan tener más, pero nadie quiere venderles la tierra necesaria.
Después del café de bienvenida cada uno ejerce un oficio. En medio de las labores, dos enormes tubérculos aparecen dentro de una loma de tierra que deshace José Elier Gómez, joven sociólogo y paciente. “Cuando llegué aquí estaba en crisis —dice Elier—. Desde entonces llevo una vida normal. A veces la sociedad tiene ideas erróneas acerca de los pacientes psiquiátricos, nos catalogan como personas agresivas, incapaces de valernos en la vida, y no es así”. A su derecha, Edelberto hunde las manos en la tierra húmeda. Le gusta la sensación de plantar una semilla, de ayudar a que algo crezca y enterrar profundo cualquier idea de desesperanza. “El enfermo psiquiátrico no tiene en el país todo lo necesario para superar su enfermedad. Sin embargo, aquí no solo tenemos una utilidad, sino que además nos ayudan con comida y el lavado de ropa a quienes vivimos solos, y hasta nos pagan un modesto estipendio para nuestros gastos personales”, señala.
Las ventas ayudan a sustentar algunos gastos del proyecto. Sin acumular cantidades significativas, un taller de manualidades genera ingresos con el trabajo de varios pacientes. En la puerta de entrada Gilberto Rojas exhibe la mercancía a los curiosos que se asoman. “Nuestros productos los vendemos a un precio módico y así también contribuimos con el proyecto”, afirma. A veces la gente compra solo para cooperar, otras, realmente se interesan por los aretes de metal, los rosarios de madera, los adornos para la casa, las pegatinas para el refrigerador o el café. No tienen licencia para la venta pero los inspectores los ignoran: “Deja a esa gente, que ésa es una casa de locos de la Iglesia católica”, escucharon en una ocasión.
Puertas adentro la razón no es la locura, sino la utilidad. “Volví a sentir que puedo hacer cosas, y esa sensación de ser útil otra vez se la debo al proyecto”, reconoce René González, licenciado en Historia y veterano de la guerra de Angola. Puertas afuera hay pocas opciones de trabajo para ellos. En tiempos de reformas económicas, Cuevas Cárdenas sueña con políticas de exención de impuestos para privados y cooperativas que contraten a personas con enfermedades mentales o alguna discapacidad.
A media mañana, mientras todos toman la merienda, Víctor acomoda las sillas para las actividades con los instructores de arte o psicólogos. En su mente, Corazón Solidario no deja de crecer y expandirse. Uno de sus mayores deseos es contar, oficialmente, con ayuda especializada de psiquiatras. Asegura mantener relaciones cordiales con muchos profesionales adscritos al Ministerio de Salud y el hospital psiquiátrico donde trabajaba, pero, hasta el momento, no tiene asegurada la colaboración de esos especialistas. “A veces uno de los pacientes necesita pasar unos días en casa y llevar un tratamiento más intensivo porque no fue evaluado a tiempo. Anhelo que esta situación cambie, porque beneficiaría al enfermo, a la familia y a la comunidad”, dice. Después del almuerzo, los cinco trabajadores de Corazón Solidario se despiden de los pacientes. Entonces, en esos minutos de soledad y silencio, Víctor sueña nuevas ideas: un área para encurtidos, plantas ornamentales, la ampliación del servicio de lavado, una nueva cocina, más enfermos beneficiados…