¿Se puede dialogar con las bandas de narcos y el crimen organizado, como se hizo con la guerrilla de América Central o las pandillas de El Salvador? El obispo Salvador Rangel afirma que no solo se puede sino que se debe hacer. Así lo declaró a Associated Press tres días después del asesinato del padre Germán Muñiz García, de 39 años, párroco de una pequeña iglesia en la población minera de Mezcala, diócesis de Chilpacingo, y del padre Iván Añorve Jaimes, 37 años, párroco de Sagrada Familia en San Marcos, arquidiócesis de Acapulco. Ambos fueron asesinados por sicarios en la ruta que une Taxco con Iguala, el famoso municipio donde desaparecieron 43 estudiantes en 2014. “Yo abiertamente lo he dicho, he dialogado con los capos, con los jefes de esos grupos para que cuiden a los sacerdotes, religiosas, seminaristas”, admitió cándidamente Salvador Rangel. Palabras que, como era de esperar, provocaron un terremoto de reacciones que lo obligaron a aclarar su posición sugiriendo que se inicien conversaciones entre el gobierno y los narcos “para buscar la paz”. “Si el gobierno dialoga con ellos [los traficantes de droga] para simplemente delimitar los territorios, para que no se invadan unos a otros, sería una manera de poder empezar a sembrar un poco de paz en esta tierra” insistió convencido. “Yo estoy seguro de que en este diálogo se pueden conseguir muchas cosas”.
Rangel Mendoza es un franciscano que antes de vivir en el México de los narcos ha pasado por muchas otras experiencias difíciles. Durante siete años ejerció su ministerio pastoral en Israel “en medio de muertos, bombardeos, explosiones, ataques aéreos y todas las atrocidades que acompañan la guerra”. Con el respaldo de ese currículo adquirido en el campo, el Papa Francisco lo envió a México en 2015, a cargo de una diócesis que no tiene nada que envidiar a muchas regiones de Medio Oriente.
No es la primera vez que monseñor Rangel tiene salidas como la de estos días, en el marco de un doble homicidio que eleva a seis el número de sacerdotes asesinados en 2017-2018. Entrevistado hace un año por el periodista Rodrigo Vera del principal semanario mexicano, Proceso, sobre el eterno dilema moral de si es lícito en las democracias representativas hacer pactos con el diablo, monseñor Salvador Rangel Mendoza, obispo de la convulsionada diócesis en el estado de Guerrero, lo resolvía de esta manera: “La Iglesia siempre ha promovido el diálogo, porque sin diálogo no puede haber paz. Por eso es necesario dialogar con la gente que se dedica al narcotráfico, pero sin hacer ninguna concesión. ¡Dialogar, no pactar!” aclaraba con fuerza temiendo ser malinterpretado. “Eso que quede claro; con ellos no se debe pactar, pero sí llegar a ciertos arreglos”. Tampoco dudaba el obispo sobre los objetivos del diálogo: “Sobre todo evitar tantos asesinatos, secuestros, extorsiones y demás atropellos. Es necesario hablar para detener este terrible baño de sangre, sobre todo de gente inocente”. Palabras que no suenan exageradas en el estado mexicano donde vive. En efecto, Guerrero es uno de los territorios más violentos de México, con un índice de homicidios por encima del promedio nacional. Allí desaparecieron asesinados los 43 estudiantes en septiembre de 2014, allí se encontraron decenas de fosas comunes de desaparecidos ajusticiados por los pistoleros del narcotráfico. Algunas zonas están literalmente controladas por esos narcos que el obispo pro diálogo quiere conducir al rebaño, y él lo sabe: “Hay territorios gobernados por los narcos” declara. “Y me asombra que allí no hay asesinatos, secuestros ni extorsiones. Ni siquiera se les permite drogarse a los jóvenes, aunque no podrían hacerlo ni siquiera si lo desearan; el opio que extraen de la amapola que cultivan tiene que ser tratado”. Y para completar el cuadro idílico Salvador Rangel Mendoza recuerda las confidencias de un párroco del lugar: “Me contaba que cuando hay algún borracho por la calle, ellos mismos lo recogen y lo llevan a un centro de rehabilitación”. A Rangel Mendoza no le sorprende que la gente de la zona los apoye. “En la sierra, allí por Tlacotepec y Yextla”, explica el obispo, “la gente me dice: ‘Apoyamos a los narcos porque se ocupan de nosotros; podemos caminar seguros de noche”. Hasta que llega la violencia de otros narcos que disputan a los locales el control del tráfico y hay decenas de muertos por las calles.