No caminar de noche por la calle, evitar los pequeños pueblos aislados, lejos de los centros urbanos, no circular solos, incluso usar chaleco antibalas y contratar guardaespaldas. Son recomendaciones que algunos sacerdotes mexicanos hoy siguen al pie de la letra, por lo menos en la medida en que pueden hacerlo considerando su “oficio”, cuya razón de ser es el contacto con el prójimo. Pero hay razones para esta prudencia, y son muy buenas razones. Es más, hay mil razones, tantas como las amenazas recibidas por sacerdotes en México durante el año 2017, un 50 por ciento más que en 2016, informa el Centro Multimedial de la arquidiócesis de Ciudad de México, un observatorio que se dedica a relevar las víctimas y las intimidaciones que padece el clero de la capital mexicana. El asesinato de religiosos también tuvo un incremento según los datos de la agencia cercana a la Santa Sede “Il Sismografo”, que ha llevado la cuenta de todos los episodios ocurridos en los últimos años. “Tal como ocurre desde hace años, la región latinoamericana es la más peligrosa para el ministerio sacerdotal; en el curso de 2017 hubo 15 presbíteros muertos en todo el mundo, y 8 perdieron la vida precisamente en países de América Latina” escribe su director, Luis Badilla. De esos ocho, la mitad son de México.
Las disputas por el control del territorio, la corrupción en las filas de las autoridades del estado y federales, así como la venta de droga al menudeo han hecho crecer ininterrumpidamente la violencia contra los sacerdotes durante todo el año 2017. En los seis años de la presidencia de Enrique Peña Nieto hubo 17 homicidios de sacerdotes en México, y durante la presidencia de Felipe Calderón murieron violentamente 25 sacerdotes en seis años. Monterrey, Tamaulipas, Guerrero y Oaxaca fueron los estados más peligrosos. Narcos y criminalidad de distinto tipo no perdonan el trabajo de prevención y el apoyo que muchos religiosos dan a las familias de secuestrados.
Precisamente ayudar a las familias de secuestrados en Monterrey le costó al padre José Manuel Guerrero Noyola quedar discapacitado. El padre Chema – como lo llaman los mexicanos – es blanco constante de amenazas y vejaciones de parte de los traficantes de droga debido a la actividad pastoral que desarrolló en las diversas parroquias a las que fue trasladado a través de los años por razones de seguridad. “Me dispararon y perdí la audición en el oído izquierdo”, declara con la firme intención de no dejarse doblegar.