¿Adriana? ¿Andrea? ¿Valeria? Le han dado muchos nombres, pero el verdadero, el que le hubieran puesto la madre y el padre que la concibieron, si hubieran podido verla cuando nació, no lo sabemos. Probablemente Valeria, si es cierta la indiscreción de un diario argentino. Pero en el fondo no tiene mucha importancia. Lo único que cuenta es que ahora, cuando ha cumplido cuarenta años de vida, Adriana, Andrea o Valeria sabe quiénes son sus verdaderos padres. Y podrá pensar en ellos, preguntar por ellos y por la vida que vivieron antes del final trágico que los hizo desaparecer en la vorágine de represión de la dictadura argentina. También podrá rezar por ellos, si es católica, y sentirse cada día más hija de Edgardo Garnier y Violeta Graciela Ortonali, que se casaron el 7 de agosto de 1976, con una ceremonia religiosa, en una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires. Hoy sabemos que su mamá, Violeta, desapareció el 14 de diciembre de 1976, cuando estaba embarazada de ocho meses. Edgardo, su compañero y marido, algunos meses más tarde, el 8 de febrero de 1977 en la ciudad de La Plata, a sesenta kilómetros de Buenos Aires.
Es muy bello lo que declaró a la prensa ayer, cuando su historia fue presentada al público por la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto. El primer pensamiento no fue de rencor contra las personas que se apropiaron de ella, sino de alegría por los padres “recuperados”. “Estoy feliz. Estoy plena. No solamente es una ficha, se armó todo el rompecabezas, con una familia más grande y hermosa”.
Se presentó en sociedad con estas palabras y el rostro pecoso de adolescente resplandeciente de alegría. “Se me completó la vida”. Después explicó que había sido ella quien acudió espontáneamente a la sede de las Madres de Plaza de Mayo para saber si era hija de desaparecidos. A través de un familiar se había enterado de que no era hija biológica de la pareja que la crió, ambos ya fallecidos. “Tengo una familia hermosa”, exclamó. “Tengo una abuela, no lo puedo creer, con 40 años tengo una abuela y ayer pude hablar con ella. ¡Ya la quiero! Es una genia, ya la quiero. Se nota que es hermosa por fuera y por dentro”. Estaba hablando de Blanca Díaz de Garnier, de 86 años, quien vive en la ciudad de Concepción del Uruguay, a trescientos kilómetros aproximadamente de Buenos Aires. La abuela, informada el día anterior por la misma Carlotto y posteriormente contactada por Radio 10, contó que había quedado sin palabras y que había esperado ese momento durante cuarenta años. “Cada vez que aparecía un nuevo nieto decía: a mí nunca me toca”.
Una buena cosecha la de 2017 para las Abuelas de Plaza de Mayo. Valeria, llamémosla así, es la quinta “nieta recuperada” este año, el “hallazgo” número 126 desde que Abuelas empezó a movilizarse, hace cuarenta años. Faltan otros 300, que según las Abuelas es el número de nietos que fueron hijos e hijas de secuestrados y la Junta militar hizo desaparecer.