Mito o verdad histórica, lo cierto es que en el imaginario nacional peruano Atahualpa, el último inca, selló su suerte trágica al arrojar la Palabra de Dios, la Biblia, por los suelos. Habría sido la última justificación que necesitaba el conquistador Francisco Pizarro para condenarlo a muerte, y en ese gesto luctuoso, dar nacimiento a la nueva nación mestiza. Quién diría que casi cinco siglos después un religioso ferviente y sereno en su identidad, expresada nítidamente en su apellido, Inca, se apreste diligentemente a recibir al Papa.
Hace ya una veintena de años que su pequeña figura es muy popular entre las poblaciones del llamado Cono Sur de Lima. Había llegado en 1997 a Pamplona Baja, donde está la parroquia de María Misionera, para ayudar al Padre Antonio –italiano él y de su misma congregación de los Oblatos de San José– quien era por entonces el párroco. Trabajó al inicio en las partes altas de Pamplona donde se encontraban los asentamientos humanos más precarios y había una capillita que el padre Antonio le encargó. Ahora vuelve a recorrer con nosotros esas colinas pardas y escarpadas y al mirar desde la altura el enjambre de casas de ladrillo pelado, se asombra de los progresos alcanzados. “Algunas veces han subido aquí amigos italianos y creen que eso allí abajo son viñedos”, dice riendo de la ocurrencia. Es verdad que ese panorama es de una belleza insólita: esos moradores que antes (hace unos 30 años) no tenían agua, ni luz, ni teléfono, ni pistas ni nada, ahora gozan de una cierta comodidad rudimentaria. Han hecho brotar plantas y arbustos de entre la roca dura. Han izado parabólicas. Pero aunque sea ya un galimatías, hay que repetir que todo el país, pero sobre todo esto, que es el resultado del aluvión migratorio, clama por educación…por educación de calidad.
Volviendo a la coyuntura, que mantiene casi sin dormir a monseñor Inca (él prefiere que se le llame solo padre Guillermo) en su condición de coordinador general adjunto de la visita del Papa Francisco al Perú, nos cuenta sus desvelos. Ya se tiene el logo oficial, ya se tiene el himno. Pero queda consolidar, sobre todo, la logística de los viajes. Es así que se espera contar especialmente con el favor de Dios para el vuelo a Puerto Maldonado, donde deberá llegar la mañana del 19 de enero. Siempre es incierto volar a la selva. Francisco utilizará aerolíneas comerciales, los aviones del Estado peruano son muy viejos, hay que decirlo en voz baja, y no son pocas las peripecias a causa del mal tiempo u otros imprevistos. Otra preocupación es que en la capital de Madre de Dios la capacidad hotelera (y de hospedaje en general) es de no más de 5 mil camas, cuando se espera unos 80 mil visitantes.
Sin embargo, la presencia del Papa en Madre de Dios quizá sea la más significativa a la luz de la postura asumida por la Iglesia ante el dilema mundial del “ecologicidio” y el cambio climático. Francisco ha sentado su posición en la Encíclica Laudato si (Alabado seas) y por tanto no hay mejor lugar que este maltratado paraje de la selva amazónica del Perú –donde la depredación de los bosques y la minería ilegal conllevan terribles delitos como la trata de personas y la prostitución de menores– para reafirmarse en esa causa. Entre otras actividades, en Puerto Maldonado el Papa sudamericano almorzará en privado con nueve nativos. Es de imaginar que la selección sea ardua, bajo criterios que combinan la representatividad con los méritos personales.
En cuanto a la multitudinaria misa que celebrará Francisco en Lima, en la explanada de la base aérea de Las Palmas, monseñor Inca teme que, como nuestra idiosincrasia nos induce a esperar siempre la última hora, al final las solicitudes excedan el millón 300 mil personas que pueden albergar como máximo esas instalaciones militares. A propósito, él es además Vicario General Castrense, es decir, allí se sentirá en casa, pero desea ante todo que “el Papa pueda transmitir y percibir allí el don indescriptible de la fe”.
Nacido en Santiago de Chuco, como el poeta César Vallejo, en la sierra de La Libertad, y de padre cajamarquino, este Inca es toda una máquina humana de dinamismo. No solo acompaña a monseñor Norberto Strotmann en las coordinaciones para recibir al Papa, sino que es también su secretario general adjunto en la Conferencia Episcopal Peruana y, ante todo, dice, pastor de la parroquia María Misionera de Pamplona, que ha logrado elevar a la dignidad de Santuario del Divino Niño hacia donde miles peregrinan, especialmente durante el mes de septiembre.