Mucha sorpresa causaron las recientes declaraciones que hizo en Roma el embajador de Chile ante la Santa Sede, Mariano Fernández Amunátegui. Sorpresa porque el embajador – que también fue Ministro de Relaciones Exteriores – conoce bien la eficiente operatoria de la diplomacia vaticana, y sin embargo lo que planteó en la conferencia de prensa en Roma es contradictorio con su rol de experimentado diplomático de toda la vida. En efecto hoy por hoy, en el estado actual de la delicada coyuntura en materias que tienen que ver con la próxima visita apostólica del Papa Francisco a Chile, resulta incomprensible el fondo de lo expresado por el embajador: “El Gobierno de Chile pide a toda persona que se abstenga de opinar hasta que se pronuncie el tribunal de La Haya… Eso lo pedimos no sólo al Papa sino a toda persona, a los amigos, a la opinión pública, que no se pronuncien hasta el fallo, que cumpliremos rigurosamente, sea cual sea”.
Esta expresión, que supone impartir directivas a la agenda del Papa, es de por sí poco diplomática y asimismo es completamente inusual en lo que respecta a la comunicación que mantienen los Estados con la Secretaría de Estado Vaticana. Para dialogar, encauzar y orientar situaciones complejas está, precisamente, la Cancillería Vaticana; por lo tanto, lo expresado en la conferencia de prensa por nuestro representante ante la Santa Sede está fuera de lugar.
Tanto en Chile como en Roma tienen muy claro que la demanda marítima de Bolivia no debe ser instrumentalizada por nadie. Del mismo modo, ya es conocido el modus operandi de Evo Morales cada vez que acude a la Santa Sede. En cada una de sus cinco visitas, de una u otra forma ha tratado de sacar provecho de los encuentros que deberían ser estrictamente protocolares, evitando cualquier intento de interferir en lo que diga a fines de 2018 el Tribunal Internacional de La Haya. Si cualquier ciudadano medianamente informado y conocedor de la diplomacia vaticana es capaz de comprender esta compleja situación, ¿cuál fue entonces el propósito y el sentido de fondo de las expresiones públicas del embajador Mariano Fernández? No lo sabemos ni lo sabremos, por el sigilo y el estricto secreto (de Estado) que caracterizan a la diplomacia y sus laberintos.
¿Por qué ciertos temas sí y otros no? Lo que resulta más inexplicable todavía es el escaso interés de nuestra Embajada ante la Santa Sede en algunos temas relevantes para el país y en sintonía con el magisterio social del Papa Francisco. Por ejemplo, nada se sabe sobre expresiones públicas referidas al grave tema de los abusos sexuales del clero en Chile que en algunos casos han tenido eco internacional, como Karadima y su seguidilla de repercusiones negativas dentro de la Iglesia Católica y en la ciudadanía en general.
Tampoco se sabe si nuestra Embajada informó detalladamente a la Secretaría de Estado Vaticana cuando el gobierno confirmó oficialmente el horrendo episodio de más de mil niños y niñas muertos – muchos de ellos abusados y torturados – en centros y hogares dependientes del Estado de Chile (Sename). Menos aún si se transmitieron objetivamente a la Curia vaticana los dramáticos sucesos que desencadenó – y que continúan hasta hoy – el nombramiento de Mons. Juan Barros Madrid como obispo de la diócesis de Osorno. Ya desde el principio el operativo de sacar a monseñor Barros de la Vicaría Castrense e imponerlo en Osorno provocó confusión, divisiones y no poca impotencia entre los católicos y ciudadanos de esta región chilena del sur, casi limítrofe con Temuco, ciudad que el Pontífice visitará en enero.
En estas líneas deseo recordar al lector que en junio de 2016, antes de presentar sus cartas credenciales ante la Santa Sede en septiembre de ese año, don Mariano Fernández también expresó sus opiniones a través del diario El Mercurio. En esa oportunidad le preguntaron sobre la eventualidad de que el Papa visitara Chile, pero además, sin conocer la triste realidad de la Diócesis de Osorno ni intentar recabar información objetiva y confiable, se permitió emitir una velada crítica al laicado local opositor a esa imposición. Al respecto, sería oportuno que el Embajador Mariano Fernández leyera –como mínimo- las dos declaraciones públicas que son fruto de sendos encuentros nacionales del laicado chileno, celebrados en la ciudad de Osorno en forma comunitaria, participativa, pacífica y orante: “Sentimos que los laicos y laicas de Osorno han dado un ejemplo en el sentido de ser Iglesia, tanto en la forma de organizarse como en el fondo de su denuncia profética…” (Dios habla desde el Sur, Primer Encuentro Nacional de Laicos y Laicas de Osorno, 14 de junio de 2015).
En medio de las tensiones propias de la envergadura y el impacto que tiene una peregrinación del Obispo de Roma a estas lejanas tierras, nadie pone en cuestión el rol y la competencia del Embajador Fernández; lo que sí produce desconcierto y duda es por qué solo al tema “demanda marítima boliviana” se le asigna una alta prioridad, evitando otros genuinamente cristianos y vivencias sociales que afectan cotidianamente al conjunto de la nación chilena, que se caracteriza por ser acogedora, demócrata y cristiana.
Dicho en síntesis; creo que no es bueno para el país, ad portas de la visita apostólica del Papa, el estilo, las prioridades y el eco comunicacional que parece privilegiar, unilateralmente, el Embajador de Chile ante la Santa Sede.
*Laico Ignaciano – Osorno / Chile