«¿En qué circunstancias se encontró por primera vez con Esther Ballestrino de Careaga?», le preguntó el juez.
Sentado tras una mesa rectangular de madera oscura, el monseñor no esperó la seña de su abogado. Por primera vez durante el interrogatorio pareció emocionado. Levantando la mirada y buscando las palabras más apropiadas, respondió.
«Era la jefa del laboratorio de análisis químicos donde trabajé entre 1953 y 1954, y se creó una fuerte relación de amistad entre nosotros. Era paraguaya».
El arzobispo se detuvo, sabiendo que las cosas no acabarían allí. Que el juez Zamora querría profundizar. Lo mismo que las otras personas presentes, desde los abogados de las familias de desaparecidos hasta los activistas de derechos humanos, no se contentaría con respuestas telegráficas.(…)
El padre Jorge tenía 42 años cuando hicieron desaparecer a Esther. Él era el Superior de la provincia argentina de los jesuitas y en esos años había tenido que ocuparse de numerosos perseguidos, ofreciéndoles protección y una vía de escape de la Junta Militar.(…)
En 2015, durante la visita al Paraguay, el Papa Francisco tuvo un encuentro fuera de programa. Un abrazo afectuoso después de tantos años con las hijas de Esther Balestrino de Careaga. «No lo veíamos desde que nos devolvió los libros de mi madre». No es un detalle sin importancia sino una novedad que resulta incluso apasionante. Porque completa el rompecabezas y revela un poco más quién es Jorge Mario Bergoglio.
Durante muchos años el jesuita había conservado sin que nadie supiera la herencia de Esther. Se había preocupado de que no se perdiera ni una página. Eran libros que Esther había leído, repasado y subrayado. Libros que amaba y con los cuales había reflexionado. Por cuanto apartado se hubiera mantenido el futuro Papa de las teorías marxistas, el padre Jorge los ocultó y los protegió como si fueran personas. Tal vez porque aquellas ideas, tanto si las compartía como si no, eran el signo distintivo de una mujer excepcional. Una mártir de los derechos humanos. La mujer que decidió confiar su patrimonio de ideas a Jorge Mario Bergoglio, el aprendiz de químico que llegó a ser Papa. (…)
Quienes relatan el encuentro son Ana María y Mabel Careaga, recordando precisamente aquellos años de trabajo «en los laboratorios Hicketer Bachman de Buenos Aires», y agregan que le regalaron al Papa una poesía de Eduardo Gaelano sobre las Madres de Plaza de Mayo y un libro con la historia de los paraguayos desaparecidos en Argentina en los años de la dictadura. (…)
«Esther me enseñó a ser cuidadoso cuando hacía los análisis químicos, tenía mucha paciencia. Despertó en mí la curiosidad por la política mundial. Me prestaba libros. Recuerdo como si fuera hoy el análisis geopolítico que hizo cuando me explicó la ejecución de los cónyuges Rosemberg». (…)
Ethel y Julius Rosenberg fueron los únicos estadounidenses condenados a muerte por espionaje. El juicio fue uno de los más resonantes de la historia de Estados Unidos. Eran los años de la caza de brujas desencadenada por el senador anticomunista Joseph McCarthy. Los mensajes interceptados por la CIA se remontaban a los años 1943-1945, pero se había mantenido el secreto para que los soviéticos no supieran que su código estaba en manos de los estadounidenses.
*Anticipamos aquí un fragmento del libro “Bergoglio e i libri di Esther. L’amicizia tra il futuro Papa e la rivoluzionaria desaparecida” de Nello Scavo, editado por Città Nuova. En el libro, el periodista de Avvenire reconstruye una historia que arroja nueva luz sobre el pasado y la personalidad del Papa Francisco.