Hace un mes los vecinos de Rocinha – la favela más grande de Río de Janeiro y una de las mayores de Brasil – despertaron con el estrépito característico de una guerra: los disparos cortaban el silencio. Por las calles y callejones del barrio corrían docenas de criminales armados con fusiles y pistolas sin que la Unidad de Policía Pacificadora (UPP) intentara detenerlos. Era la banda de Antonio Francisco Bonfin Lopes, alias Nem, que trataba de expulsar de la favela a su ex cómplice Rogério Avelino da Silva, alias Rogério 157, el criminal más buscado de Río de Janeiro. El enfrentamiento entre ambos comenzó a raíz de una lucha de poder en la favela, que también es un rentable depósito de drogas en la zona sud carioca. Nem – que está purgando una pena en la cárcel federal de Porto Velho (estado de Rondônia) – no consiguió lo que quería y Rogério, después del golpe, terminó cambiando de bando: abandonó la Amigo dos Amigos (ADA), agrupación criminal comandada por Nem, y buscó refuerzos en el Comando Vermelho (CV). Desde entonces, Rocinha está dividida entre las dos bandas. En la parte baja, el ADA sigue controlando el tráfico. En la parte alta, el CV ya ocupó los principales puntos de venta.
En el medio de las dos bandas rivales se encuentran los habitantes – más de 70.000, según el Censo del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística de 2010, y 100.000 según el Censo de las Favelas que realizó el gobierno del estado carioca. Desde que empezó la guerra, ellos perdieron los servicios y ganaron una compañía constante: el miedo. “Tengo miedo de que lleguemos a un punto que ya hemos vivido antes de que llegara la UPP: quedar por la calle sin poder ir a casa cuando volvemos del trabajo, por culpa de la balacera”, contó un vecino al diario O Globo.
A principios de octubre la sucursal bancaria de la Caixa Econômica Federal que se encuentra en la favela suspendió sus actividades debido a la violencia en la zona. Cuando los tiroteos son constantes, dejan de cargar los cajeros electrónicos y tampoco se realizan las reparaciones de emergencia, como los transformadores eléctricos afectados por los disparos, debido a la falta de seguridad para los equipos de mantenimiento. “La gente tiene la sensación de haber sido abandonada. Quedar a oscuras por dos o tres días no es fácil. Hay días en que, si hay tiros, no funcional los moto taxis ni los buses escolares. Cierran las escuelas y las guarderías, lo mismo que los puestos sanitarios. Nos quedamos sin saber cómo movilizarnos. Los criminales están libres y la gente está presa, no tiene derecho a ir y venir”, dijo otro vecino a O Globo.
A los habitantes de Rocinha les preocupa quién tendrá el mando cuando termine la guerra entre las bandas. Para los que viven en la comunidad no hay duda de que el gobierno está en manos del tráfico, no de la Prefectura, el gobierno del estado o federal. Son los traficantes los que encuentran en la puerta todos los días. Por eso, la posibilidad de que el Comando Vermelho pueda fusionarse con Rogério 157 para hacer frente al ADA produce escalofríos. El Comando Vermelho da miedo porque es mucho más violento.
La Policía Militar empezó a actuar en Rocinha desde el principio de la batalla, y a partir de entonces hizo incursiones diarias en la comunidad. Actualmente hay 550 hombres de batallones y Unidades de Policía Pacificadora que patrullan no solo la favela sino también la autopista Lagoa-Barra que la rodea. En el último balance divulgado por la Policía Militar se contabilizaban diez muertos, 27 presos y siete menores detenidos, junto con 19 fusiles, tres ametralladoras, cinco carabinas, 21 pistolas, 39 granadas y más de dos toneladas de droga incautada. También asignaron 950 hombres de las Fuerzas Armadas para actuar en Rocinha en los momentos más críticos: entre el 22 y el 29 de septiembre; y en operativos puntuales los días 10 y 11 de octubre.
Soluciones. Para Ignacio Cano, coordinador del Laboratorio de Análisis de la Violencia de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, “cuando se implementa una intervención federal, como la de las Fuerzas Armadas, resulta claro que se está actuando de manera impulsiva y no coordinada. Al no haber una planificación clara, las autoridades terminan “reaccionando igual que siempre”. “La presencia del Ejército no cambia nada, simplemente crea la apariencia de que el gobierno está haciendo algo”.
José Vincente da Silva Filho, ex secretario nacional de seguridad, considera que el cerco de la Policía en Rocinha debe ser más duradero. “Los policías abordan a las personas, controlan mochilas, bolsas y portaequipajes. El cerco debería ser de larga duración para tener efecto, para cortarle el oxígeno al crimen. Tres meses sería el mínimo”, afirma. Según Silva Filho, el cerco disminuye las acciones de confrontación: “No se restablece la seguridad con operativos, entrando en la favela y provocando enfrentamientos. Se requiere una acción paciente”. Silva piensa que también falta coordinación entre las diferentes estrategias de seguridad de la ciudad. “Sigue existiendo el viejo problema de la inteligencia, pero esta situación requiere una enorme cooperación entre la policía y la Fuerza Nacional, cosa que no ocurre”. Para terminar, lamenta que “hoy Rocinha constituye un fracaso social”.
Ignacio Cano concuerda con el ex secretario de Seguridad Nacional: “La verdad es que el Estado necesita volver a disponer de recursos, retomar el proyecto de pacificación de las favelas, que fue desmantelado, y empezar a ocuparse de la parte social, lo que no hizo antes”. Por lo que se refiere al paquete social, el gobierno federal está preparando medidas para combatir la violencia en las favelas de Río de Janeiro cuyo principal objetivo serán los jóvenes. Pero por ahora nadie sabe cuándo se pondrán en marcha. Las acciones sociales se orientan también a la inclusión de los jóvenes de las favelas en el programa de las Fuerzas Armadas (Profesp) que ofrece asistencia médica y odontológica, alimentación y promoción del deporte.
Iglesia. En una carta abierta, los obispos de la diócesis de Río de Janeiro, encabezados por dom Orani Tempesa, lamentan la “catástrofe social” en la ciudad. “Como pastores no podemos dejar de sentirnos afectados por las lágrimas que provocan tantas situaciones precarias relacionadas, entre otras cosas, con el área de la seguridad”. Afirman que ven “una ciudad con una mentalidad malsana, que no respeta la vida, que no respeta al otro”. Los obispos piden a la sociedad que reaccione ante los constantes problemas de seguridad que ocurren en la ciudad y afirman que la situación es “ultrajante”. “Queremos promover la cultura de la vida. Frente a esta cultura de la muerte y de la violencia, invitamos a todos los cristianos a ser testigos y difundir la idea de que un nuevo tiempo es posible. El mal se vence con el bien. Se puede derrotar la cultura de la muerte”, afirman. Los obispos invitan entonces a las parroquias, las comunidades católicas y los movimientos para que “abran sus puertas y salgan, como una iglesia samaritana, una iglesia de campaña, una iglesia en misión, en busca del que está sufriendo por las diferentes formas de violencia en este momento”. La carta termina pidiendo el esfuerzo de todos para buscar soluciones rápidas que permitan aliviar el sufrimiento de las personas.