Recuerda muy bien aquel 13 de marzo. Estaba en una concentración en AppianoGentile junto con el resto del equipo. Se había hecho de noche, la niebla cubría el campo y los edificios, habían cenado y estaban conversando, haciendo bromas y hablando con la familia por teléfono. Nada de televisión, como dicen las reglas, aunque toda Italia y el mundo entero estaban pendientes de la chimenea del Palacio Apostólico vaticano: esperaban atentos, para ver si aparecía el humo blanco, para saber si habían dejado de ser huérfanos. El teléfono empezó a vibrar. Un mensaje. «Felicitaciones Papa argentino». Enviado por el presidente Moratti. Ni siquiera tuvo un segundo para digerir la noticia y junto con todos los compañeros ya estaban prendidos de la pantalla. Todos los argentinos: él,Cambiasso, Palacio, Samuel, Milito y también el resto, mudos de asombro, fascinados por el compatriota con el que pocos habían estado personalmente pero todos conocían. Era el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, uno de ellos. Después vino el saludo, la tonada familiar de las primeras palabras, el orgullo de provenir, como el nuevo Papa, «del fin del mundo». Y ese gesto tan propio de él: el obispo que pide la bendición del pueblo. Como hacía por las calles polvorientas de la villa, cuando las ancianas cargadas de años y sabiduría ponían sus manos arrugadas sobre la cabeza de los jóvenes sacerdotes. La Iglesia y el mundo descubrían a Francisco. Javier Zanetti, capitán del Inter, volvía a ver, en aquel hombre mayor vestido de blanco, el rostro de los párrocos que caminaban por el barrio, los que celebraban misa en Santa Catalina, la parroquia de su infancia con paredes blancas y una cruz inconfundible, los sacerdotes que enseñaban el catecismo y después gritaban su nombre en el campito donde jugaban al fútbol. En el nuevo pontífice reconocía el estilo directo y sencillo del que no ha olvidado de dónde viene, del que está acostumbrado al cansancio y al dolor, y sabe enjugar las lágrimas y devolver la sonrisa. Y además estaba muy seguro de una cosa: como argentino, tenía que gustarle el fútbol.
En el libro que escribió con Gianni Riotta, Giocare da uomo (Jugar como un hombre, N.d.T.), usted cuenta que en el primer encuentro que tuvieron el Papa le recitó los nombres del equipo de San Lorenzo.
Sí, es cierto. Es un fanático del futbol y me di cuenta de que tiene una memoria impresionante. Todos saben que es hincha de San Lorenzo, y cuando nos encontramos me dijo todos los nombres del equipo que tenía hace cuarenta años, de memoria. «Farro, Pantoni, Martino…», un equipo que pasó a la historia cuando le ganó a Boca Juniors y ganó la copa de 1946. Entonces empezamos a hablar de fútbol. Le conté un poco mi historia en el Inter, aunque me llevé la sorpresa de que ya conocía la mayor parte, y después lo que hice en Nacional. Entonces aproveché para regalarle mi camiseta, para hablarle de los proyectos sociales que empezamos con la Fundación, y de pronto todo fue fantástico.
¿Cuándo fue la primera vez que estuvo con él?
Inmediatamente después que fue elegido, en marzo de 2013. Me habían entrevistado en Radio Vaticana; como argentino, había declarado que estaba feliz y hablé de las esperanzas que despertaba en mi país y en la Iglesia la elección de Bergoglio; al terminar dije que esperaba poder encontrarme con él muy pronto. Entonces recibí la invitación para ir a Santa Marta. Llevé también a mi familia, mi esposa Paula y mis tres chicos: Sol, la mayor, Ignacio y Tomy, que tenía pocos meses. Viajamos desde Milán y llegamos muy temprano. Creo que la cita era a las diez, pero nosotros llegamos antes y estuvimos esperando afuera, ansiosos. Y después fue algo fantástico.
¿Cuál fue la primera sensación que tuvo?
Me encontré con un compatriota, con una persona muy sencilla, abierta, apasionada por el fútbol. Debo decir que sentí una emoción enorme al verlo de cerca, al poder estar con él durante más de una hora, hablando «nuestro» idioma y estar con alguien que realmente era especial. No lo conocía, y para mí fue una felicidad doble tener esta oportunidad. Me di cuenta de que tenía delante una persona extraordinaria, de grandes valores.
Seguramente el Papa conocía su trayectoria deportiva. Con sus ciento cuarenta y cinco partidos en la Selección argentina, usted es el jugador con el mayor número de presencias en la historia de la Selección albiazul y, como nos está confirmando, Francisco es un fanático del fútbol. ¿Se mostró curioso, apasionado, se comportó como un hincha?
Fue tan natural, que parecía que nos conocíamos de siempre. Que es un fanático de fútbol es algo sabido, pero no imaginé que tanto. Cuando le regalé mi camiseta me dijo: «Esta va al museo». Realmente fue una experiencia única, tener delante al hincha número uno del mundo.
¿El Papa conocía sus apodos,Pupi, El Tractor?
No, pero le conté sobre la Fundación Pupi, un hermoso proyecto social que lleva en el nombre el apodo que me pusieron cuando jugaba de chico en Talleres, el primer club argentino al que pertenecí. Le conté por qué me pusieron ese sobrenombre, Pupi. Una cuestión práctica: había demasiados Javier en el equipo y cuando el entrenador Norberto D’Angelo me llamaba, se daban vuelta cinco. Entonces decidí apropiarme del sobrenombre que le daba su noviecita a mi hermano Sergio, que había jugado antes que yo en ese mismo equipo. Era como una broma. Pero en Argentina todos me conocen como Pupi y por eso quería que estuviera en el nombre de la Fundación. De allí pasamos a hablar de nuestro país, de todo lo que lamentablemente no funciona en Argentina. Y de todo lo que habría que hacer.
¿Cómo le presentó a Francisco la Fundación que usted ha creado junto con sus suegros, su padre y su esposa?
Le conté que habíamos empezado esta aventura en 2001, uno de los años más difíciles para Argentina. Él recordaba perfectamente ese momento tan duro para nuestro país. Había ocurrido una serie de cosas que nos habían hecho reflexionar y decidimos hacer algo por nuestra gente, particularmente por los niños. Éramos conscientes de que si queríamos cambiar el país teníamos que apuntar a ellos: empezamos en el barrio donde crecí, el Dock Sud, un barrio humilde, en la periferia de Buenos Aires, y vimos que había muchos niños que estaban sufriendo. Entonces reunimos asistentes sociales, voluntarios, entramos a la villa, tomamos los casos con riesgo más alto y empezamos a trabajar con treinta y cuatro chicos. Yo tenía un galpón muy grande, lo pusimos en condiciones y lo convertimos en la sede de la Fundación. Le conté al Papa las dificultades burocráticas, las trabas, los obstáculos y la situación social cada vez más complicada. Pero el final lo conseguimos y con el paso de los años fuimos creciendo muchísimo. Hoy recibimos en nuestras instalaciones, diariamente, a doscientos niños, y ayudamos en conjunto a más de mil personas.
¿Dónde trabajan?
En varios barrios de Buenos Aires. Empezamos con los niños, como dije, y después nos dimos cuenta de que no era suficiente. Muchos tenían cinco o seis hermanos y no era justo ayudar solo a uno: sentimos la obligación de involucrar a toda la familia. Para eso pusimos en marcha distintos tipos de proyectos. A los niños más pequeños los llevamos a la escuela a la mañana, los vamos a buscar, les damos de comer en la sede de la Fundación y a la tarde los tenemos ocupados en actividades complementarias. A través de Inter Campus, la asociación que desde 1997 realiza ayudas sociales y de cooperación en veintinueve países del mundo utilizando el fútbol como instrumento educativo, tenemos a los chicos ocupados en los campos deportivos. Tienen la posibilidad de hacer natación, básquet o cursos de música y de teatro. Después, alrededor de las siete de la tarde, los llevamos de vuelta a su casa. Le conté todo eso al Papa Francisco.
Cuando era arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio visitaba habitualmente las villas. Conoce muy bien las condiciones de vida y los problemas de las periferias; en su magisterio hace continuamente referencia al trabajo educativo con niños pertenecientes a comunidades de alto riesgo. Varias veces, hablando de sí mismo, se ha definido como “un cura de la calle”.
Sí, conoce perfectamente la realidad de las villas. Además, creo que él vivía cerca de una de las villas más grandes que tenemos en Buenos Aires. Sabe lo que quiere decir vivir en un barrio donde las calles no están pavimentadas, donde no hay luz ni cloacas, ni agua, en casas encimadas y precarias, fuera de la ciudad. Estuvimos de acuerdo en que era necesario afrontar el problema. Lamentablemente los que gobernaban el país en los momentos más duros de la crisis económica miraban para otro lado, indiferentes a los problemas de miles de personas que llegaban a la capital en busca de trabajo. Cualquier esfuerzo que se haga para buscar una solución al problema de las villas es bienvenido. A través de los años fui involucrando a muchos amigos en esta misión: muchos deportistas empezaron a hacer donaciones, y también otras personas de buena voluntad. Todos los años organizo un evento en Argentina para reunir fondos. La Fundación Pupi se financia solo con aportes privados. El Inter me dio una grandísima mano para empezar, mis compañeros de aquella época no me dejaron solo y ayudaron como podían. Y seguimos trabajando sin descanso.
Javier Zanetti es un hombre exitoso, una estrella del mundo del deporte. Proviene de una familia humilde, pero ha ganado mucho en la vida. ¿Siente el peso de su historia afortunada? ¿Cree que tiene alguna responsabilidad con respecto a los que no la tuvieron?
Creo que el tema de la responsabilidad social, y hablé de eso con el Papa, es fundamental. El que ha recibido más debe devolver de alguna manera. Es una cadena que se alarga para salir al encuentro del que más lo necesita. Y en nuestro encuentro con el Papa, Paula y yo expresamos nuestra convicción de que solo la educación puede cambiar el futuro de un país. Francisco estaba de acuerdo con nosotros en que hay que cambiar el rumbo, cambiar las estrategias, invertir en las nuevas generaciones, hacerlas crecer con valores sólidos que les permitan llegar a ser “personas de bien”. Tengo tres hijos que tienen el privilegio de poder estudiar, de tener siempre un plato de comida, de ser amados y acompañados por una familia unida. Trato de hacerles comprender que no hay que dar las cosas por descontado y que son privilegiados. Además, no olvido mis raíces; siempre que pueda voy a dar una mano.
¿Alguna vez llevó a sus hijos a las villas?
Sì, a mi hija Sol, que ahora tiene once años y empieza a comprender que no todos los niños tienen la suerte que tiene ella. La llevamos a la sede de la Fundación, para que aprenda que no hay que dar las cosas por descontado, que ella tiene que ganarse sus derechos, con sacrificio y trabajo. Eso fue lo que me enseñaron a mí en el Dock Sud, mi mamá Violeta y mi papá Rodolfo. Creo que el núcleo familiar es vital; por eso algunos proyectos de apoyo están destinados especialmente a los padres de nuestros niños. No regalamos dinero, no queremos fomentar el asistencialismo, sino que invertimos para que aprendan un trabajo, una actividad, para que puedan mantener a su familia.
¿Qué resultados han obtenido? ¿Lo que ustedes hacen tiene incidencia real en el tejido social de las villas?
La respuesta es positiva. Muy positiva. En el último año todos los niños que tenemos a cargo pasaron de grado sin ningún tipo de problema. Para nosotros ese es un resultado extraordinario. Le diré algo más: uno de los primerísimos niños que asistieron a nuestros cursos, después de estar quince años en nuestra Fundación hoy es voluntario con nosotros. Son historias como estas las que nos alientan, nos confirman que estamos trabajando en la dirección correcta y, obviamente, nos hacen felices.
¿Hablaron de la situación política en Argentina? A veces acusan al Papa de ser “comunista” por su compromiso social, por el deseo de justicia, por el amor a los pobres. ¿Le parece que es cierto?
Simplemente pienso que la preocupación del Papa es provocar la conciencia de los que tienen el poder en nuestro país y en el mundo. En Argentina los dirigentes no son conscientes de la desesperación que se está instalando en la gente. No ven la pobreza creciente, los niños que no van a la escuela (casi el 50% en algunas zonas urbanas), la desocupación, el aumento de la criminalidad, la difusión de todo tipo de drogas, el abuso del alcohol, en fin, todas las cosas que no funcionan como deberían funcionar. El Papa provoca a los que tendrían la posibilidad de cambiar esta situación dramática y no lo hacen. Tiene sentido común y un verdadero interés por el bien común. Es una persona que está atenta, incluso en los detalles, cuando se trata de defender los derechos del pueblo.
Argentina espera que el Papa vuelva a casa para hacer una visita. Él posterga el viaje. ¿Por qué cree usted que es importante que el Papa vaya a Argentina?
Para el país será algo fantástico. Yo tuve la oportunidad de verlo de cerca, pero mis amigos solo lo ven por televisión. Argentina lo espera ansiosa, quiere gritarle todo su amor. Todo el afecto que le daban cuando era obispo de Buenos Aires ha crecido después que fue elegido, junto con el orgullo por el primer Papa latinoamericano. Es natural que quieran tenerlo cerca. Sé que él es una persona humilde y también comprendo que no quiera exhibirse. No piensa como una estrella, pero el pueblo argentino lo espera para hacerle sentir todo lo que tiene en el corazón. También comprendo que haya querido esperar que pasen las elecciones, los cambios políticos. El riesgo de ser instrumentalizado siempre existe. Comparto sus preocupaciones: el pontífice no debe ser tironeado de un lado o de otro, es un recurso único en el mundo, fuente de inspiración para muchos, no puede ser considerado a favor de una sola parte. Comprendo su temor. Pero estoy seguro de que, cuando llegue el momento, volverá a casa. Aunque sea por pocos días. Y yo estaré allí.
De: “Ho incontrato Francesco. Papa Bergoglio raccontato dai protagonisti del nostro Tempo”, di Alessandra Buzzetti e Cristiana Caricato, Edizionin Paoline, ottobre 2017