Un hijo no reconocido, denunciado por una ex amiga aunque después la Justicia declaró que era una falsa calumnia, y un porcentaje del 51,3% serían, según el Presidente de Bolivia Evo Morales, las únicas razones que le impiden volver a presentarse para un cuarto mandato presidencial, de 2020 a 2025. Esto puede parecer extraño, pero sin duda es real. Evo Morales, elegido por primera vez en 2005 y ganador de otras dos elecciones con métodos no siempre del todo claros y transparentes, ha vuelto a declarar su irrefrenable deseo de ser reelegido por cuarta vez en 2019. Si así fuera, significa que podría gobernar hasta 2025.
Pero al presidente Morales el 51,3% del pueblo boliviano le dijo con toda claridad, en el referéndum del pasado mes de febrero, que “tres mandatos son más que suficientes”. El político ha explicado que en realidad el pueblo apoyaba la reforma constitucional que él se disponía a realizar, pero el escándalo de que le atribuyeran un hijo “no reconocido” habría jugado en contra y por eso la oposición consiguió más del 51% de los votos.
En un segundo momento la Justicia aclaró esta complicada historia, diciendo que la mujer – representante en Bolivia de varias empresas con contratos millonarios en el país, hoy arrestada y con numerosos juicios abiertos en su contra – había inventado esa historia, en un juego de chantajes entrecruzados. De todos modos la imagen de Morales está deteriorada porque siguen pesando contra el Presidente graves sospechas de corrupción.
En los últimos tiempos este tipo de situaciones se han vuelto habituales en América Latina. Varios presidentes han adquirido la nociva “costumbre” de hacerse reelegir a cualquier precio. Es una práctica ajena a la tradición democrática de la región, severamente prohibida en las primeras Cartas Constitucionales postcoloniales precisamente para evitar excesos que la historia latinoamericana recuerda dolorosamente. Desde hace algunos años, en cambio, una de las características del populismo latinoamericano más grosero y chocante es precisamente la reelección del líder carismático, dispuesto a cometer cualquier infamia con tal de lograr su objetivo. Numerosos gobernantes lo intentaron y consiguieron permanecer dos o tres mandatos, otros lo intentaron y fracasaron. Evo Morales, político sin escrúpulos y a veces sin sentido de la medida, ha decidido, pese a todo, volver a intentarlo recurriendo a tres vías posibles.
A la espera de que estas posibles vías políticas y pseudo jurídicas lleguen a concretarse (si es que pueden concretarse), Evo Morales ya comenzó su campaña presidencial, y lo mismo que en las anteriores oportunidades, en fuerte polémica con la Iglesia Católica. En repetidas oportunidades los obispos han declarado que el propósito del Presidente de buscar la reelección es contrario al sentimiento y la voluntad del país, un país que en numerosas circunstancias ha manifestado que no aprueba ni las políticas que se están implementando ni las que se propone implementar. Obviamente Morales y sus partidarios respondieron con dureza, como siempre, y volvieron a poner en marcha – con el habitual desconocimiento de la relación entre la Santa Sede y el Episcopado local – el mecanismo de “bypass”, imaginando que una presunta “amistad personal del Papa con el Presidente” resolverá el problema de la oposición de los prelados. Entonces Morales, sin tener una razón objetiva, adecuada y necesaria, ha decidido auto invitarse e irrumpir en el Vaticano a mediados de diciembre para encontrarse con Francisco.
Aunque lo niegue, resulta evidente que el objetivo político es tratar de involucrar al Santo Padre en su cuarta campaña electoral, o mejor dicho, ir en busca de una palabra o un gesto que pueda presentar en su patria como señal de apoyo del Papa. En el pasado, Morales ya ha demostrado ser muy capaz de acrobacias políticas de ese tipo y seguramente, considerando la proximidad de la visita de Francisco a Chile y Perú, el Vaticano estará muy atento a evitar que Morales “hable” en nombre del Papa o difunda en Bolivia presuntos consejos o palabras de apoyo que nunca salieron de la boca del Pontífice.
El artículo 168 de la Constitución patrocinada por el mismo Morales no permite más de dos períodos presidenciales. Morales está cumpliendo el tercero, y para poder ser elegido para este mandato extraordinario el presidente boliviano obtuvo una autorización especial del Tribunal Constitucional, afirmando que era candidato “por primera vez” ya que en ese período el país había cambiado de nombre – de República de Bolivia pasó a ser Estado Plurinacional – y por lo tanto era una nueva entidad, distinta de la anterior República.
Morales tiene actualmente tres vías para lograr su objetivo:
a) Una reforma constitucional de origen popular con la presentación de las firmas del 20% del Registro electoral (aproximadamente 1.300.000 sobre un total de 6 millones de electores).
b) Una reforma constitucional de origen parlamentario que debe ser aprobada con un referéndum popular, que seguramente sería rechazado como el anterior.
c) Una renuncia de Morales seis meses antes de que termine el mandato, y después de un intermedio en el que asume otro político, presentar una nueva candidatura a la presidencia. Pero esta maniobra requeriría ser aprobada por una sentencia del Tribunal Constitucional.
La prensa boliviana habla de un Evo Morales que todavía está indeciso sobre la vía que piensa utilizar y está estudiando todas las posibilidades. Hace pocos días el partido del Presidente, Movimiento para el Socialismo (MAS), presentó al Tribunal Constitucional una solicitud de revisión de los artículos de la Constitución que prohíben la reelección ilimitada. La Iglesia manifestó que esta acción supone “un gravísimo daño a la democracia del país”. Numerosos políticos, partidos y ex presidentes adhirieron a la condena, aunque parece haber sido estólidamente ignorada por el directo interesado.
La mayoría de los analistas y expertos en la realidad boliviana consideran que Morales seguirá adelante sin escuchar ni siquiera los consejos de otros líderes latinoamericanos amigos. El Presidente – que en el pasado estaba muy orgulloso de la mesura de su carácter “indio”, cualidad de gran valor y utilidad puesta al servicio de su país, donde muchas veces la política estuvo dominada por figuras violentas provenientes del ámbito militar y de los grandes terratenientes extranjeros y nacionales – hoy parece expresar otras facetas, a veces desconcertantes, lo que no constituye un buen presagio para el futuro de Bolivia ni para su convivencia pacífica. Morales cree que la única verdadera “consagración histórica” para él es un cuarto período presidencial que, curiosamente, considera un derecho que las oligarquías dominantes le niegan, incluyendo la Iglesia Católica, a la que siempre consideró “al servicio del imperialismo estadounidense”.