En el estado actual de la situación, no parece que la renuncia del cardenal venezolano Jorge Urosa, arzobispo de Caracas, quien cumplió 75 años el lunes 28 pasado y debe presentarla por haber llegado al “límite de edad” (CDC canon 401), pueda cambiar de alguna manera la posición de la Conferencia Episcopal Venezolana. Como es sabido, desde hace algunos años el órgano de los obispos es fuertemente crítico del gobierno encabezado por el jefe de la junta cívico-militar Nicolás Maduro. A diferencia de lo que muchas veces dice la prensa, el progresivo y definitivo enfrentamiento de la Iglesia católica venezolana con los gobiernos del “socialismo bolivariano del siglo XXI”, plataforma programático-estratégica del “chavismo” fundado por Hugo Chávez (fallecido en 2013), no se reduce al último período, desde 2013 hasta hoy, cuando el “delfín” de Maduro accedió al cargo del “gran líder” difunto.
En realidad, la Iglesia venezolana es crítica y contraria al “chavismo” desde siempre, desde el momento mismo en que un tal Hugo Chávez apareció en el escenario político local en 1992 encabezando un golpe militar, que fracasó, contra el Presidente Carlos Andrés Pérez. Algunos gestos de acercamiento entre la Iglesia y Chávez se registraron en los años en que el militar, ya convertido en líder político, cumplía en la cárcel la condena por atentar contra el orden constitucional. Después, en 1999, cuando Chávez juró como Presidente elegido democráticamente por una gran mayoría, comenzaron a incrementarse gradualmente los desacuerdos, las controversias y las tensiones. Desde un comienzo, la cuestión central para la Iglesia local siempre fue, incluso en el caso de la nueva Constitución bolivariana, la fuerte tendencia del chavismo a las prácticas que se suelen denominar “democracia directa”, que en definitiva siempre implican conductas autoritarias y cada vez menos democráticas.
Este fue, por otra parte, uno de los temas que se discutieron en la audiencia que Benedicto XVI concedió a Chávez el 8 de junio de 2010. El encuentro, bastante tenso, concluyó con la entrega sorpresiva de una carta autógrafa del Papa Ratzinger donde, según lo que se pudo saber, el Pontífice resumía orgánica y metodológicamente, con extrema puntillosidad, los puntos de la larga controversia entre el régimen chavista, los obispos y la Sede Apostólica misma (sobre todo en materias tales como el nombramiento de los obispos, en la cual el gobernante pretendía tener derecho a una “voz especial”).
El cardenal Jorge Urosa tomó posesión de la arquidiócesis de Caracas a fines de 2005 por voluntad de Benedicto XVI, quien lo transfirió a la ciudad capital desde Valencia. Su predecesor, entre 1995 y 2005, fue el cardenal Ignacio Antonio Velasco García. Cuando asumió Urosa los desacuerdos y controversias con el chavismo eran muchos y serios. El nuevo arzobispo, como diocesano de Valencia, estaba perfectamente al tanto del itinerario tortuoso de las relaciones bilaterales y había contribuido a elaborar los lineamentos fundamentales del Episcopado en relación a Chávez. En otras palabras, el cardenal Urosa siguió siendo en Caracas una persona fuertemente contraria y crítica del régimen chavista y con el paso de los años, especialmente después del derrumbe devastador del liderazgo chavista a raíz de la muerte del dignatario, el comportamiento del purpurado se fue haciendo cada vez más hostil. Obviamente, la poca prudencia de Maduro no hizo más que acrecentar esa distancia y las controversias.
Desde hace algunos años la figura del cardenal Urosa se ha convertido en un eje central de la crisis venezolana. Su persona y su voz son familiares para el pueblo venezolano y para la opinión pública en general. Independientemente de la voluntad del cardenal, él es hoy el venezolano que encarna todo lo que en el país, en todos los sectores sociales, se rechaza de Maduro y de su dictadura cívico-militar. La misma Conferencia episcopal, encabezada por monseñor Diego Padrón arzobispo de Cumaná, tiene como punto de referencia al cardenal Urosa, y en los últimos años algunas diferencias que existían entre él y algunos obispos han desaparecido. Detrás del team Urosa-Padrón parece haber una unidad episcopal bastante monolítica, por lo menos en esta fase.
Dicha unidad, en torno a las posiciones que ya son conocidas, resultó muy clara para el Papa Francisco en el encuentro con los miembros de la Presidencia del Episcopado venezolano el 9 de junio pasado. A partir de aquel día, el Papa Francisco ha redimensionado sus intervenciones, que habían sido muchas desde el 21 de abril de 2013. En esa primera oportunidad el Santo Padre hizo la siguiente reflexión y exhortación: “Sigo con atención los hechos que están sucediendo en Venezuela. Los acompaño con viva preocupación, con intensa oración y con la esperanza de que se busquen y se encuentren caminos justos y pacíficos para superar el momento de grave dificultad que está atravesando el país. Invito al querido pueblo venezolano, de modo particular a los responsables institucionales y políticos, a rechazar con firmeza todo tipo de violencia y a entablar un diálogo basado en la verdad, en el mutuo reconocimiento, en la búsqueda del bien común y en el amor por la nación. Pido a los creyentes que recen y trabajen por la reconciliación y la paz. Unámonos en oración llena de esperanza por Venezuela, poniéndola en manos de Nuestra Señora de Coromoto”
En las últimas semanas el Papa ha pedido que se rece por el amado pueblo venezolano pero no hizo ninguna referencia a sus anteriores intervenciones. Parecería que Francisco y la diplomacia vaticana han tomado nota de que ya no existen ni siquiera las condiciones mínimas para auspiciar y exhortar al “diálogo” o para un eventual rol de la Santa Sede. No se trata de una renuncia o una marcha atrás. Para el Vaticano, el diálogo y la búsqueda de acuerdos consensuados, de manera pacífica y democrática, siguen siendo el único camino verdadero para superar la crisis. En todo caso la cuestión es otra: no darle a Maduro ninguna excusa para continuar con sus danzas acrobáticas, con esa actitud de estar de acuerdo en las palabras pero paralelamente tomar medidas para consolidar un régimen autoritario, que ya no se puede llamar democrático.
Como es sabido, hace algunos días en Moscú el Secretario de Estado, cardenal P. Parolin, hizo un fuerte pedido a la Federación Rusa para que asuma un rol más decisivo y favorezca en sus relaciones con Caracas una actitud de diálogo de parte del presidente Maduro. Para los rusos también parece ser una “misión imposible”.
Estas consideraciones son las que permiten prever, como plausible y probable, una confirmación del cardenal Jorge Urosa como arzobispo de Caracas al menos durante otros dos años. Por otra parte, el purpurado está intensamente comprometido en los aspectos humanitarios del conflicto, la mayoría de las cuales son verdaderamente graves, y esa dimensión, para el Papa y la Sede Apostólica, tiene muchísima importancia.