“Soy ladrón y vacilão (expresión brasileña que se usa para designar alguien que continuamente se equivoca, y en español se puede traducir como “tarado”, N.d.T)”. Esa frase fue tatuada en la frente de un joven de 17 años que dos hombres – uno de ellos tatuador – sorprendieron cuando trataba de robar una bicicleta en la ciudad de São Bernardo do Campo, en la Región metropolitana de San Pablo. El caso provocó opiniones encontradas: algunos expresaron su aprobación por la reacción del tatuador y otros un completo desacuerdo. Otra historia, un poco más vieja, también tuvo un efecto dramático y produjo un clamor popular: hace tres años una mujer de servicio doméstico fue golpeada hasta morir en la ciudad de Guarujá, en el litoral de San Pablo, porque la confundieron con una supuesta secuestradora de niños que practicaba rituales de magia negra. Después se descubrió que no existía ninguna secuestradora en la zona. Se trataba solo de habladurías difundidas de manera irresponsable en las redes sociales.
Estos son solo dos de los innumerables episodios que ilustran una triste realidad que existe en todo Brasil: la “justicia por mano propia”. La revista Cidade Nova, del Movimiento de los Focolares de Brasil, planteó este tema en la nota de tapa del número de agosto, consultando especialistas y tratando de encontrar una explicación sobre la razón por la cual Brasil se ha convertido en el escenario recurrente de este tipo de situaciones.
El reportaje ofrece un dato alarmante: en 60 años, un millón de brasileños estuvieron involucrados en hechos relacionados con la búsqueda de justicia por mano propia, lo que convierte al país en uno de los más proclives del mundo a este tipo de prácticas. “En Brasil el número de linchamientos va creciendo progresiva y geométricamente desde que terminó el Estado Novo (período en el cual el país fue gobernado por Getúlio Vargas, entre 1937 y 1946). Yo calculo que actualmente se produce en el país un linchamiento o un intento de linchamiento por día”, afirma el sociólogo José de Souza Martins, autor del libro Linchamentos: a justiça popular no Brasil.
Ahora bien, ¿por qué el linchamiento está tan difundido en Brasil? Algunas razones que señalan los especialistas en la materia son el descrédito de la población en la policía y en el sistema judicial, la polarización social y la inseguridad. “El linchamiento es un acto violento practicado por un grupo que se ha formado espontáneamente y sin organización previa, contra una determinada persona que se considera criminal. Generalmente el hecho se produce en un espacio público, congregando espectadores y más participantes”, afirma en el artículo la socióloga Ariadne Natal, investigadora del Centro de Estudios sobre la Violencia de la Universidad de San Pablo. Muchas veces el crimen vengado rompe los tabúes sociales y eso produce un clamor inmediato por el castigo, que por lo general es mucho más cruel que el previsto por la Justicia. “La Justicia se basa en el principio de proporcionalidad: cuanto más grave es el crimen, mayor es la cantidad de años que el acusado pasará en la cárcel. El linchamiento prescinde de eso y aplica no solo el homicidio sino también una gran dosis de sufrimiento, lo que de ninguna manera está previsto en la condena proporcional”, puntualiza Ariadne. La desproporcionalidad punitiva se produce porque las ejecuciones sumarias están más motivadas por un deseo de venganza que por un deseo de justicia. La víctima no tiene derecho a defenderse y los ritos de los procesos legales quedan completamente descartados durante el acto.
La impunidad es un factor que favorece el linchamiento. Ariadne afirma en la revista Cidade Nova que después de analizar 589 expedientes referidos a este tipo de casos ocurridos en el curso de 30 años en la Región metropolitana de San Pablo, solamente encontró dos sospechosos que llegaron a juicio. “No se acusa a nadie cuando termina el acto. Las personas consideran injusto que alguien deba responder criminalmente por el linchamiento. Como hay una serie de acciones que se superponen hasta llegar al resultado final, es difícil determinar las responsabilidades individuales”, afirma Ariadne. Otro factor es la naturalización de los linchamientos, que está presente en todos los estratos sociales porque la consideran una “reacción” legítima – y en algunos casos incluso heroica – de la población. “Hay cierta connivencia con la práctica”, señala la socióloga Luziana Ramalho Ribeiro, coordinadora del curso de especialización en Seguridad Pública y Derechos Humanos de la Universidad Federal de Paraíba.
Según su propia investigación, el artículo releva que los linchadores son personas comunes: trabajan, tienen una familia y buena salud mental. Sin embargo, en el calor del momento deciden seguir a los demás. En grupo, asumen actitudes que tal vez no asumirían si estuvieran solos. Por el contrario, la víctima del linchamiento tiende a tener un perfil más específico. Ariadne explica que la mayoría son jóvenes, de sexo masculino y viven en zonas periféricas. Por lo general los linchamientos ocurren en lugares de elevada vulnerabilidad social. “En ausencia del Estado, estos barrios concentran una fuerte idea de asociacionismo para resolver problemas en conjunto, tanto en educación, salud o tiempo libre…”, explica la socióloga. “Con la seguridad, no es diferente”.
A estos factores se suma una noción distorsionada de los derechos humanos, estigmatizada por una parte de la sociedad brasileña. “Existe la convicción de que si los acusados no gozaran de derechos humanos, todo se resolvería. La eliminación de estas personas es parte del discurso populista “un bandido bueno es un bandido muerto”, sigue diciendo Ariadne Natal. “Sin embargo no hay un solo estudio en el mundo que asegure que matando a las personas se puede lograr mayor seguridad”, sostiene.
Solución. Para difundir la idea de la igualdad de derechos y controlar la sed de venganza, el artículo plantea que la única alternativa es la educación. “Valorar las diferencias y verlas como algo positivo ayuda a restablecer las relaciones éticas y comunica a todos una sensación de pertenencia a la sociedad”, explica Irina Bacci, directora de la Defensoría Nacional de Derechos Humanos, órgano federal que recibe las denuncias por violaciones. Desarrollar el principio de alteridad, vale decir la capacidad de ponerse en el lugar del otro, también colabora para una educación focalizada en los derechos humanos, sostiene Luziana Ribeiro. “Tenemos que empezar a tomar distancia de algo que resulta familiar – a tomar distancia de la moralidad violenta que ve al otro como inferior o peligroso – y a familiarizarnos con lo que se considera extraño. No se puede vivir en una sociedad en la cual un mendigo, un ladrón o un violador no tienen nada que ver contigo”, afirma. El abogado Martim de Almeida Sampaio, coordinador de la Comisión de Derechos Humanos de la Orden de Abogados de Brasil, sostiene que es indispensable actuar sobre la causa del problema, disminuyendo las diferencias sociales con la redistribución de la riqueza, la expansión de la educación pública de calidad y la creación de un sistema tributario que permita llevar a cabo todo esto. “Con las cárceles y los homicidios solo estamos perdiendo tiempo. Tenemos que atacar la raíz del problema”, insiste. Considera que por medio del diálogo se puede recomponer la sociabilidad colectiva: “La punición no restaura el cuerpo social”, concluye.