La actualidad social y política de nuestro país se mueve hacia una serie muy variada de escenarios. Los acontecimientos ofrecen múltiples combinaciones posibles y en este momento ni las mentes más inquietas se atreven a prometer desenlaces automáticos. Vamos a suponer, un poco arbitrariamente, que son tres los desenlaces más probables.
Primer desenlace. Para entender la posibilidad de este desenlace es necesario hacer referencia al estado de incertidumbre que hoy está viviendo la población que se opone al gobierno. En estos ambientes, tanto los líderes como la gente común empiezan a considerar que la estrategia de la presión en las calles en base a trancazos y guarimbas está agotada, terminó por cansar a los convocables y dejó las cosas casi igual que como estaban antes. Esto no debe extrañar dada la desproporción de recursos con que cuentan los dos polos que se enfrentan. Además, tiene como resultado que cualquier evento de protesta deje una estela de muertos, heridos y detenidos víctimas de un tratamiento más que degradante. Nadie quiere vivir exponiéndose durante tanto tiempo a estas posibilidades.
En cuanto al gobierno, resulta sorprendente el hecho de que todo el rechazo nacional e internacional no sirva de disuasivo para atenuar su comportamiento dictatorial. El gobierno se comporta como si contara con un apoyo significativo en el seno de la población. En vez de disminuir su prepotencia y arbitrariedad, los gestos de rechazo nacional e internacional se responden con más abuso de autoridad, más crueldad, con más represión, más triquiñuelas, más vicios, más deshonestidad, más cinismo, más desprecio a la institucionalidad. La Asamblea Constituyente, a la gravedad de su imposición fraudulenta ha sumado un récord de actuaciones inconstitucionales.
Por parte de las mayorías más empobrecidas del país, el cinismo y la mediocridad de las estrategias del Gobierno para resolver los problemas más agudos está teniendo como efecto un objetivo muy preciado para un poder autoritario: la resignación, la impotencia, el acostumbrarse a sobrevivir en las condiciones más inhumanas, la inercia, el dejarse ganar para las limosnas, la incapacidad de una coherente reacción de protesta.
El Gobierno parece “atornillado” y en eso tienen una responsabilidad inexcusable los altos mandos de las Fuerzas Armadas. Pero considerando las penas que corresponderían a los hechos de corrupción que pesan sobre sus prontuarios, ellos están dispuestos a seguir apoyando incondicionalmente al régimen.
Una variable de este escenario sería el estallido social, una guerra civil. En este escenario los sujetos serían fundamentalmente ciudadanos civiles de diversos sectores, enfrentados entre sí hasta que el Gobierno lance a las Fuerzas Armadas a reprimir violentamente. Al final habríamos perdido todos de la manera más dramática.
Esta primera posibilidad es realmente deprimente. Nos trae al pensamiento lo que sucedió en Cuba, donde toda una estrategia nacional e internacional en contra de la Isla no logró impedir que el régimen haya celebrado más de medio siglo en el poder. De manera que para Venezuela la congruencia de estos factores podría estar llevando a la perpetuación del régimen.
Segundo escenario. La invasión extranjera. Especialmente de Estados Unidos y naciones latinoamericanas de apoyo. Lo primero que hay que considerar es que muy probablemente no sería una invasión incruenta. Es sorprendente, pero este desenlace goza de la simpatía de una parte, no sé si muy significativa, de venezolanos. Unos la apoyan porque están convencidos de que la concentración de poder fáctico por parte del Gobierno, la estrategia de los servicios de inteligencia y el chavismo organizado harán que el gobierno sea cada vez más blindado e inexpugnable contra cualquier enemigo interno. Desconfían además, con mucha razón, que los líderes de la oposición puedan, ellos solos, gobernar pacífica y establemente al país. Otros lo apoyan porque no tienen mucha información sobre lo que ha significado para el mundo este tipo de intervenciones norteamericanas. Las invasiones norteamericanas de los últimos cuarenta años han dejado a los países intervenidos más ingobernables que antes. El ejecutivo del gobierno estadounidense tampoco tiene las manos libres, ni dentro ni fuera de su propio país, para emprender en este siglo una acción tan temeraria. La principal preocupación proviene del perfil desconcertante del presidente Trump.
Esta alternativa solo serviría como una especie de paréntesis entre lo que tenemos ahorita y lo que tendríamos una vez que los marines regresen a su casa y dejen el país. Tendríamos además que soportar la rapiña internacional de nuestras ingentes riquezas, que efectivamente son el mayor atractivo para las naciones desarrolladas. Esto nos hace pensar que la presencia de esas fuerzas de intervención debería durar mucho más tiempo de lo que podemos suponer.
En el actual contexto nacional, para asegurar el éxito de una invasión habría que convertir el país en un gran cuartel estadounidense. Toda una humillación para el más pálido de los nacionalismos y un panorama muy oscuro para el país. El sector más poderoso y antinacional del país tendrían una vez más las bases legales para aumentar sus arcas mientras las mayorías empobrecidas seguirían en la misma situación. Estados Unidos impondría su neoliberalismo.
Tercer escenario. La instauración de un Gobierno de Salvación Nacional. Debería darse previamente, como condición imprescindible, un detonante, un evento extraordinario, que podría ser un pronunciamiento mayoritario de los sectores más sanos de las Fuerzas Armadas o un sorpresivo estallido de las mayorías empobrecidas del país que paralice pacíficamente la totalidad de la nación por tiempo indefinido. Lo más importante en ese momento es dejar al actual Gobierno a la intemperie para que se preste a negociar y a ceder parte del poder que hoy detenta. En ese momento y aprovechando dicha circunstancia, un grupo de ciudadanos representativos de todos los sectores del ámbito sociopolítico se autoproclamaría Gobierno de Salvación. Para quien sienta algún escrúpulo por la justificación constitucional que pueda tener este evento, habría que argumentar que el objetivo último es volver a la constitucionalidad que hemos perdido. Hay que dejar en claro que este Gobierno de Salvación es inclusivo de todas las fuerzas que actúan en el país, para no quedar inmediatamente enfrentados entre nosotros mismos.
Sabemos que este desenlace recibiría un fuerte respaldo internacional, que debería expresarse no solo como apoyo diplomático sino como auxilio efectivo para responder inmediatamente urgencias como el hambre, la falta de medicamentos, de piezas de repuesto para devolver operatividad a tanta maquinaria detenida, la liberación de los presos políticos y la rehabilitación de los que han sido deshabilitados. Una vez constituido este Gobierno de Salvación y que se haya empezado a atender los problemas más urgentes, habría que tomar decisiones más complejas como las referentes a la Asamblea Constituyente, la renovación de los poderes carentes de base constitucional y encontrar algunas pautas para un calendario electoral que no se debe planificar para un momento demasiado cercano, a fin de evitar cualquier tipo de episodio que conspire contra la unidad tan necesaria en estos momentos.
Bien, ahora nos toca pensar de qué manera puede cada uno de nosotros sumarse a esta tercera posibilidad. Nos encontramos en medio de variables hipotéticas, pero es innegable que en este momento existen condiciones reales que favorecen este tercer escenario.
*Jesuita, colaborador de la revista SIC del Centro Gumilla