Escribimos el día previo al Consistorio, que se realizará mañana, miércoles 28 de junio, circunstancia en la que el Papa argentino le conferirá la dignidad de cardenal a monseñor Gregorio Rosa Chávez, el primer salvadoreño que recibe la púrpura en la historia de esta Iglesia heroica. Se la ha dedicado a Romero, dando a entender que hubiera debido recibirla él. Pero no era el momento, la guerra civil desangraba el país, los ánimos e incluso la Iglesia de aquel pequeño país de América Central. Es fácil pensar que el Papa lo ha llamado a tan alto nivel de colaboración con la Sede apostólica por su cercanía con el beato Romero, del que fue amigo y hoy es su biógrafo. Rosa Chávez es de la misma opinión y lo dijo con toda claridad a Vatican Insider: “pienso que esta decisión del Papa es un homenaje a él y voy a recibir el birrete colorado en su nombre. Él mereció esto, Dios se lo dio antes, cuando le dio la purpura de su sangre martirial”. Romero fue mártir sin la púrpura; Rosa Chávez la llevará por él. “Yo no tenía escudo y tuve que mandar a hacer uno e incluí en él el elemento martirial, el elemento de Romero, porque creo que esta es la clave de lectura fundamental”, le confió al periodista Andrés Beltramo Álvarez. Y ayer, cuando llegó a Roma, repitió para TV2000 que se sentía “el cardenal de Romero; de qué modo, lo veremos después, cuando el Papa me diga porque tomó esta decisión”.
Gregorio Rosa Chávez, estudios superiores en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, con una licenciatura en comunicación social, será la memoria viva de Romero: “Romero fue atacado durante su vida con muchas calumnias y mentiras. Han tratado de borrar su memoria. Muchas personas sencillas han sido contaminadas con las calumnias contra Romero” (TV2000). Por eso ha escrito varios libros sobre el arzobispo asesinado y ha dado muchísimos testimonios sobre su persona. Tierras de América y Vatican Insider conversaron con él varias veces en estos años. La última fue en el mes de marzo. Y las respuestas que dio en aquella entrevista siguen siendo válidas hoy, cuando falta muy poco para otro acontecimiento relevante que movilizará a todo El Salvador: el centenario del nacimiento de monseñor Romero.
¿El próximo mes de agosto, centenario de su nacimiento, hablaremos del beato Romero o de san Romero?
¡Imagínese cómo esperamos nosotros la noticia! Para el Papa – basta leer la carta que envió al arzobispo y que se leyó al final de la ceremonia de beatificación – el mayor milagro de Romero sería que el país conquistara la paz. La receta del Santo Padre es: conocer el pensamiento de Romero, imitar su testimonio y pedir con auténtico fervor su intercesión. Mi mayor temor es que esperemos una canonización “gratis”, que no nos cueste nada; bastaría con que se aprobara el presunto milagro que acaba de ser presentado en Roma. Mi sueño es ver, poco a poco, que todo el país se pone en movimiento. El signo exterior más claro serían las peregrinaciones a los santos lugares de Romero, incluyendo el pequeño pueblo donde él nació hace casi cien años, Ciudad Barrios.
¿Pero usted espera la noticia de la canonización?
Personalmente no creo que ocurra nada en 2017. La fecha que me gusta es enero de 2019, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud que se realizará en Panamá. Ya hay precedentes, por ejemplo cuando el Papa Juan Pablo II visitó Canadá, Guatemala, y México en 2002, y en el primer país canonizó a Juan Diego y en el segundo al hermano Pedro de San José de Betancourt. Una fecha como esa nos daría tiempo de trabajar a fondo para logar lo que yo llamo “el milagro de la paz”.
Si el milagro humano se produce…
Es cierto, pero también hay un milagro que llamaría “moral” del que no se habla, y es que cuando monseñor Romero fue beatificado hubo una catarata de conversiones. Muchos vienen a pedir perdón porque han odiado a Romero o se alegraron por su muerte… es algo silencioso pero real. Y muchos admiten que se formaron un juicio negativo sobre él sin haberlo escuchado nunca, en base a cosas que decían terceras personas y que ahora comprenden que eran malintencionadas.
Hubo un caso que me ocurrió cuando fui a una escuela católica para administrar la confirmación. Cuando terminó la misa un hombre se me acercó para preguntarme si podía hablar conmigo. Me dijo que su padre, un destacado profesor de la Universidad Nacional de El Salvador que militaba en la izquierda, había sido asesinado. Mucho después supo que Romero había denunciado ese crimen. Y él había leído la homilía donde lo hizo. Me dijo: “Si defendió a un hombre justo como mi padre, él mismo debe ser justo”. A partir de ese momento, se convirtió.
Hay muchos casos como ese, y otros muchos seguirán manifestándose. En una escuela católica, un militar se me acercó y se puso de rodillas delante de mí. Me pidió perdón diciendo que “había deseado que Romero muriera”, pero ahora había comprendido que “era un hombre de Dios”.
Romero ha provocado un verdadero terremoto espiritual con una fuerte sacudida sísmica, como se dice en la jerga. Y eso es importantísimo para el proceso de canonización. Yo no tengo apuro.
¿Cree que todavía hay que esperar para el padre Rutilio Grande?
La relación que establece el Papa entre las dos figuras es clara, por lo menos en su corazón. Incluso la idea de canonizar a Romero y beatificar a Rutilio en el mismo momento. En México hizo dos beatificaciones en el mismo viaje, la de Juan Bautista y la de Jacinto de los Ángeles. De todos modos, Roma tiene toda la documentación, una excelente biografía de Rutilio como hombre de Dios, como pastor, amplia, atractiva y muy bien verificada.
Si lo dice usted, que conoce tan bien a Rutilio…
Fue mi profesor y mi formador. Rutilio es un jesuita atípico. Su talante es más bien el de un excelente párroco. Su visión de la Iglesia y de la pastoral estuvo muy marcada por un curso que realizó en el IPLA (Instituto pastoral para América Latina) que funcionaba en Quito, Ecuador, con una magnífica plana de profesores. Cuando volvió a El Salvador se propuso trabajar para que los campesinos recuperaran la palabra y su dignidad, en la perspectiva de los documentos de Medellín.
Hay un hecho que pocos conocen y que muestra sus extraordinarias dotes de pastoralista: me refiero al campo-misión que organizó y dirigió en la parroquia de Ciudad Barrios, con todos los que en es ese momento éramos estudiantes de teología. Curiosamente Ciudad Barrios es el pueblo donde nació monseñor Romero. ¿Quién podía imaginar que estas dos vidas se iban a entrecruzar diez años más tarde?
¿Por qué insiste en la pastoralidad de Rutilio?
Tenía una habilidad impresionante para hablarle a los campesinos, sabía ofrecer el mensaje de Cristo a gente sencilla y siempre dentro de un horizonte de búsqueda de la justicia. Lo aprendió de monseñor Proaño, el obispo de Riobamba, Ecuador, que fue candidato al premio Nobel de la paz. Uno de los pocos latinoamericanos que participaron en el Concilio Vaticano II. Como decía, Rutilio fue a Ecuador para participar en un curso de Proaño en Quito, y después fue con él a su diócesis de Riobamba, en la Cordillera de los Andes. Eso lo marcó profundamente. Sin Proaño, el apóstol de los indígenas, no se comprende a Rutilio, sus dotes de pedagogo y sobre todo su extraordinaria capacidad de inculturar el Evangelio en el mundo de los pobres y de los campesinos.
…y sin Rutilio no se comprende a Romero …
La mejor respuesta la encontramos en la homilía exequial que pronunció el arzobispo mártir en la catedral de San Salvador. En la introducción, monseñor Romero dijo que sentía a Rutilio “como un amigo”. Inmediatamente después explicó por qué: “En momentos muy culminantes de mi vida, él estuvo muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan”. A continuación trazó el perfil de Rutilio con las tres características que enumera Pablo VI en la “Evangelii Nuntiandi” sobre lo que aporta la Iglesia a la lucha de liberación: los verdaderos liberadores poseen “una inspiración de fe, una doctrina social que está a la base de su prudencia y de su existencia… y sobre todo una motivación de amor”. La forma como Romero aplica estos rasgos al hablar de su amigo, es conmovedora. Pero quisiera agregar otro elemento en respuesta a su pregunta: no se comprende a Romero sin Pironio. Pesa más Pironio que Rutilio en la vida de Romero. Romero dirigió el semanario Orientación y era muy reticente con la Conferencia de Medellín y muy crítico con la Teología de la Liberación. Romero empezó a comprender Medellín cuando Pironio, como secretario adjunto del Secretariado Episcopal de América Central y Panamá, predicó un retiro en Guatemala para los obispos de América Central en 1974…
¿Romero estuvo presente?
Sí, y se sorprendió mucho con lo que escuchó. En el diario de Romero se puede ver que cuando va a Roma para las audiencias con el Papa siempre pasa a visitar a Pironio. En Roma, como es sabido, Romero tuvo que enfrentar muchas acusaciones falsas y sufrir muchas incomprensiones, y siempre era Pironio el que lo consolaba e iluminaba su camino. En su diario, Romero detalla sus encuentros con Pironio después de ver al Papa. Casi siempre lleva un gran peso en su alma. En una oportunidad Pironio lo consuela contándole que él también ha sido acusado y que en Roma circula un panfleto titulado “Pironio pirómano”. Se puede decir que entre Pironio en vías de beatificación y Romero en vías de canonización hubo una alianza santa.
¿Con Romero se ha hecho justicia? Me refiero a la justicia judicial, la que debe encontrar los culpables del asesinato, juzgarlos y condenarlos.
Usted plantea un punto importante. Fue monseñor Rivera y Damas, gran amigo y primer sucesor de Romero, quien denunció ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos que ese asesinato nunca fue investigado a fondo por el gobierno. El gobierno rechazó la denuncia y nunca asumió una responsabilidad explícita y pública. Después de años de litigio, en la última sesión que presencié junto con María Julia Hernández (trabajó con Romero y dirigió Tutela Legal hasta su muerte, N.d.R.) el gobierno, por boca de su representante, concluyó más o menos en estos términos: nos hemos reconciliado, hemos firmado la paz, el caso ha prescrito, hay una amnistía, por lo tanto, archívese. Nosotros afirmamos la necesidad de perdonar, pero con verdad y justicia. Desde ese punto de vista nosotros consideramos que el mensaje de Juan Pablo II en 1997 “Recibe el perdón y ofrece la paz” es un documento clave para una Iglesia como la nuestra que fomenta la reconciliación. Plantea que hay dos líneas: una habla de perdón y olvido, la otra de verdad, justicia y perdón. En América del Sud se han aplicado ambas; donde se siguió la línea de perdón y olvido el resultado fue un fracaso; donde se siguió – como en Chile – una línea de justicia y perdón, se obtuvieron los mejores resultados. Personalmente agregaría un cuarto término: reconciliación, como en el esquema colombiano.
¿Y en el caso de Romero?
Hubo una amnistía que decretó el presidente Cristiani en 1993 según el criterio de perdón y olvido. Esta amnistía acaba de ser derogada. Se abrió de nuevo un espacio donde es posible investigar. Nos encontramos en ese punto. Pero sigue siendo una deuda pendiente. La sentencia de la Organización de Estados Americanos (OEA) pedía tres cosas fundamentales: primero, que el presidente de la república reconozca públicamente la responsabilidad del estado salvadoreño en el asesinato de Romero, y el presidente Mauricio Funes lo hizo; segundo, que se rindan honores públicos al nombre de Romero, y eso también se hizo, por ejemplo dedicándole el aeropuerto internacional de San Salvador; y tercero que se enseñe a los niños en la escuela la verdadera historia de Romero, pero justamente aquí nos encontramos con la necesidad de aclararla.
En la Comisión de la Verdad, el que hizo grandes progresos fue un grupo de abogados peruanos relacionados con monseñor Bambarín, fuertemente motivados en su trabajo. Eran tres, vinieron a verme y me dijeron: “tenemos todo claro, ahora necesitamos cruzar la información”. Yo tenía una carta de una persona involucrada de diversos modos en los escuadrones de la muerte, donde cuenta todo lo que sabía, entre otras cosas el modus operandi. Le entregué una copia a este grupo de abogados. Algunos días después vinieron a decirme que todo lo que habían investigado estaba confirmado por el documento. La carta era de una persona que hemos ayudado a salir del país. Monseñor Rivera y Damas también tenía una copia. Pasó el tiempo y este hombre volvió de incógnito a El Salvador y aceptó hablar con los abogados peruanos. En el verbal del diálogo solo falta un punto: quién disparó. Y eso sigue sin aclararse.
El hermano menor de Romero, Gaspar, hizo una afirmación, que en cierto sentido es desconcertante, en un diálogo reciente que tuve con él: “Si mi hermano viviera hoy, lo hubieran asesinado de nuevo…”
Yo también estoy convencido de eso. Aunque el ambiente es distinto, Romero hablaría fuerte y claro, como hacía en los años terribles de nuestra historia…