El cuero cabelludo de Fidel Castro con su correspondiente barba no pudo colgarlo en su cinturón más que aristocrático, donde se exhiben el ayatollah Khomeini, Ray Bradbury, Sean Connery, el dictador argentino Leopoldo Galtieri y muchos otros protagonistas de la historia contemporánea. Nos referimos a Oriana Fallaci, que en su momento fue una periodista vedette de L’Europeo, donde escribía la élite del mejor periodismo de los años setenta. No es que no lo haya intentado. Vaya si lo hizo, con uñas y dientes, y una afiladísima lengua. La historia que contó Oriana se conoció a través de varias cartas incendiarias dirigidas al mismo Fidel Castro y se encuentran en el epistolario de la periodista-escritora. La historia de las tentativas ante el líder máximo – desde el punto de vista cubano – la cuenta ahora Raúl Roa García, primer canciller nombrado por el mismo Fidel en 1959 que posteriormente fue embajador cubano ante la Santa Sede y representante diplomático de Cuba ante las Naciones Unidas. Lo hace en un artículo publicado en el reciente número de junio de un sitio on line cubano – La Jiribilla – que se presenta como revista de cultura cubana y ha llegado a un respetable XVI año de publicación. El artículo fue reproducido el 8 de junio por el diario oficialista Cubadebate con el título «Fidel Castro canceló entrevista con Oriana Fallaci tras “reporte” de informante».
El detallado relato del diplomático cubano comienza con una llamada telefónica que se produjo un día no precisado de 1980. «Quería verme personalmente, pues deseaba una entrevista con el presidente Fidel Castro. Me dijo que había estudiado detenidamente su proyección, sus acciones dentro y fuera de Cuba y que creía poder hacer algo de impacto para L’Europeo y otras publicaciones con las que colaboraba».
El encuentro se concretó al día siguiente a las seis de la tarde, un encuentro que el diplomático, que en ese momento prestaba servicio en la Misión Permanente de Cuba ante las Naciones Unidas, califica como amable pese a que había cierta reserva. «Sospechando que la respuesta de La Habana, al tanto por supuesto de sus características menos amables, podía ser negativa, me adelanté a decirle que Fidel Castro no solía dar muchas entrevistas… Me interrumpió: “¡Ah, pero ha dado entrevistas a Dan Rather y Barbara Walters, que son yanquis! ¿Cómo no habría de dármela a mí, que soy italiana y simpatizo con la revolución cubana? Porque no soy comunista, cierto, pero siempre he sido anarquista, enemiga de la burguesía, de la explotación de los pequeños. Y voy a hacerle a Castro la mejor entrevista que jamás le hayan hecho. ¡Va a ser un éxito clamoroso! ¡Todo el mundo me lee, todos los dirigentes que importan! Puede asegurarle a Fidel Castro que yo haré una entrevista amistosa, no como otras que he hecho a líderes que no me gustan. Sé que por eso me temen, algunos…”.
El diálogo – según el relato de Raúl Roa – continuó con llamados a la cautela de parte del cubano y reiterados asaltos de Fallaci para tranquilizarlo sobre la corrección y seriedad de la entrevista. Algunos día después llegó la respuesta: Oriana debía trasladarse a Cuba días antes del 6 de julio, que ese año se conmemoraba en Santiago de Cuba, para viajar precisamente a la ciudad oriental, cuna de la revolución, y encontrarse con Fidel Castro. «Trasmití el mensaje – escribe Raúl Roa – y recuerdo la alegría de la sagaz giornalista cuando supo que sus deseos habrían de cumplirse».
A continuación, el intermediario relata un nuevo encuentro con Oriana Fallaci a su regreso de Santiago de Cuba, y las palabras de la periodista cuando le refirió que había asistido a las conmemoraciones – “realmente multitudinarias y entusiastas” – y luego la acompañaron a una casa donde se encontraría con Castro. «Esperé ansiosa…. ¡Y por fin llegó! Tuvimos una larga plática; expliqué mis intereses, sugerí que más que una entrevista podría ser un libro, que estaba segura de que sería un éxito fenomenal. Fidel Castro respondió que no tenía tiempo en esos días para que conversáramos sobre todos los temas: ‘¿Por qué no viene en septiembre? Entonces estaré más libre y creo que podríamos contar con el tiempo necesario’”.
Sin embargo, Oriana Fallaci nunca volvió a Cuba.
«Fidel había cancelado toda posibilidad de conceder a Oriana la entrevista. ¿Por qué? A su salida de Cuba, en el vuelo que la condujo a México en ruta hacia Nueva York, iba sentada al lado de un periodista que creyó italiano —idioma en el que hablaron— y le transmitió sus impresiones muy negativas, absurdas realmente, sobre Fidel Castro, comparándolo ¡nada menos! que con Benito Mussolini. Fallaci no había entendido al personaje que ansiaba entrevistar y emitió juicios superficiales sobre alguien que apenas conocía, con quien solo había conversado un par de horas, si acaso. El “periodista italiano” no era otro que Jorge Timossi, argentino de origen italiano, colaborador de Prensa Latina. Él hizo llegar esa información a Cuba, motivando la comprensible decisión de Fidel.
En ese momento entra en juego un nombre de primer plano de la política italiana de los años ’90, quien realiza un ulterior intento para que Fidel Casto se replantee la posibilidad de recibirla.
«El embajador La Rocca, mi colega italiano ante las Naciones Unidas, me invitó a almorzar con el canciller Giulio Andreotti —a la sazón Jefe de la Delegación de Italia a la Asamblea General— en su residencia, en la Trump Tower, con una vista fabulosa sobre la catedral de San Patricio. Acepté, como es lógico, sin tener idea de qué podría querer tratar conmigo aquel gran personaje de la política europea de la segunda posguerra, varias veces primer ministro y canciller, demócrata-cristiano y “heredero”, en cierto modo, de De Gasperi quien, por lo demás, siempre tuvo una actitud amistosa hacia Cuba. Grande fue mi sorpresa cuando declaró que sería importante, incluso en el contexto de nuestras relaciones bilaterales, que el presidente Fidel Castro concediera una entrevista a Oriana Fallaci, influyente y destacada periodista italiana a quien seguramente conocía, “que era no solo una personalidad de gran relieve en Italia, sino en toda Europa e internacionalmente”».
Pero los buenos oficios del experimentado político italiano no bastaron para cambiar la negativa de Fidel Castro.
La observación final del artículo de Raúl Roa en La Jiribilla es un toque de exquisito estilo andreottino: «Muchos años después, cuando me desempeñaba como Embajador ante la Santa Sede, visité en varias ocasiones a Andreotti, entonces Senador vitalicio, en su oficina del Senado y en su propia casa, al lado opuesto del Tíber pero cerca del Vaticano. Nunca comentamos aquel episodio, mas fue siempre muy afectuoso al referirse al Comandante».