El cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin fue muy claro, concreto y perentorio cuando respondió algunas preguntas de los periodistas que acompañaban al Papa Francisco. Las preguntas se referían a la prolongada, grave y compleja crisis de Venezuela, bien a la vista en la explanada del santuario de Fátima. Ya en los días previos, sobre todo en los momentos con mayor presencia de fieles y peregrinos en Fátima, se veían decenas de banderas venezolanas y decenas de carteles que denunciaban situaciones desesperadas en el país, desde la falta de alimentos y medicinas hasta la falta de libertad y respeto de los derechos humanos.
Las reflexiones del cardenal Parolin, interpelado por algunos periodistas, fueron breves pero lapidarias: “Ahí se necesita muy buena voluntad de parte de todos, comenzando por el gobierno [del presidente Nicolás Maduro], que debe dar señales de que quiere solucionar [la crisis] y tomar en cuenta el clamor del pueblo y buscar soluciones. Yo creo que la solución es una elección. El Papa está llamando a todos a ser sensatos y a hacer todo lo posible para buscar caminos de entendimiento y de solución a la crisis. Éste es el llamado del Papa y se dirige a todos”.
En las palabras del Secretario de Estado no hay nada que pueda ser tergiversado o manipulado, como ha ocurrido tantas veces desde hace más de un año de parte del gobierno de Maduro pero también de los partidos de la oposición, que desde el comienzo intentaron en todas las formas posibles de aprovecharse de la buena voluntad del vaticano y de la disponibilidad y generosidad del Papa Francisco para obtener pequeñas ventajas tácticas, ganar tiempo, orquestar efectos mediáticos y acaparar cualquier desesperado consenso en un país ya polarizado hasta la exasperación.
Hasta hoy la Santa Sede nunca había hablado de “elecciones”, aunque sus análisis siempre llegaban a la conclusión de que esta crisis solo podía tener un árbitro: el retorno garantizado y sereno de la soberanía al pueblo venezolano, el único que puede tomar decisiones sobre el destino de la nación. Con toda probabilidad los actores de la diplomacia vaticana trabajaban para que la opción de las elecciones surgiera en el diálogo sin que resultara traumática para ninguna de las dos partes.
Por esa razón siempre se evitó usar la palabra “elecciones” a fin de no dar la más mínima sensación de exclusión, y en un segundo momento, para que no pareciera que estaban en sintonía con el pedido de las oposiciones, pese a que existían diferencias entre la Santa Sede y la Mesa de Unidad Democrática (MUD). De las palabras del cardenal Parolin se deduce un auspicio general: elecciones para todos los cargos. Las oposiciones, en cambio, desearían que se renueven todos los cargos del Estado salvo los miembros de la Asamblea Nacional, elegida a fines de 2015 y controlada por los partidos contrarios a Maduro. Este requerimiento lo habían comunicado al Papa los partidos opositores en una carta abierta que terminaba de la siguiente manera: “ha dejado claro ante los venezolanos y ante el mundo que el único diálogo que se acepta hoy en Venezuela es el diálogo de los votos como único camino para destrabar la crisis y restablecer la democracia hoy secuestrada en Venezuela. En esto, de nuevo, querido Padre, no hay divisiones ni desunión en la Unidad venezolana”.
La cuestión de fondo de la crisis venezolana es esta especie de (presunto e hipotético) “equilibrio político-social”, que hasta ahora es imposible verificar, razón por la cual ambas partes reivindican a su favor la “mayoría del pueblo”, y en esta reivindicación verbal cada una cree encontrar y sustentar su propia legitimidad.
Las elecciones, si son libres, pacíficas y garantizadas, son la mejor y más justa oportunidad para resolver esta cuestión, pero tal vez en Venezuela ninguna de las dos partes realmente quiere escuchar la voluntad del pueblo.
Hasta el momento no se ha registrado ninguna reacción de las partes. Parece plausible que las oposiciones adhieran a las consideraciones del cardenal Parolin pero excluyendo de eventuales elecciones al Parlamento o Asamblea Nacional. Por su parte el presidente Maduro, comprometido desde hace días en una engorrosa cuanto absurda reforma constitucional, innecesaria y a destiempo, asediado políticamente dentro y fuera del país, sin otra opción que recurrir a la represión y con un país fuera de control, seguramente no aplaudirá las consideraciones de la Santa Sede y del Cardenal Parolin.
A la espera de nuevos desarrollos de la crisis, hay algo que ya resulta claro y definitivo: la Santa Sede está fuera de este conflicto, en el cual ha trabajado con generosidad y sinceridad corriendo no pocos riesgos y pagando algunos precios que afectaron la imagen de su diplomacia. Ha terminado el juego, totalmente venezolano, de usar políticamente la buena fe vaticana. Esta aclaración es muy útil y tal vez podría acelerar la búsqueda de una solución que permita evitarle al pueblo venezolano más sufrimientos, lutos y miserias.
Venezuela es una nación que no merece el trato que han dado a sus hijos las oligarquías políticas que desde 1990 construyeron sus respectivas fortunas políticas a costa del pueblo. No será fácil y probablemente tampoco se logre en tiempos breves, pero la verdadera solución para Venezuela son partidos, políticos y programas nuevos, que no tengan nada que ver con las ruinas del chavismo ni con las ruinas de los partidos históricos, ni mucho menos con seis o siete aspirantes a presidente, versión corregida pero gastada del “caudillismo” latinoamericano, que termina, como demuestra la historia, sustituyendo un “hombre fuerte” por otro “hombre fuerte” sin que nunca cambie nada.