El bombardeo con misiles estadounidenses de la base aérea de Shayrat, en Siria, no destruyó solamente el aeropuerto de Assad. También derrumbó las esperanzas y simpatías de muchos católicos neoconservadores que, huérfanos de la era Bush, esperaban que el presidente norteamericano fuera el comienzo de una nueva era tras el “fracaso” de Barack Obama. Una era signada por la restauración de los valores “fuertes”, por la alianza con el ruso Putin en la lucha contra la amenaza islámica, por un liderazgo capaz de oponerse al nuevo curso del catolicismo demasiado abierto y “bondadoso”, representado, para los católicos filo-Trump, por el Papa Bergoglio. La decisión del presidente de bombardear la base siria derribó las expectativas, interpuso un serio obstáculo para la distensión con Moscú y golpeó a Assad en vez de atacar al Estado Islámico. La desilusión de los católicos partidarios de Trump es evidente. Hasta una semana atrás eran paladines entusiastas del emperador en contra del Papa, acusado de ser “obamiano”. La explicación que circula en los blogs que lo apoyaban es que cedió a las presiones del “Aparato” militar-industrial neoconservador. No estuvo a la altura de las circunstancias.
Es una explicación débil, que en rigor podría servir para justificar también el comportamiento de su adversario Obama, quien pudo haber cedido al “Aparato” encarnado, en su caso, por Hillary Clinton. Pero cuál es, habría que preguntarse, la diferencia entre Trump y Obama, si el “Aparato” es el que decide todo. El “Aparato” efectivamente existe, pero la capacidad de un presidente consiste precisamente en manejarlo y no dejarse manejar. A la luz de los hechos se pone de manifiesto la razonabilidad de Mons. Pietro Parolin, quien en nombre del Papa había declarado, con respecto a Trump, que era necesario esperar los hechos concretos antes de emitir un juicio. Dicha posición fue criticada por aquellos católicos que consideraban que el cambio de rumbo mundial que inauguraba la presidencia de Trump representaba la certeza de un mundo nuevo, el fin de lo “political correct”, la recuperación de una identidad fuerte de Occidente, amenazada por el Islam y por China. El acuerdo con Putin, en una especie de Santa Alianza entre Estados Unidos y Rusia, permitiría que el mundo recuperara su “orden” con la restauración de los valores éticos y religiosos olvidados. Desde este punto de vista, imaginado teóricamente por los cristianos neoconservadores, el tiempo de Francisco había terminado. El Papa “argentino”, asimilado al universo obamiano, idealmente ya estaba agotado. Un mal paréntesis en el camino de restauración de los valores identitarios que hoy defienden en Europa todos los que sueñan con el retorno a las pequeñas patrias.
En este escenario que se presenta como una realidad que va cuesta abajo, los misiles de Trump constituyen una contradicción. Los católicos que tanto se burlaban del Papa, al que consideraban un residuo de la era de la globalización, ahora se verán obligados a reflexionar. Lo que se pone de manifiesto es una falta de capacidad crítica con respecto a los poderes del mundo. Tanto entusiasmo por los emperadores, sumado al odio contra el Papa, es realmente embarazoso en los que se consideran tutores de la ortodoxia “eclesial”. La historia de la Iglesia debería, en este caso, enseñar algo.
Estas sencillas observaciones valen también para aquellos que, aunque apoyaron lealmente a Francisco contra los vergonzosos ataques de los que fue objeto, avalaron las decisiones de Trump con respecto a Siria. Ellos deberían recordar que fue el Papa, con su vigilia de oración en la Plaza San Pedro del 7 de septiembre de 2013, quien respaldó a Putin para que interviniera como mediador en el momento en que Obama, habiendo afirmado que se había cruzado la línea roja, estaba prácticamente “obligado” a declarar la guerra. Una guerra cuyas consecuencias hubieran sido catastróficas. En aquel momento el Papa estaba en contra de Obama. No se entiende por qué ahora, al contrario de 2013, debería estar a favor de Trump.