El Presidente Trump anticipó ayer en Twitter que hoy sería “un gran día” porque se proponía anunciar oficialmente, tal como lo hizo, la decisión de proceder a la construcción de un gran muro entre Estados Unidos y México, de más de 3.100 kilómetros de longitud, que ya había comenzado durante la presidencia de Bill Clinton. Ayer el Presidente hizo saber también que explicaría cómo hará para “orientar fondos públicos federales para la edificación de un muro en la frontera sur” (se habla de 10.000 millones de dólares).
Se sabía y se temía. Ahora la promesa electoral debería convertirse en una realidad. El proyecto de Trump se propone blindar la frontera de manera completa desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico aunque los estudios técnicos demuestran que existen serios problemas de ingeniería en extensos tramos del recorrido. De todos modos, la “fascinación” del muro cautiva y atrae a no pocos, entre ellos Wall Street, que hoy alcanzó un máximo histórico jamás registrado (20.000 puntos).
Se pueden hacer muchas consideraciones en relación con el anuncio de Trump. Quisiera subrayar solo dos. Una es de Ítalo Calvino, quien decía en 1957: “Si levantas un muro, piensa en lo que queda fuera”. La segunda es sencilla y sigue las palabras de Calvino al revés: “Si levantas un muro, piensa en lo que queda dentro” ¿Por qué? Porque un muro no es solo una defensa necesaria o una simple separación. Un muro son dos prisiones divididas por el odio, por la discordia, por la hostilidad. En cada muro choca y se destruye una parte de nuestra humanidad y por eso el Papa Francisco ha dicho: “El que construye muros no es cristiano”.
Por ahora no sabemos todavía cómo se llevará a cabo concretamente la construcción del Muro americano (y no mexicano como se afirma de manera superficial). No sabemos cuál será el costo final ni quién lo pagará. Es muy probable que sean los contribuyentes estadounidenses, los ciudadanos estadounidenses que pagan correcta y tempestivamente sus impuestos, y entre ellos, ya se sabe, no se encuentra el Presidente Trump, quien ataca a la prensa porque – según su desagradable verborragia – no cuenta la verdad, cuando él se niega sistemáticamente a publicar su declaración de impuestos. Él es el primero que tiene una relación muy particular con la verdad (y con la mentira), y poco tiene para enseñar a la prensa. Por último, un comentario obvio: con esos 10.000 millones de dólares, si se emplearan con sabiduría e inteligencia, con sentido de fraternidad y de amistad, se podrían crear en América Latina miles y miles de puestos de trabajo para que las personas que tratan de escapar de su propio país para evitar el hambre y el sufrimiento, encuentren buenas razones y mucha esperanza para seguir viviendo donde ha nacido. Pero es evidente que una consideración de este tipo no tiene carta de ciudadanía en lo que se denomina el “pensamiento de Trump”.