El aluvión de monumentos en su memoria que se hubiera desencadenado en Cuba al día siguiente de la muerte de Fidel Castro, no se producirá. Por lo menos en su forma más vulgar y mercantil. Tal fue el propósito del mismo Líder Máximo cuando confió su última voluntad a su propio hermano Raúl. “Que una vez fallecido su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos, ni erigir en su memoria monumentos, bustos, estatuas y otras formas similares de tributo”. Ninguna forma de culto a la personalidad al estilo coreano. Tampoco “marcas, emblemas y lemas comerciales, o rótulos de establecimientos”, y se buscará evitar “el uso de la figura del líder de la Revolución en el tráfico mercantil, o con fines de publicidad comercial”.
Hace pocos días, la última voluntad del desaparecido líder se convirtió en ley aprobada por la Asamblea Nacional del Poder Popular, el Parlamento cubano.
La norma de austeridad exceptúa las instituciones culturales, específicamente aquellas que se creen “para el estudio de su invaluable trayectoria en la historia de la nación”. Tampoco hay restricciones por lo que respecta a la producción artística, que puede inspirarse en Fidel para crear una obra “en cualquiera de las manifestaciones, ya sea la literatura, la música, la danza, el cine o las artes plásticas y aplicadas”. Queda también libre de limitaciones el uso de la iconografía y de las imágenes del líder “en actos públicos, así como se mantendrán como hasta hoy sus fotos en centros de trabajo o de estudio, unidades militares e instituciones”.