ARGENTINA. FIN DE AÑO AGOTADOR. Viaje al santuario del “pan y trabajo” para tomar el pulso de una economía que no arranca

El Padre Eduardo Drabble. En el recuadro, la estatuilla de San Cayetano llevada en procesión
El Padre Eduardo Drabble. En el recuadro, la estatuilla de San Cayetano llevada en procesión

Un año difícil está apunto de pasar al archivo, pero el que empieza no da muestras de ser mejor. Por lo menos en ese universo humilde que se arremolina en torno al santuario argentino del “pan y trabajo”. “Cuando hay hambre no se les puede pedir a los pobres que esperen tiempos mejores”, dijo la Iglesia local en el mensaje para la colecta de alimentos del año que termina. “El santuario de San Cayetano es un océano de humanidad donde uno se sumerge para bucear en sus aguas, es un termómetro exacto de la situación social que vivimos en este momento”, afirma el sacerdote Eduardo Drabble cuando nos recibe. Con antepasados escoceses, familiares en Salta, en el norte argentino, estuvo ocho años en la parroquia Cristo Obrero de la Villa 31 que rodea la estación terminal de ómnibus de Buenos Aires. Es la villa del padre Carlos Mujica, el prototipo del cura villero, asesinado en 1974. Eduardo Drabble llegó allí como seminarista a los 23 años y se quedó cinco años más después de ser ordenado. Hoy tiene 38 y ha visto mucha miseria en los diferentes destinos donde lo enviaron sus superiores. Hasta que llegó aquí, a San Cayetano, con todos sus petates en 2005, para colaborar con el equipo de curas que atienden el santuario. “Es un santuario al que viene mucha gente, un punto de referencia de la religiosidad popular argentina. Aquí uno viene para recibir bendiciones, para que obre la gracia, pero también por necesidades materiales”. El Papa Bergoglio lo lleva en el corazón y en una carta que envió hace poco al párroco Alejandro Vignale recuerda “conmovido” cuando iba de visita “para saludar, escuchar y acompañar en la fe a este pueblo sencillo… y muchas veces, viendo las penurias de hombres y mujeres que desean y buscan trabajo y no lo encuentran… solo podía darles un apreton de manos, una caricia, una mirada a esos ojos humedecidos por el dolor, y llorar por dentro”.

Eduardo Drabble es vicario parroquial y responsable del Servicio Social del Sanuario, precisamente el que se ocupa diariamente de la oleada de pedidos que reciben. “Conocí a Bergoglio dos años antes de entrar al Seminario, en 1998, pero recién en 2002 puedo decir que construí una relación con él, cuando visitó el seminario diocesano de Buenos Aires y su comunidad”. Bergoglio decidió enviar seminaristas a las villas miseria, recuerda el sacerdote, “una decisión audaz y riesgosa que a los jóvenes seminaristas nos entusiasmó”.

Cerca de treinta personas por día pasan a engrosar las ya nutridas filas de los que viven en las villas de la ciudad de Buenos Aires, sumándose a las 82.585 familias residentes, por un total estimado de aproximadamente 379.890 personas. Son cifras recientemente difundidas por la ONG Techo, que también coinciden con relevamientos de organismos del gobierno. Pero los números no sorprenden al padre Eduardo. “Hace muchos años que trabajamos con el estrato social más bajo, gente que no solamente no tiene trabajo sino que no puede alimentar a su familia, y puedo decir con conocimiento de causa que ese estrato social se ha incrementado enormemente”. Para encontrar trabajo a los que llaman a las puertas de San Cayetano, Eduardo y sus compañeros han creado una especie de agencia de colocaciones. “La gente que se inscribe busca un trabajo elemental, como carpintero, albañil, plomero, empleada doméstica… este último pedido ha crecido mucho últimamente, con la variante de alojarse en la casa donde se va a trabajar. Hay mujeres que no pueden pagar el alquiler, mandan a sus hijos a vivir con un familiar y trabajan como empleadas domésticas viviendo en la casa donde prestan servicio. Hay otros casos que no pueden pagar el pasaje del colectivo o del tren y vienen aquí para pedir que le carguen la tarjeta prepaga para el transporte urbano”.

A San Cayetano hay algunos, la mayoría, que vienen a pedir, pero también hay otros que vienen a dar. Estos últimos colocan su donación en una ranura hecha en la pared al ingreso del santuario, que se deposita directamente en el lugar de recolección, lo que se denomina “Patio de la ofrenda sagrada”. “El grueso de las donaciones proviene de los peregrinos”, aclara el padre Drabble. “Un paquete de azúcar, una botella de aceite, un paquete de yerba para el mate…”. Y aquí las cuentas no cierran. El sacerdote señala una planilla colocada en el transparente. Registra las entradas de alimentos durante los 12 meses del año. “Las donaciones han disminuido muchísimo, más del 50 por ciento, y ha crecido cerca del 80 por ciento el número de personas que vienen a pedir alimento y ropa”.

Para un santuario que abastece cerca de cien parroquias de Buenos Aires y sus alrededores, con comedores populares y mercaditos de ropa usada, la escasez de donaciones se traduce en un déficit angustioso. “También tenemos un comedor propio, donde todos los días vienen a comer más de cien personas, y hoy las bocas se han duplicado o más. También los bolsones de comida para las personas que se los llevan a su casa, para los hijos o familiares enfermos, se han duplicad”. El padre Eduardo hace notar que se están abriendo nuevos comedores en las villas de la capital argentina, señal de que la economía no está bien. “El déficit entre nuestras posibilidades y la demanda es cada vez más grande. Estamos recurriendo también a instituciones del Estado para poder incrementar los ingresos”. Señales de atención llegan del Ministerio de Desarrollo Social, pero incluso así es como una gota en el mar…

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