Habló con ella por teléfono el 30 de agosto pasado, cuando cumplió cincuenta y cuatro años. El aparato sonó a las 10 de la mañana hora argentina en su lugar de trabajo desde hace 15, el Consejo de Educación Católica, que siempre fue uno de los principales puntos de atención y preocupación de Bergoglio en Buenos Aires. Atendió Mónica, una compañera de oficina y preguntaron por ella, Martha Rigattieri. El interlocutor dijo que se llamaba Solís. Martha Rigattieri respondió que no conocía a ningún Solís, y le pidió a su amiga que le preguntara la razón de su llamada, y que eventualmente dejara un número de teléfono para comunicarse. Del otro lado de la línea, a 13.000 kilómetros de distancia, se escuchaba perfectamente el diálogo entre las dos mujeres. Cuando volvió a hablar, Mónica recibió un amable reproche por aquel “interrogatorio policial”. Cuando finalmente Martha decidió atender y preguntó con quién estaba hablando, le respondieron que esperara un momento porque iban a pasarle la comunicación con Su Santidad. “¡Pero era él, lo reconocí! exclama con la voz aguda por la emoción. Y sí, era él, el Papa Francisco. Pero no lo llamó de esa manera. El “Jorgito” y toda una serie de diminutivos resonaron en la oficina de la digna institución católica argentina, que reúne más de cuatro mil escuelas de todo el país. Entre una palabra y otra, una carcajada y palabras cariñosas, Martha obtuvo por fin el permiso para viajar a Roma. “No quería que fuera a verlo, se lo pregunté muchísimas veces, pero siempre me decía que no, que era mejor no gastar dinero”. Ahora ya dicidió que irá en marzo. Y tendrá muchas cosas para contarle. Y muchas otras que su sola presencia no podrá dejar de recordarle al hombre vestido de blanco que recibirá su visita. Como la abuela María Dominga Di Nardo, amiga de su mamá Regina. “La mamá de Jorge era una excelente cocinera, era famosa en todo el barrio. Ella le enseñó a mi abuela a preparar ensalada rusa y vitel tonné”. La abuela María Dominga falleció un 13 de diciembre a los 49 años, de un infarto fulminante, el mismo día que se casaba la tía Beatriz, que era su ahijada. “Jorge tenía 15 años en aquel momento y la quería mucho; iba muchas veces al cementerio a llevarle flores”. Martha Rigattieri hace notar que el 13 de diciembre, aniversario de la muerte de la abuela es el mismo día de la ordenación sacerdotal de Bergoglio.
La casa de la calle Membrillar 531, que hoy luce una placa junto a la entrada donde se explica que allí nació Jorge Mario, hoy Papa Francisco, fue vendida a los Bergoglio por el abuelo de Martha Rigattieri, Andrés Sepúlveda.
La última vez que Martha estuvo con Jorge Mario en carne y hueso fue un año antes de que lo eligieran Papa, en la parroquia de San José del barrio de Flores, donde nació Bergoglio. Era el triduo Pascual de 2012 y se celebraba el rito de la procesión de entrada a Jerusalén. “Una semana antes había estado en el arzobispado para llevarle una rosca con nueces y frutas abrillantadas que había comprado en la panadería que está al lado de mi casa, y lo encontré en la planta baja, en la mesa de entrada”.
Bergoglio siempre estuvo presente en los momentos importantes de su vida. Muestra la foto de su casamiento en la Iglesia de la Medalla Milagrosa de Parque Chacabuco, el 20 de julio de 1985. Ella vestida de blanco con una capa de raso blanco forrada en piel y a su lado, con traje azul, el novio, Ángel Domingo Beatrice, baterista de una banda rock undergruound. “Mi mamá no quería que me casara con un músico. Entonces le pregunté a Jorge qué pensaba de ese rechazo. Me contestó que no era mi mamá la que debía elegir el marido. Que era yo quien iba a tener que aguantarlo. Después, cuando volví con él porque nos habíamos distanciado, me recordó que tenía que aguantarlo porque lo había elegido yo”. En otra fotografía está ella con Andrés, su primogénito, junto a Bergoglio con su hija Julieta en brazos. Andrés nació el 10 de junio de 1995, hoy tiene 21 años y toca la batería y la guitarra “con mucha suavidad”, afirma su madre. Julieta tiene 20 años y toca el piano.
El día de su cumpleaños Martha le pidió de regalo poder verlo en privado y también le dijo que quería invitarlo a almorzar. Ahora, aprovecha la entrevista para preguntarme si él puede salir del Vaticano y dónde podría llevarlo. Después de darle algunos consejos, le pregunto a mi vez qué le dirá cuando lo vea. “Que lo quiero hasta el cielo, como decíamos cuando éramos chicos; que él me hace acordar de la niña que hay en mí. Y que le deseo a este soldado del bien y de la paz que gane la batalla, porque junto con él ganamos todos. Y que espero que esté con nosotros cien años más”.
Aunque tiene otras cosas para pedirle, tal como hacía en Buenos Aires. “También le diré que quiero traerlo de vuelta a casa, en Argentina”. Ella conoce ese presentimiento de un pontificado breve, que él mismo le ha confiado. “Apenas lo eligieron, sabíamos que no sería Papa más de cinco años”, comenta. Reconoce la contradicción que hay en sus propias palabras: “Es egoísta, lo reconozco. Él ha dado mucho y todavía puede dar mucho más, siempre tuvo ese don, desde que era chico”. Y aquí trae a colación a Don Orione: dice que ella supo que Regina, cuando aún no estaba embarazada de Jorge, le contó a sus tías y a su abuela que Don Orione en persona, en el primer viaje que hizo a Argentina, le predijo que “uno de sus hijos tendría un gran don”.