Puedo decir con certeza y tranquilidad de conciencia que la actitud del Papa Francisco ha acercado al confesonario a gente que no venía desde hace mucho tiempo o que no había venido nunca. Abrió ante ellos un panorama distinto al que conocían y en el que se habían atrincherado. Los ha impulsado a reconsiderar muchas cosas que habían encerrado dentro de una muralla que no se atrevían a cruzar o no tenían motivos para hacerlo. Personas que no se animaban a acercarse a la confesión, que creían que no podían ser absueltas, que no podían ser perdonadas, han decidido dar un paso en este sentido. Tengo fundamentos para decirlo porque la motivación, clara, manifiesta, por la que vienen a confesarse, es el Papa, la confianza que tienen en él y en lo que dice; porque se han convencido de que ahora pueden recibir el perdón de Dios.
Constantemente compruebo también que hay personas de tradición católica que habían dejado el catolicismo y se habían acercado a los grupos evangélicos, y ahora vuelven a la Iglesia. No son pocos. Y todos, sin excepción, me dicen que lo hacen por el Papa, impresionados por sus gestos, que les parecen más expresivos que muchas palabras.
Yo creo que una de las cosas más significativas de este pontificado es que el mensaje que transmite llega a los que están lejos, sobre todo a los creyentes no practicantes, a las noventa y nueve ovejas que se fueron del corral. Llega a las personas de carne y hueso que se sienten lejos de la Iglesia y que de hecho han vivido muchos años al margen, sin participar en la vida de una comunidad de creyentes.
No hay una sola acción o palabra de Francisco que no tenga un horizonte misionero. Como san Pablo, el apóstol de los gentiles, que consideraba injusto cargar sobre sus hombros fardos inútiles o signos exteriores como la circuncisión. O como los primeros jesuitas que dieron vida a las reducciones de los Guaraníes en el Paraguay, en Argentina, en Bolivia. Bergoglio hablaba de manera muy positiva de la epopeya que ellos vivieron en América del Sur. Eran originarios de España y de Italia, y también de Alemania y Francia, y cruzaban el océano para comunicar la belleza del cristianismo en estas tierras desconocidas. Consideraba que tenían una manera pacífica, bella, útil para los pueblos locales, de inculturar el Evangelio. Eran hombres de fe que vivían con los nativos, que compartían su destino en todo sentido, que valoraban su religiosidad, su música, su arte, y que transmitían la riqueza de un cristianismo que había dado tantos frutos de progreso civilizador en Europa, de donde ellos provenían.
Creo que la preocupación por hablar a los que están lejos es una de las “reformas” de Francisco. Sus palabras llegan directamente a la gente común, no necesita exégetas ni intérpretes. Tampoco apologetas que le canten loas. Sus palabras, sus gestos, llegan a las personas transmitiendo el contenido más sencillo pero en el fondo esencial: como un reflejo de las bienaventuranzas del Evangelio, como la caricia de un Dios misericordioso que “no se cansa nunca de perdonar”, que no se cansa de salvar.
El clima con respecto a la Iglesia también ha cambiado mucho en muy poco tiempo. Al final del pontificado de Benedicto XVI respirábamos el aire enrarecido de una situación muy grave. Se desconfiaba de la Iglesia y de los sacerdotes, solo se hablaba de las luchas internas en el Vaticano, de los escándalos de trasfondo sexual o las luchas de poder, de la fuga de documentos, de las campañas de difamación. Muchas personas que venían a confesarse me preguntaban qué estaba pasando en la Iglesia. Sentía que estaban amargados, los veía desorientados. Tenían a flor de labios todo lo que leían en los diarios o escuchaban por televisión. Después vino ese gesto de enorme valentía del Papa Benedicto. De valentía y de amor, porque fue un gran amor a Cristo lo que le inspiró la decisión que tomó. A la luz de todo lo que ha ocurrido con la renuncia de Benedicto XVI, realmente podemos decir que fue una inspiración divina lo que le llevó a hacerlo, y él obedeció con mucha inteligencia y una grandísima humildad.
Ahora parece que han pasado muchas décadas desde aquella época en que todo estaba envuelto en una nube turbia, pero en realidad hace muy poco tiempo.
De: Padre Luis Dri, con Andrea Tornielli e Alver Metalli, “NON AVER PAURA DI PERDONARE», Rai-Eri, ottobre 2016