En la gigantesca confusión venezolana, alimentada en partes iguales por el Gobierno, sus aliados y amigos, y por el archipiélago de partidos políticos y grupos de la oposición, confusión a menudo poco honesta, la carta del cardenal Pietro Parolin dirigida a “las partes” en diálogo, que intentamos resumir en los artículos anteriores, tiene sobre todo el gran mérito de hablar claro, poniendo el dedo en las diversas y sangrantes llagas de esta crisis. Desde la primera hasta la última línea, la carta es un conjunto de reflexiones llenas de verdad, muy cercanas, es más extremadamente cercanas, a lo que siente y piensa la gran mayoría del pueblo venezolano, la víctima sacrificial de esta horrible tragedia que se prolonga entre el cinismo y el acostumbramiento.
Las reacciones. La carta de la Santa Sede nunca fue publicada oficialmente. El texto que circula corresponde a la transcripción que se hizo de las fotografías que algunos medios venezolanos reprodujeron días pasados. Por eso dicho texto, que tampoco fue nunca desmentido, se considera verídico. Con toda probabilidad los responsables de la divulgación de las fotografías son los miembros de la oposición, que fueron los primeros que revelaron la existencia del documento y luego lo difundieron. La reaacción del gobierno no se hizo esperar.
El diputado Diosdado Cabello, ex militar, ex Presidente ad interim, ex Presidente de la Asamblea Nacional y actual primer vicepresidente del Partido chavista (Partido Socialista Unido de Venezuela), cuando atacó al Secretario de Estado card. Pietro Parolin la semana pasada, confirmó la existencia de la carta. Básicamente Cabello acusó a la Sede Apostólica de flagrante ingerencia en los asuntos internos pese a que, como es sabido, todas las cuestiones que se tocan en el documento vaticano son argumentos que ya habían discutido el gobierno y la oposición, y sobre algunos ya han firmado acuerdos preliminares. En este sentido, la carta es una exhortación a aplicar dichos acuerdos y a no demorar el cumplimiento de los compromisos acordados. En la carta del card. Parolin no hay ningún tema nuevo que pueda justificar la acusación de una intromisión de parte de la Santa Sede. Posteriormente a las críticas de Cabello se sumó, aunque con un lenguaje más soft y cauteloso, el mismo Presidente Maduro.
¿Una respuesta a la carta? Elías Jaua, diputado chavista, declaró el domingo que el gobierno de Venezuela había respondido a la carta del cardenal Parolin, agregando que las autoridades están dispuestas a difundir el contenido de la misma si el Vaticano hace oficialmente pública su misiva. Concretamente, Jaua dijo que el Jefe de la Delegación del Gobierno en la Mesa de Diálogo, Jorge Rodríguez, envió al Vaticano una respuesta. Obviamente no anticipó nada sobre su contenido.
Es cierto que no pasará mucho tiempo antes de que se publique también ese documento, si bien el Vaticano no difundirá oficialmente su carta a las partes. Este mecanismo es un hábito y forma parte de la crisis venezolana, donde las partes utilizan con gran habilidad los recursos de la guerra mediática. Con toda probabilidad las polémicas sobre estas comunicaciones se convertirán en una tormenta mediática muy apropiada para evitar hablar de las cosas verdaderamente graves y urgentes: el diálogo, los acuerdos y los padecimientos de los venezolanos.
La simetría de los extremismos. Cuando se habla de las “partes” del diálogo en Venezuela no hay que olvidar que dentro de los dos bloques – el Patriótico (gobierno) y el de la Mesa de Unidad Democrática (oposición) – existen grupos consistentes y agresivos, así como opiniones extremistas y fanáticas, y que muchas veces han sido estos elementos los que hicieron saltar por el aire cualquier acuerdo o acercamiento. Son agregaciones y personas que juegan a la guerra civil y que cuando actúan, de manera irresponsable y delirante, cambian continuamente las cartas, sembrando desconcierto, agudizando la polarización y el odio, y alentando al uso de la violencia. Un verdadero diálogo debería aislar estas posiciones. En Venezuela, en este momento, el diálogo vive momentos críticos entre otras cosas porque los extremismos no pocas veces consiguen imponer sus palabras de orden, y sus tensiones arrastran a los políticos de una y otra parte, que temen quedar relegados por los más “duros”.
Más allá de las polémicas. No será fácil después de más de cuatro años de diatribas, acusaciones y campañas de propaganda aligerar el clima político, social y cultural de Venezuela, pero las partes no tienen otro camino que continuar el diálogo con honestidad y sinceridad, poniendo al mismo tiempo en marcha un proceso electoral que restituya al voto popular la solución de los problemas, comenzando por la identificación de los que deberían conducir el país en el futuro.
Nicolás Maduro debería terminar su mandato en abril de 2019 después de haber ganado, en 2013, con el 50,78% de los votos contra el 48, 95% de sus adversarios. Entre tanto, en diciembre de 2015 las oposiciones ganaron las elecciones políticas y controlan sólidamente la Asamblea Nacional (122 escaños contra 55 del Gobierno y sus aliados). Con estos números electorales es impensable cualquier estabilidad política. Casi seguramente a Maduro lo respalda solo una minoría y tratar de mantenerse hasta 2019, sin tener por otra parte ninguna capacidad para resolver los gravísimos problemas del pueblo, podría ser su último error. Debería entonces ser Maduro el principal partidario de un verdadero diálogo que, por lo menos teóricamente, podría permitirle un acuerdo de base con la mayoría de la Asamblea para llegar al término natural de su mandato. Obviamente debería hacer muchas concesiones, aunque daría la impresión de que no es él quien en realidad controla el poder, que aparentemente en este momento se encuentra en manos de Diosdado Cabello (Partido) y Vladimir Padrino (Fuerzas Armadas).
Las oposiciones. La posibilidad de disponer de este tiempo, fruto de un acuerdo logrado por medio de un diálogo verdadero y honesto, es también muy útil para las oposiciones, que aparentan ser un bloque unido. En realidad las oposiciones son una agrupación heterogénea, con posiciones muy diferentes, fortísimos conflictos y veleidades internas en razón de un liderazgo que se disputa incluso por medios desleales. El único cemento que los mantiene unidos es la oposición contra Maduro y el chavismo. Si hoy se verificara la hipótesis de que Venezuela fuera gobernada por esta coalición, el país sería igual al que hemos visto con Maduro
En este momento el tiempo les resulta útil a todos. Para hacer una autorcrítica, para elaborar programas unitarios, para decantar las posibilidades de los pretendientes al liderazgo, para dar un respiro a la economía y a las relaciones internacionales. El país se encuentra aislado y tejer una red que permita recuperar el rol, el prestigio y la consideración de la comunidad regional e internacional no es cosa de pocos días. Sirve sobre todo para normalizar, por lo menos en parte, la convivencia civil gravemente afectada y para tomar medidas que alivien el dolor, las necesidades y las urgencias de la mayoría del pueblo venezolano.
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