1996. Castro visita a Wojtyla. Era el 19 de noviembre de 1996 cuando Fidel Castro fue recibido por primera vez en el Vaticano por el Papa Wojtyla. La audiencia se llevó a cabo en la Biblioteca privada en tono cordial y conversaron durante 35 minutos. Al finalizar la visita Castro expresó su deseo de recibir pronto al Papa en Cuba; Wojtyla agradeció y envió su bendición al pueblo cubano. El entonces portavoz de la Santa Sede, Navarro Valls, informó sobre el encuentro, que no necesitó intérpretes, y comunicó a la prensa que el Presidente había invitado al Papa a visitar Cuba, especificando, sin embargo, que no había una fecha prevista, aunque ambos esperaban que pudiera ser al año siguiente. El portavoz vaticano recordó las palabras de agradecimiento de Castro por el aporte de la Iglesia en el campo de la educación y de la asistencia en la isla. El presidente cubano dedicó mucho tiempo a visitar los lugares sagrados del Vaticano demostrando un profundo conocimiento histórico y religioso.
1998: Juan Pablo II en Cuba. La visita de Juan Pablo II se concretó entre el 21 y el 26 de enero de 1998, y el Papa no estuvo solo en La Habana sino también en Camagüey, Santa Clara y Santiago de Cuba. El 23 de enero el Pontífice fue recibido en audiencia protocolar por Fidel Castro en el Palacio de la Revolución (sede del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros). A los encuentros de tipo oficial se sumaron otros más breves, entre ellos uno sorpresivo el 25 de enero, cuando Castro hizo acto de presencia en la Plaza de la Revolución y asistió a la Santa Misa junto con su amigo escritor Gabriel García Márquez y varios miembros del Partido Comunista y del Gobierno.
2012: Fidel Castro y el Papa Ratzinger. Catorce años después Fidel Castro, liberado de sus compromisos políticos debido a la edad y a su estado de salud, fue recibido por el nuevo sucesor de Pedro: Joseph Ratzinger. El encuentro se llevó a cabo en la Nunciatura de La Habana por expreso pedido del anciano presidente. El padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, informó que había sido un diálogo cordial y prolongado. Participaron también la esposa de Fidel, Dalia, y al final del encuentro, sus hijos. El líder mostró interés por los cambios litúrgicos introducidos por Benedicto XVI y recordó sus prácticas religiosas de juventud preguntando al Papa sobre algunos temas que deseaba profundizar. El intercambio de opiniones fue estimulante y activo y en el momento de despedirse, como recuerda el Secretario de Estado de aquel momento, Tarcisio Bertone, Castro deseaba agradecerle a Benedicto por dos beatificaciones que para él eran muy significativas: madre Teresa de Calcuta y Juan Pablo II.
2015. El Papa Francisco y Fidel Castro. El encuentro de Fidel Castro con el Papa Francisco, el 20 de septiembre de 2015 en la residencia del primero, tiene un carácter inédito y único. Las seis veces anteriores que Fidel se había encontrado con un Papa (cinco con Juan Pablo II y una con Benedicto XVI) no se parecían ni remotamente a ésta. Entre el Comandante hierático con uniforme y el abuelo con ropa cómoda, entre 1996 y 2015, se había producido una avalancha de eventos históricos, y de todos ellos Fidel había sido testigo e incluso protagonista en algunos casos. Pero el “viejo Comandante” nunca hubiera imaginado que un buen día se presentaría en su casa un argentino tan famoso como su querido amigo Ernesto “Che” Guevara. Cuando nació Jorge Mario Bergoglio, en 1936, el “Che” ya tenía ocho años, y si viviera, tendría 87, dos menos que Fidel. ¿A qué vienen estos recuerdos, o mejor dicho estas asociaciones? Porque, por lo menos desde cierto punto de vista, en estos nombres se resumen los aspectos más esenciales de la historia de los pueblos latinoamericanos en los últimos 90 años. Se produjo la “revolución cubana” con su original componente castro-guevarista en virtud de la cual La Habana, ni siquiera en el período más filosoviético, estuvo completamente condicionada por los diktat del Kremlin (y es bueno recordarlo aunque sabemos que la propaganda multilateral de la Guerra Fría muchas veces nos contó otra cosa). Se verificó lo que los pueblos latinoamericanos consideran, más allá de las posiciones políticas, de partido o ideológicas, un ejemplo de resistencia contra el poder imperial que consideraba la región como su patio privado, como parte de la zona de influencia que le correspondía después de Yalta (y que la URSS, a cambio de su propio patio, aceptaba en los hechos sin protestar demasiado), concretando de esa manera la cara latinoamericana de la Guerra Fría. Estuvo Ernesto Guevara y su visión geopolítica, según la cual ese poder se podía derribar con “uno, dos o tres Vietnam”, y de allí su convicción, en base a un análisis equivocado, de lo que él creyó que sería el comportamiento de las masas populares; o que solo el fusil – la violencia – podía abrir las puertas a “una nueva sociedad, a un hombre nuevo”, que él – ateo, pero gran conocedor del cristianismo – refería muchas veces con palabras del Apóstol Pablo. “Sociedad nueva y hombre nuevo” que obviamente el guerrillero argentino no identificaba con el socialismo real ni con el liderazgo político y moral de la URSS. Él tenía una idea completamente sudamericana, en la cual “el espíritu evangélico” estaba llamado a ser la fuerza moral y ética. Estuvo también la Iglesia Católica latinoamericana, la de la teología “del pueblo de Dios”, desde Medellín hasta Aparecida, que siempre estuvo convencida de la necesidad de una revolución, aunque naturalmente una revolución pacífica, sin ninguna violencia, capaz de remover las estructuras de pecado que eran el origen de tanta injusticia e inequidad, de humillaciones, lutos y sufrimientos. Una revolución del corazón y de la conciencia, los únicos recursos verdaderos y seguros para desmontar las estructuras sociales inaceptables.
En definitiva, el encuentro del Papa Francisco con Fidel Castro fue un evento de gran intensidad humana que resume en pocos minutos y en unos pocos fotogramas casi un siglo de historia latinoamericana. Fue la visita pastoral de un sacerdote a una persona anciana y enferma que durante mucho tiempo miró con desconfianza el catolicismo latinoamericano, que a su vez nutría la misma desconfianza respecto de la revolución de los barbudos verde olivo. Lo que ya no existe es el muro que gradualmente se empezó a derrumbar en tiempos de Juan Pablo II. Todo comenzó con Fidel en el Vaticano, de uniforme, y terminó con un anciano líder, enfermo pero lúcido y curioso, que recibe en su casa, con ropa cómoda, al Sucesor de Pedro, dando comienzo, probablemente, a una nueva etapa: no más enfrentamientos y separaciones, sino encuentro y colaboración, porque, como dijo Barak Obama, “se puede estar en desacuerdo educadamente” si no perdemos de vista que somos todos hermanos incluso con nuestras diferencias y diversidades. Una verdadera lección de humanidad que todos, pueblos y naciones, estamos necesitando de manera urgente, sobre todo cuando a veces parecen tomar la delantera los sembradores y profesionales del odio y del antagonismo, enmascarados de íntegros defensores de la pureza de la doctrina, de la fe y de los valores y principios – según ellos – “evangélicos”.