BLANCOS, PERO SIEMPRE GOLPES. El Papa Francisco y las crisis institucionales de América Latina. El retroceso de la política y la avanzada de los poderes fuertes

Preocupaciones papales: Venezuela, Brasil, Bolivia y Argentina …
Preocupaciones papales: Venezuela, Brasil, Bolivia y Argentina …

El 19 de mayo pasado, el Papa Francisco mantuvo una larga conversación con los miembros de la Presidencia del Celam (Conferencia Episcopal Latino Americana). Los interlocutores del Pontífice eran seis eclasiásticos: el cardenal Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá, Presidente; Mons. Carlos Collazzi, obispo de Mercedes, Uruguay, Primer Vicepresidente; Dom José Belisário da Silva, arzobispo de Sào Luis do Maranhão (Brasil), Segundo Vicepresidente; cardenal José Luis Lacunza Maestrojuan, obispo de David, Panamá, Presidente del Consejo de Asuntos Económicos; mons. Juan Espinoza Jiménez, obispo auxiliar de Morelia, México, Secretario general; y el Padre Leónidas Ortiz, diócesis de Garzón, Colombia, Secretario adjunto.

Informe del Celam. En el informe sobre el encuentro, publicado en el sitio del Celam, se afirma que el Pontífice, reflexionando sobre la situación actual de América Latina, habló de “golpe de estado blanco”. El Celam refiere que  la expresión del Papa –“golpe blanco”- se inserta concretamente en el siguiente contexto: El Santo Padre mostró su preocupación por los problemas sociales que se están viviendo en América en general. Le preocupan las elecciones en Estados Unidos por la falta de una atención más viva a la situación social de los más pobres y excluidos. Le preocupan los conflictos sociales, económicos y políticos de Venezuela, Brasil, Bolivia y Argentina… De pronto se puede estar pasando a un “golpe de estado blanco” en algunos países. Le preocupan las carencias del pueblo haitiano y la falta de diálogo de las autoridades de los países que comparten la isla, Haití y República Dominicana, a fin de encontrar una solución legal a los migrantes y desplazados. Le preocupa la manera de entender lo que es un estado laico y el papel de la libertad religiosa por parte de algunas autoridades mexicanas. Al Papa le anima ver el avance que se está dando en los procesos de paz en Colombia; le anima igualmente su próximo viaje a este país para hacer la visita pastoral a un pueblo que ha sido tan golpeado por la violencia y que necesita emprender caminos de perdón y reconciliación. El Papa se entusiasma cuando comienza a hablar de la Patria Grande que es América Latina y de los esfuerzos que no deben cesar para lograr la integración de nuestros pueblos. Para esto se necesita acercar posiciones, restablecer el diálogo social y buscar soluciones mancomunadas a los desafíos que presenta el mundo de hoy.”

El diagnóstico del Papa Francisco. La prensa retomó con cierto interés las reflexiones atribuidas al Papa en este importante encuentro con las autoridades del organismo eclesial que desde 1958 coordina las 22 Conferencias Episcopales, desde México hasta Chile. Lo mismo ocurrió en ambientes políticos latinoamericanos, tanto de gobierno como diplomáticos. El informe fue desmenuzado por analistas, observadores y especialistas. Muchos consideraron que era un documento importante. En primer lugar llamó la atención la lista de países que habría enumerado el Santo Padre en los que se viven crisis de diversa naturaleza y relevancia, pero siempre preocupantes: Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina, Haití, República Dominicana, México y Colombia. En segundo lugar los analistas y observadores también relevaron una segunda lista referida a las situaciones críticas, que Francisco describió primero en términos generales, como “problemas o conflictos sociales”, y después fue definiendo de  manera más específica: “elecciones en Estados Unidos, situación social de los pobres y excluidos, carencias, falta de diálogo, migrantes y desplazados, estado laico y libertad religiosa, procesos de paz, diálogo social, acercar posiciones y soluciones mancomunadas”.

Todo lo que el Papa ha enumerado no solo es cierto, sino que en algunos casos es el tema de noticias cotidianas en América Latina y otras partes del mundo. Muchas veces la prensa internacional amplifica la percepción, sin duda cierta, de que es un continente que enfrenta graves crisis sociopolíticas e institucionales que no se registraban desde el retorno de los regímenes democráticas. Pero lo que produjo más polémica entre políticos y diplomáticos fue sin duda la expresión “golpe de estado blanco”. En América Latina hablar de “golpe de estado blanco” tiene connotaciones históricas, sociopolíticas e institucionales muy concretas. Significa derrocar de hecho un gobierno, obligándolo, sin sangre ni enfrentemientos sociales, a cambiar de dirección, de programa y de proyecto; o bien la destitución de un gobierno por medio de maniobras jurídicas, parlamentarias y constitucionales de dudosa legitimidad democrática. En ambos casos, aunque las modalidades son diferentes, el denominador común sigue siendo el mismo: destitución de la voluntad democrática del cuerpo electoral.

El último “golpe” en América Latina, hace 14 años. Por esa razón muchísimas personas se han preguntado, y se siguen preguntando, a qué se refería o quería referirse específicamente el Papa Francisco. Obviamente no tenemos una respuesta para esa pregunta, legítima y oportuna. Solo podemos ofrecer algunas hipótesis, y entre ellas la más plausible lleva a considerar que el Santo Padre quería en primer lugar expresar un temor: precisamente el temor de que las crisis en curso, en vez de buscar soluciones democráticas, abiertas y declaradas, preferiblemente consensuadas, se esquiven con artificios oscuros, pseudojurídicos, que en definitiva no resuleven nada, y remitan a nuevas crisis, aún peores, lo que no se quiso afrontar con honestidad y claridad en el momento oportuno. Cabe recordar que el último intento de golpe en América Latina fue en 2002 contra Hugo Chávez y fracasó al cabo de unas pocas horas. Después ocurrieron dos derrocamientos que ahora se definen como “golpe blanco” o “golpe suave” y tuvieron éxito: en Honduras contra Manuel Zelaya (2009) y en Paraguay contra Fernando Lugo (2012). Hubo muchos que definieron la reciente suspensión de la presidente Dilma Rousseff en Brasil como un “golpe blanco” y no pocos temen una situación semejante en Venezuela con el presidente Nicolás Maduro. Y las insistencias y las presiones, que hasta el momento han fracasado, provenientes de varias partes y acompañadas en muchos casos de declaraciones belicosas para que la OEA (Organización de Estados Americanos) aplique a Venezuela la “Carta Democrática” y declare que ese país ya no respeta el estado de derecho, se interpreta como un intento de “golpe blando”.

El poder onmívoro del dinero. Las preocupaciones del Papa Francisco por la situación general de América Latina, visible y notoriamente empeorada desde febrero de 2013, cuando él tomó un avión para asistir al Cónclave que debía elegir un nuevo Papa tras la renuncia de Benedicto XVI, son más que justificadas y fundadas. Son las mismas preocupaciones de los gobiernos de la región y de los analistas más atentos y bien informados. Son también las preocupaciones que comparten y expresan públicamente las Conferencias episcopales latinoamericanas. El núcleo del diagnóstico es la constatación del grave y persistente deterioro de la política, de los políticos y de los partidos, que se encuentran en el nivel más bajo de popularidad y consenso. El desinterés por la lucha política es generalizado, desde el Río Grande hasta la Patagonia, y si bien puede parecer una generalización inapropiada, la percepción es que hoy las clasas gobernantes latinoamericanas son sinónimo de corrupción e inificiencia. La hermosa estación del retorno a la democracia, después de años de durísima represión militar, parece un recuerdo atávico, y las grandes movilizaciones por la libertad y los derechos humanos fueron reemplazadas por la resignación y la indiferencia. Entonces hay cada vez más voces en toda América Latina que dicen que, sin política, sin dialéctica democrática auténtica, sin debate político y cultural, ganan los más fuertes o, lo que es lo mismo, gana el dinero, instrumento capaz de fagocitar todo. El inmenso poder de este dinero, transnacional, es lo que en definitiva toma las decisiones y condiciona la vida de los pueblos y de sus instituciones. El dinero y la corrupción sustituyen las elecciones. Las oscuras maquinaciones, dentro y fuera de la región, sustituyen los verdaderos y legítimos actores nacionales. Y los intereses de las altas finanzas y de la geopolítica ocupan el lugar de las necesidades y las prioridades de los pueblos.

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