BRASIL. ¿QUIÉN JUZGARÁ A LOS JUECES? La presidente en manos de un Parlamento donde más de un tercio está acusado de crímenes de evasión fiscal, enriquecimiento ilícito y soborno

Abril tormentoso
Abril tormentoso
El domingo 17 de abril pasará sin duda a la Historia de Brasil. Todo se detuvo. Hasta la poderosa Globo decidió suspender los partidos de fútbol y cambiarlos para el sábado o incluso el lunes. Nada. Salvo la sesión de la Cámara de Diputados donde se decidía si admitían o no el impeachment contra la Presidente Dilma. Todo el país pudo seguir la sesión por cualquier red de televisión, en directo (desde las 14 hasta las 23.50) o por las enormes pantallas instaladas en las principales avenidas de las capitales.
Era un clima de final de Copa del Mundo. En Brasilia, las “hinchadas” estaban separadas por un muro de dos metros de altura en la Av. de los Ministerios. A la derecha, a favor, a la izquierda, en contra. En Río, se dividió Copacabana en dos partes. En São Paulo, los que estaban a favor se concentraron en la Av. Paulista y los en contra en el Anhamgabaú. Dos puntos simbólicos para las manifestaciones populares, tanto deportivas como políticas…
Es difícil explicar qué fue lo que pasó. Sin pretender ser cínico o escéptico, creo que hemos asistido a una representación teatral, a una tragicomedia en el sentido más preciso del término. Se estaba juzgando a la Presidente de Brasil, sobre la que pesaban graves acusaciones de delitos fiscales, y el Tribunal estaba encabezado por el Presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, sobre quien pesan acusaciones aún más graves de enriquecimiento ilícito, desvío de millones de dólares y cuentas en Suiza. Y en el caso de que decidieran seguir adelante con el juicio (que ahora pasa al Senado), asumiría interinamente el Vicepresidente del país, Michel Temer, sobre el que también pesan acusaciones similares a las de Cunha. Y todo eso sería juzgado por una Cámara de Diputados donde más de un tercio está siendo acusado a su vez de crímenes gravísimos de evasión fiscal, enriquecimiento ilícito y sobornos.
Como si esto fuera poco y para dar más intensidad a la tragicomedia, cuando la sesión quedó decidida de manera irreversible, a comienzos de la semana pasada, el Gobierno comenzó a repartir puestos, cargos y nombramientos de manera tan libre y abierta como no se veía desde la época colonial, cuando los cargos del Estado se compraban y vendían. Sólo para dar una idea, el viernes, último día laborable, el Diario Oficial de la Unión hizo doscientos (¡sí, doscientos!) nombramientos de cargos políticos, e incluso cedió una fracción de tierras de la Unión al Estado de Amapá que incluye territorios indígenas en el Alto Amazonas. El propósito era conseguir un número mínimo de votos o bien de abstenciones o ausencias. El proceso sólo podía seguir adelante con dos tercios, 342 votos favorables. Al final fueron 367 a favor y 142 en contra. Un resultado bastante negativo para el Gobierno, porque las previsiones más pesimistas al comenzar la mañana de domingo daban 3 o 4 votos de apoyo a Dilma más de los necesarios. Y tuvo 25 en contra.
El Gobierno ha basado su defensa en la idea de que no hubo delito por parte de la Presidente, pero sin negar que hubieron “pedaladas fiscales”. La oposición argumentó que precisamente esas “pedaladas fiscales” configuraban crímenes previstos por diferentes leyes. Ambos puntos de vista tuvieron sus abogados defensores. Si los lectores se preguntan en qué consiste una “pedalada fiscal” creo que lo mejor es decirle que no se preocupe por entenderlo, porque el problema no era ése.
El problema, no entre políticos y abogados sino en la gente común, se planteó en la calle y con números enormemente expresivos (en São Paulo, por ejemplo, el mes de marzo estuvo marcado por una manifestación que llegó casi a un millón y medio de personas…). El problema, como decía, es la avalancha de crímenes, ya comprobados y juzgados en primera instancia, que envuelve al Gobierno, al PT, el partido gobernante, y a las principales empresas constructoras del país. Diariamente desde enero se fueron conociendo noticias sobre millones, muchos, muchos millones de dólares, a tal punto que ya no hay manera de tener idea de cuánto dinero se le ha robado al país. Jurídicamente, Dilma no está siendo  juzgada por eso. Políticamente, sí. Ya perdió la primera batalla, está en jaque mate. Pero el partido todavía no terminó.
Ahora el proceso pasa al Senado, que de acuerdo con las previsiones aceptará la denuncia contra Dilma. Si eso ocurre, la presidente dejará el cargo por 180 días y asumirá el vicepresidente Michel Temer, que fue el principal artífice, junto con Eduardo Cunha, Presidente de la Cámara -ambos del  PMDB, que era el mayor partido de la base de apoyo del Gobierno- de este caos institucional. Durante esos 180 días el Senado estudiará la acusación (hasta ahora lo que está en discusión es si hay o no motivos para la denuncia) y dará el veredicto final, restituyendo a Dilma en su cargo o deponiéndola definitivamente.
Mientras tanto -no se sabe bien si es para reir o para llorar, no olvidemos que es una tragicomedia- a Lula se le ofreció un Ministerio cuando las acusaciones en su contra eran cada vez más consistentes. Dijo que no aceptaría porque iba a dar la impresión de que intentaba huir de la Justicia y aceptar tácitamente los crímenes. Pero pocos días después, cuando resultó evidente que podía terminar en la cárcel, aceptó apresuradamente el cargo. Sin embargo, un recurso judicial de la oposición suspendió temporalmente el nombramiento. El Supremo Tribunal Federal, al que le corresponde decidir, decidió que no decidiría. Por lo menos hasta ver lo que ocurrió el domingo pasado. Lo que estaba en discusión era que si Lula fuera ministro, de hecho y de derecho, el proceso criminal en su contra saldría del fuero actual, con el implacable juez Sergio Moro, y pasaría al fuero privilegiado, y sobre todo mucho más lento, del Supremo. Se presume que en los próximos días el Tribunal Supremo se expedirá sobre el asunto: ¿Lula es o no es ministro de Dilma? Una pregunta bastante ridícula en este momento.
Lo que se ha visto en las últimas semanas es un Lula “como en los viejos tiempos”, instalado en el cuarto de un hotel de Brasilia, tratando de convencer a griegos y troyanos para que no abandonen al gobierno en esta hora tan difícil. Como se puede ver, no lo consiguió.
¿Qué se puede esperar ahora? Sinceramente, no sé. Este juego de ajedrez no es para cualquiera. Quien más o quien menos tiene por lo menos tres o cuatro acusaciones gravísimas en su contra, que no sólo lo destituiría del cargo sino que lo llevaría a la cárcel a hacerles compañía a todos los empresarios que ya están allí. Dilma es la única que no tiene nada que ver con todo eso (por lo menos hasta ahora). Sin embargo, el jaque mate es contra ella.
* Profesor de História de América de la Universidad Federal de São Paulo
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