Mirando hacia atrás resulta evidente –y el consenso al respecto es tan amplio como reconocido- que el Papa Francisco y junto con él la Sede Apostólica, en las personas que colaboran de manera más cercana, ha reposicionado la presencia y la misión del papado en el ambito de las relaciones internacionales y de la diplomacia mundial. En el pasado numerosas voces habían señalado el debilitamiento de esa presencia y ese rol. Durante algunos años pareció que la prestigiosa y eficaz diplomacia vaticana se hubiera retirado, casi auto mutilado, limitándose básicamente a las Organizaciones internacionales y regionales. Y ese parcial oscurecimiento se hacía sentir, pesaba y preocupaba a Estados y Gobiernos, diplomáticos y expertos analistas y observadores. Con el Papa Francisco, ayudado y asistido por sus colaboradores, se ha verificado un cambio drástico, visible, perceptible y unánimemente reconocido, y los resultados –algunos relevantes- le han permitido decir al Director de la Sala de Prensa del Vaticano, el padre Federico Lombardi: “Tengo la impresión de que está creciendo la autoridad del Papa como maestro de la humanidad, de la Iglesia y de la humanidad, en una perspectiva global. Porque durante este año el Papa ha tocado prácticamente todos los continentes, a excepción de Oceanía. Está presente en un horizonte global y trata con autoridad las cuestiones de la humanidad y de la Iglesia de hoy. Habla sobre los temas de la paz y de la guerra, que afectan verdaderamente a todos; habla sobre los grandes temas de las sociedades actuales en el contexto de la globalización, la ‘cultura del descarte’, la justicia y la participación. En la encíclica Laudado si’, en particular, logró dar una visión de conjunto sobre las cuestiones urgentes y cruciales de la humanidad de hoy y de la humanidad del mañana. Este es el aspecto que yo noto, es decir que la humanidad ve al Papa Francisco como una persona que le ayuda a encontrar una orientación, a encontrar mensajes de referencia en una situación que, en muchos aspectos, es de gran incertidumbre. Entonces, es un líder creíble, un maestro creíble, que, al hacer su servicio (que es de carácter específicamente religioso y moral) da una ayuda eficaz; es escuchado por los poderosos de esta tierra. Y los poderosos y los pobres son igualmente importantes y necesarios para ver el camino de la humanidad hacia el mañana”.
Los puntos fundamentales de la “política internacional” del Papa Francisco. Sabemos que no es completamente apropiado hablar de “política internacional” del Papa y de la Santa Sede. La razón es evidente: en la diplomacia vaticana no se hacen consideraciones geoestratégicas o geopolíticas. En este campo la Iglesia no tiene posiciones para defender, intereses para proteger o aspiraciones de dominio o control. La expresión “política internacional”, entonces, es solo un recurso para hablar del rol de la Sede Apostólica en el ámbito de las relaciones internacionales; rol que también se verifica en las relaciones que el Vaticano mantiene con 180 Estados de todo el mundo y decenas de Organizaciones internacionales e Instituciones espcializadas.
1) La voz del Papa y de la Iglesia. La voz y las acciones del Papa y de la Santa Sede en el concierto de la comunidad de las Naciones tienen un solo horizonte: el bien común de la humanidad toda, independientemente del continente, de la religión, de la riqueza y del poder de Naciones, Pueblos, Estados o Gobiernos. En el discurso ante la Asamblea General de la ONU, en septiembre del año pasado, el Papa Francisco afirmó con fuerza: “Lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano y a tantos otros a tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de París sobre el cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces”. Años antes el mismo concepto y en la misma Sede ya había sido enunciado por Pablo VI y por Juan Pablo II.
2) Hacer el bien lleva al encuentro. El 22 de mayo de 2013, en su meditación matutina en Santa Marta, el Papa Francisco dijo con sencillez y franqueza: “El Señor a todos, a todos nos ha redimido con la sangre de Cristo: a todos, no solo a los católicos. ¡A todos! ‘Padre, ¿y los ateos?’. A ellos también. ¡A todos! ¡Y esta sangre nos hace hijos de Dios de primera clase! ¡Hemos sido creados hijos a imagen de Dios y la sangre de Cristo nos ha redimido a todos! Y todos tenemos el deber de hacer el bien. Y este mandamiento de hacer el bien todos, pienso que es un buen camino para la paz. Si nosotros, cada uno por su parte, hace el bien a los demás, nos encontraremos allá, haciendo el bien; y lo hacemos poco a poco, lentamente, realizamos aquella cultura del encuentro: la que tanto necesitamos. Encontrarse haciendo el bien. ‘Pero yo no creo, padre, ¡yo soy un ateo!’. Pero haz el bien: nos encontramos allá”. “Hacer el bien”–explicó después Francisco–, no es una cuestión de fe, ”es un deber, es una tarjeta de identidad que el Padre nos ha dado a todos, porque nos hizo a su imagen y semejanza. Y él hace el bien, siempre”.
3) Paz y Justicia. Delante de los miembros de la Asamblea General de la ONU, el Papa Francisco entró después en detalles agregando: “Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión”.
4) Centro – Periferia. Vistos el ministerio y el magisterio del Papa Francisco, desde la óptica que nos interesa en este contexto, al comenzar el cuarto año de pontificado, resulta claro que ya no es correcto, porque resulta reductivo y engañoso, considerarlo el “Papa de la periferia”, así como nunca fue un “Papa del centro”. La agenda y el magisterio del Papa demuestran a esta altura que su preocupación es mucho más articulada y compleja porque se refiere a la necesidad urgente de construir nuevas relaciones entre el centro y la periferia. No parece demostrar una visión centralista en desmedro de la periferia, y obviamente tampoco una periferia en desmedro del centro. Como muchas veces afirmó Francisco, la exclusión no lleva a ninguna parte, o peor aún, lleva al conflicto traumático, que muchas veces genera espirales irreversibles. Todo el discurso del Santo Padre, tanto en la Asamblea de la ONU como en el Parlamento Europeo, así como las diversas alocuciones anuales al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, demuestran de manera inequívoca que ésa es su visión internacional y planetaria.
5) Voluntad política efectiva. Para la política internacional y su aparato de apoyo, las diplomacias, el Papa Francisco siempre ha auspiciado un método preciso y honesto: la voluntad verdadera y real de cambiar. En la ONU, el Santo Padre recordó a los Gobiernos presentes: “No bastan, sin embargo, los compromisos asumidos solemnemente, aun cuando constituyen un paso necesario para las soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos”.
La paz para proteger la vida. Las relaciones internacionales de la Santa Sede y su diplomacia tienen siempre el horizonte del bien común de la humanidad y no toman en cuenta las acostumbradas y casi indispensables coordinadas propias de los Estados: la geopolítica, la geoestrategia y el comercio internacional. Son, entonces, relaciones internacionales atípicas y es probable que justamente por eso se basan y se conforman según criterios que muchas veces parecen poco eficaces. Pero sin duda no es así. La historia de estas relaciones en las últimas décadas está llena de ejemplos que demuestran oportunidad y eficacia. Como recordó el Papa Francisco a los miembros de la Asamblea General de la ONU, en septiembre de 2015, “la guerra es la negación de todos los derechos” (…) y por eso “hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental”. Después el Papa cita no solo las guerras clásicas, incluyendo las intervenciones militares y políticas (cargadas de “consecuencias negativas” especialmente cuando no son “coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional”), sino también “otras formas de guerra” como “el narcotráfico. Una guerra “asumida” y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones”. Francisco recordó además la guerra del hombre contra el ambiente, como explica y documenta en su Encíclica Laudato Si’.
¿Qué se debe leer detrás de las reflexiones del Papa Francisco, siguiendo el pensamiento de sus Predecesores?
Que en definitiva, en el corazón de la política internacional de la Santa Sede está la vida y solo la vida, y que todo lo que se pretende y se pide –paz, diálogo, negociación, desarme, control…- es para defender, salvar y proteger la vida en el planeta; la vida humana en primer lugar, pero también todas las otras formas de vida. La misma paz, que a muchos puede parecer el objetivo central, en realidad es secundaria, en el sentido de que se la considera necesaria para proteger la vida. La paz no es un fin en sí misma. La paz es el medio más alto, más noble y eficaz para defender la vida.
En esta concepción la vida, la sacralidad y el valor de la vida, se consideran de una manera integral, total, global, sin visiones distorsionadas o reductivas. Durante mucho tiempo hubo entre los cristianos una difundida opinión que reduce la defensa de la vida solo a la oposición al aborto, olvidando muchas veces que otras realidades igualmente trágicas (guerra, tortura, trata de personas, hambre…) también atentan y amenazan la vida, don del Creador. Esa distorsión no pocas veces ha restado credibilidad a la lucha contra toda forma de aborto o ha ofrecido un flanco débil para críticas instrumentales e incluso banales. Ahora en cambio, crece la conciencia de que quien se opone al aborto se opone también a la guerra, el hambre, la tortura, la eutanasia, el suicidio asistido, la pena de muerte y cualquier otra forma, grosera o encubierta, que ataca o amenaza la vida.