El 2 de febrero, durante la misa de celebración por el 19º aniversario de la diócesis de Carabayllo al norte de Lima, en Perú, el obispo Lino Panizza anunció la apertura de la causa de beatificación de Andrea Aziani (1953-2008). Andrea fue a Lima en 1989 invitado por Mons. Luigi Giussani para promover una presencia cristiana en el ambiente universitario. Allí lo conocí en noviembre de 1992, en ocasión del IV Congreso Mundial de Filosofía Cristiana al que había sido invitado como disertante. La invitación era mérito suyo. Andrea me conocía a través de publicaciones, sobre todo de mis artículos en el semanario “Il Sabato”. Me alojé durante una semana en el departamento que compartía con sus amigos Giancorrado Peluso (Dado) y Gianbattista Bolis (Tista). Era una comunidad vocacional que en aquel momento estaba bajo la dirección del P. Joahn Leuridan Huys, decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad San Martín de Porres, donde enseñaba Andrea. Leuridan era una persona inteligente, con una forma de ser muy europea y afectivamente distante del ambiente peruano. Durante las conversaciones que compartí con ellos me impresionó la humildad que demostraba Andrea, que por cierto no carecía de agudeza e inteligencia. Su discreción, en aquel momento, me desorientó un poco. Solo después supe que respondía a una exigencia más grande: hacer posible un testimonio cristiano dentro de la Facultad que dirigía Leuridan. Años más tarde, debido a las dificultades objetivas de la convivencia, el grupo se separó. El Congreso de Filosofía también me permitió conocer y estrechar amistad con algunos protagonistas del renacimiento intelectual católico latinoamericano. Entre ellos Alberto Methol Ferré, intelectual uruguayo muy apreciado por el cardenal Bergoglio y conocido en Italia por el libro-entrevista de Alver Metalli, Il papa e il filosofo (Cantagalli 2014). También asistió Pedro Morandé, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Aníbal Fornari, profesor de Filosofía de la Universidad de Santa Fe, en Argentina. El intermediario era Andrea, siempre presente en aquellos días ricos de intercambios y reflexiones. Conservo todavía varias fotos de Methol, Morandé, Fornari y Andrea junto a la playa del Pacífico y he publicado algunas en la página Fb dedicada a Andrea Aziani. En ellas Andrea está muy elegante con saco y corbata, un atuendo muy raro en él. De aquellos días recuerdo la visita al Museo arqueológico de Lima, rico en tesoros del Imperio Incaico.
El viaje del ’92 fue la premisa para el siguiente, quince años más tarde, en noviembre de 2007. No podía imaginar por cierto que le quedaban pocos meses de vida. En esos años Andrea había enseñado filosofía, ética, epistemología y doctrina social de la Iglesia en varias universidades, y a pedido del obispo, mons. Lino Panizza, colaboró en la fundación de la Universidad “Sedes Sapientiae” (UCSS). La elección de la sede de la Universidad era significativa: no ya en los barrios elegantes de la alta burguesía de la Lima española sino en un contexto popular, para promover socialmente a los menos pudientes. Muchos de ellos eran estudiantes que trabajaban. Andrea fue a buscarnos al aeropuerto, a mi esposa Carmen y a mí, el miércoles 31 de octubre. Estábamos cansados, habíamos hecho un tour por Santiago de Chile dando conferencias y manteniendo encuentros. Para el trayecto desde el aeropuerto hasta la ciudad nuestro acompañante eligió el camino “más corto”, utilizando calles de tierra que cruzaban los enormes barrios marginales de un submundo indescriptible para el ojo europeo. Andrea estaba acostumbrado, nosotros estábamos mudos. Antes de llegar al hotel, con gran gentileza nos llevó a un hermoso restaurante cuya terraza ofrecía una vista del Pacífico. Era su manera de darnos la bienvenida. Lo observé: había envejecido, tenía el rostro demacrado y más delgado de lo habitual. Su cualidad de “sombra” ahora se expresaba también en su cuerpo. Lo que no había cambiado era el fuego interior, la mirada dulce e intensa que te abrazaba y te hacía sentir en casa. Los días siguientes conocimos a los amigos que vivían con él y con Tista –Dado había vuelto a Italia-: Igor, Paolo y Guido. En aquella casa la hospitalidad era real, se respiraba un clima de verdadera amistad, de profunda serenidad. El ambiente un poco tenso del otro departamento era un recuerdo del pasado. Antes de ir a la Universidad, Andrea trabajaba en la computadora desde las seis de la mañana. A pesar de que la señal era terriblemente lenta, respondía con paciencia a todos los que le pedían los más variados consejos. Así era siempre, incansable desde el alba hasta que se ponía el sol. Pero no vivía esa intensa actividad con ansiedad, sino con una especie de levedad, de consciente servicio al prójimo que esquivaba cualquier tipo de ostentación. Humilde, discreto, apasionado, atento, esencial en sus necesidades, siempre dispuesto a hacerse todo para todos; parecía un Francisco de nuestro tiempo. A esas virtudes iba unida una profunda pasión intelectual y una curiosidad relacionada con el pathos educativo de comunicar adecuadamente la verdad a sus estudiantes. El contenido de la fe cristiana solo podía demostrar su correspondencia con lo humano dando razón de todo, sin censurar nada. Y por eso me encontraba allí, en Lima, por segunda vez. En 2005 había publicado dos libros, el primero titulado Il soggetto assente. Educazione e scuola tra memoria e nichilismo (“El sujeto ausente. Educación y escuela entre nihilismo y memoria”); y el segundo, Secolarizzazione e nichilismo. Cristianesimo e cultura contemporanea (“Secularización y nihilismo. Cristianismo y cultura contemporánea”). Ambos habían sido traducidos al español en 2005 y 2007, por la Editorial Encuentro de Madrid. Andrea los había leído con mucha atención y los había usado incluso como punto de referencia para sus clases. Así había nacido la idea de pedirme que pronunciara algunas conferencias sobre educación, el tema de mis libros. El mail con la invitación que recibí en diciembre de 2006 decía:
Queridísimo Massimo, hace muchísimo tiempo que deseaba ponerme de nuevo en contacto contigo y ahora se ha presentado la oportunidad -¡de manera imprevista!- con la visita a Lima de Pedro Morandé, en ocasión de nuestro “Happening” y de una conferencia que dictará en la Universidad Católica “Sedes Sapientiae”. El mismo Morandé me dio tu mail. ¿Cómo estás? En estos días hemos recordado tu visita a Lima para aquel “famoso” Congreso de Filosofía Cristiana. ¿Te acuerdas? Recuerdo también las “mezquinas” y “ridículas” críticas de algunos…. a tus –justamente- guardinianas posiciones. Pero durante todos estos años –aunque te parezca difícil de creer- he tratado de “seguirte”. Primero en “30 Giorni”, después en los diversos artículos publicados en internet, incluso en tus visitas a España (¡por lo que deduzco que hablas perfectamente el español…!) y por último he comprado, leído y hecho una full inmersion en tu ESPLÉNDIDO El sujeto ausente, ya traducido al español junto con el otro sobre la secularización que cita Morandé en la presentación. ¡Lo estoy (lo estamos) usando en todas las salsas!!!!! a tu Sujeto ausente…¡ de verdad… créeme!!! lo he convertido, de hecho, en todo el curso de FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN. Pero también en Antropología, toda la parte final (realismo/prejuicio/experiencia). ¡ESPLENDIDO! ¡No sé cómo agradecerte!!!
¡Pero vayamos a lo nuestro! Bueno… habrás comprendido que a esta altura, en vez de citar tus textos –a propósito o a despropósito (¡en nuestro caso!)- estaríamos más contentos si tuviéramos al autor… ¡en carne y hueso! ¿Te parece? (…) En fin, ¡estemos en contacto! ¡Estoy feliz de haber reencontrado un “viejo” amigo y “joven” maestro!
GRACIAS!!!! Hasta pronto, esperamos tu respuesta. Andrea
A una carta tan llena de aprecio y de afecto, era imposible negarse. Todavía conservo los mail donde se preocupaba de que nuestro viaje fuera lo más confortable posible y llegó incluso a organizar una espléndida etapa en Cuzco, la antigua capital incaica, con un recorrido imperdible por el Machu Pichu. Porque Andrea era así, no se limitaba a lo formal o a los resultados, sino que estaba atento a las personas, a su humanidad. No te abandonaba, te acompañaba con la mirada y con los amigos que te ponía al lado. Uno de ellos era el obispo Lino Panizza. Recuerdo la cena que organizó para recibirnos en una casa modesta de un barrio popular de Lima. Era evidente el gran aprecio, correspondido, que sentía por Andrea. Los últimos días fueron intensos, entre conferencias y encuentros. Para él los más importantes eran los que se centraban en El sujeto ausente. Educación y escuela entre nihilismo y memoria. El lugar donde se llevaban a cabo, repleto de gente hasta lo inverosímil, era el aula magna de un colegio cerca de la UCSS. Y las reuniones era siempre de noche, para que pudieran asistir los alumnos de la Facultad de Educación que trabajaban. Lo recuerdo como una experiencia única: el silencio, la atención, y al final, la fila interminable de todos los que agradecían porque habían quedado impactados en su humanidad. Junto conmigo, en el escenario, estaba el padre Giovanni Paccosi y la profesora Giuliana Contini. Andrea permanecía entre bambalinas, lleno de alegría por el éxito de esos encuentros. Vivía para aquellos jóvenes, era su profesor con una vocación, innata, de educar. Como cristiano sentía la enseñanza como una transmisión de vida, como un testimonio de la belleza de Cristo que brilla en todo lo que es grande y humano. Una inteligencia aguda y un corazón ardiente, enamorado de Cristo y del hombre, así era Andrea. En noviembre de 2007 tuve oportunidad de intuirlo de cerca. Siempre he pensado que, en el fondo, compartimos pocos días, ni siquiera dos semanas entre 1992 y 2007, y sin embargo sentía que era un gran amigo. En el tiempo que pasamos juntos me habló de él, de su familia, de sus raíces judías por parte de su madre, de su parentezco con Emanuele Samek Ludovici, joven esperanza de la Universidad Católica de Milán muerto prematuramente en 1981. Andrea era una encrucijada de distintos mundos: judío y cristiano, italiano y peruano, intelectual y popular. Esa encrucijada definía su peculiar forma de estar abierto a todos, sin discriminaciones, en la óptica de la gratuidad que no pide recompensas. Y eso lo percibían “sus” estudiantes; ellos comprendían que ese profesor era, al mismo tiempo, maestro de vida, padre y compañero de viaje. Una de esas personas que no se olvidan y cuyo recuerdo, a la distancia de los años, siempre resulta conmovedor.
El sábado 10 de noviembre visitamos, con Carmen, la Iglesia de San Francisco, con la guía de un arquitecto. Después Andrea nos acompañó al “Eau vive” y a la noche volvimos al restaurante junto con Igor. Era su hospitalidad, la manera de demostrar su agradecimiento. Al día siguiente, domingo, partimos de regreso. Cuando nos despedimos me dio dos pequeñas estampas del Señor de los Milagros del que era muy devoto. En la parte de atrás había escrito: “Gracias. De verdad, por todo. Hasta pronto. A.”.
La gratitud, estar agradecido, la conciencia de que el cristianismo es, desde el principio hasta el final, una “gracia”, era su manera de ser. Fue la última vez que lo vi y no lo sabía. El último mail que me mandó es del 3 de junio de 2008. Una vez más me saludaba a su manera: “¡Graciaaaaas amigooooo! A.”. Un estilo a gritos, futurista, para hacerme presente su afecto fraterno. Andrea murió de improviso el 30 de julio de 2008. El corazón generoso de un hombre que donó incansablemente su vida a los demás, se detuvo. Y fue el amigo Alver Metalli, desde Argentina, quien me dio la triste noticia. Años después, en un artículo publicado en Tracce.it, Andrea Aziani un hombre consumido por el deseo de Cristo, escrito por Dado Peluso, leí:
“Mirna, una estudiante, recordó así la última clase en la Universidad Sedes Sapientiae de Lima: “Parece que fue ayer la última clase de Metafísica con mi maestro Andrea Aziani. Muchas fueron las cosas fuera de lo común que dijo, pero lo que más me llamó la atención fue la pasión con que explicó el tema de la Belleza: “En un mundo sin belleza –dice von Balthasar- el bien también ha perdido su fuerza de atracción… el hombre queda perplejo ante él y se pregunta por qué no debe preferir el mal”. Un mundo sin belleza es una Waste Land (T. S. Eliot), una “tierra desolada” habitada por la desesperación, es la medianoche del Nihilismo. La belleza reside en un amor que, como afirma el Cantar de los Cantares “es fuerte como la muerte”, un Amor capaz de desafiar la muerte, la nada, el odio y todo lo que hace la vida angustiosa y miserable. No estaba hablando de la belleza estética y banal, era la belleza de la verdad, del infinito”. El alumno que habló en el funeral contó también que Andrea terminó su última clase diciendo: “Recuerden siempre que el amor es más fuerte que la muerte”.
Cuando leí estos testimonios no pude evitar el nudo en la garganta. Andrea, en su última clase, había recordado al pie de la letra algunos pasajes de mi libro El sujeto ausente. Eran los mismos (p.117 y 63) donde había puesto una parte de mí mismo, esa que protesta contra la muerte y, conmovida por la cruz de Cristo, ansía y espera la victoria sobre la nada. Que Andrea, un instante antes de morir, recitara el verso del Cantar de los Cantares: “Fuerte como la muerte es el amor” agregando un “más”: “El amor es más fuerte que la muerte”, era el punto que nos unía y que nos sigue uniendo ahora que él ya no está presente y está más presente que nunca. En esa frase está contenido su testamento, su testimonio de Jesús como amor al mundo, a los pequeños que hacía sentir importantes, a sus estudiantes que conservaba, uno por uno, dentro de su gran corazón.