“Hola Papa Francisco, tengo nueve años, vivo en Buenos Aires y soy un poco petizo. Me gusta mucho el fútbol y soy hincha de Boca, que es el mejor. Aunque vos sos de San Lorenzo, te quiero mucho lo mismo”. Desde San Miguel, en la provincia argentina de Buenos Aires, Pepe le confiesa al Papa que está muy contento de que lo hayan elegido y por eso lo ha dibujado en el balcón de la Basílica del Vaticano cambiando el pabellón rojo pontificio por una enorme bandera argentina.
Es la hinchada del Papa, que parece infantil, pero leyendo la montaña de cartitas que todos los días llegan a la Oficina de Correo del Vaticano, se ríe, se llora y se encuentran todas las palabras clave del pontificado de Francisco. “Los niños dicen la verdad, van a lo esencial, no son abstractos, plantean preguntas verdaderas”, dijo el Papa hace unos meses, confesando que la relación cotidiana con los más chiquitos es lo que más extraña desde que dejó su Buenos Aires. En compensación, hoy le escriben cientos de miles de niños, muchas veces para contarle sus problemas y sus dramas familiares. Homicidios, pobreza, desocupación. “Te pido que reces para que mi mamá se cure y por el alma de mi tío Pablo, que lo mataron. Le robaron la vida, era muy joven, tenía solamente diecisiete años”, escribe Pablito. Débora le cuenta que murió su hermanita, y termina diciendo: “Señor Papa Franciso, yo te abrí mi corazón y espero que vos también me abras el tuyo”.
Lo que más conmueve al Papa Francisco es el dolor inocente. “Cuando veo lo que acá llaman “enfermedades raras”, que son producidas por descuido del ambiente, se me revuelve todo, tengo ganas de llorar”, contó el Papa. “Cuando veo a esas criaturas le digo al Señor: ¿Por qué ellos y no yo? Una vez que apenas pude contener las lágrimas fue cuando estaba hablando de la persecución de los cristianos en Irak. Me conmoví profundamente. Pensaba en los chicos…”. Un dolor que conmueve porque está purificado por los ojos sencillos de los más pequeños. Como los de Aiden, que se encuentra en el campo de refugiados de Erbil y dice que está muy triste porque tuvo que dejar su bicicleta en Qaraqosh, la principal ciudad cristiana del valle de Nínive, conquistada en el verano de 2014 por los caballeros negros del Califato islámico. O como Christian, prófugo sirio en el Líbano, que solo le pide al Papa que lo ayude para vivir una vida hermosa y tranquila.
Es el tipo de cartas que llega con mayor frecuencia a la mesa de trabajo del Pontífice. Él las lee, las subraya con una línea ondulada, las firma con una letra: F. Solamente los directos interesados saben a cuántos llama después por teléfono o les contesta personalmente su carta; en otros casos “sugiere” lo que deben responder sus discretos colaboradores de la “Oficina de correspondencia”, un pequeño equipo de la Secretaría de Estado Vaticana formado por un sacerdote, una religiosa y dos mamás, que tiene la tarea clasificar todo el correo dirigido al Pontífice.
A todos los niños el Papa les pide siempre que recen por él, porque está covencido que Dios escucha más la oración de los niños. En realidad ellos no siempre están seguros de eso. “Vos que estás más cerca de Jesús, ¿podrías decirle que convenza a los hombres para que sean más buenos con la tierra y con los niños?, escribe Federica desde Tierra del Fuego, contándole que una amiguita suya está enferma.
Para los niños, el más allá es tan concreto como este mundo. Muchos de ellos le preguntan al Papa por el estado de “salud” de sus abuelos que se fueron al cielo y otros quieren saber si a los perros los dejan entrar al Paraíso. En la correspondencia privada pontificia también hay cartas de niños no cristianos. Aziz, musulmán y alumno de una escuela católica de Lahore, le escribe al Papa para pedirle perdón en nombre de todos los fieles de Allah por el enésimo atentado contra los cristianos en Pakistán. Otros le aseguran que están rezando para protegerlo de “esos del Isis” que lo quieren matar.
Todos comprenden instintivamente los rasgos fundamentales de la personalidad del Papa Francisco y su pacífica revolución. “Yo te quiero mucho porque tú quieres a todas las personas, y también a los que son malos”, sintetiza Maddalena, y Anna expresa su admiración y cuenta que le gustaría estar en el lugar del Papa. Darío no llega a tanto, pero espera que Francisco pueda dirigir la Iglesia por más de veinte años.
Palabras, dibujos y preguntas que van a lo esencial, que hacen reir y llorar al mismo tiempo, que son capaces de desenmascarar la hipocresía y el cinismo de los adultos. Por eso todas las cartas se guardan en un archivo y, si tiene dirección, reciben su respuesta, tanto las que llegan muy prolijas dentro de un sobre como los mensajes improvisados que tienen la suerte de “aterrizar” en el jeep pontificio durante sus largos recorridos en medio de la multitud. “Sos un rey y tenés que ser hincha de Roma y de ningún otro equipo, y sobre todo ni de Lazio ni de Juve”, afirma un joven y anónimo admirador en un papel sucio y arrugado.
“Letterine al Papa” (Gallucci Editore), que por ahora solo se editó en italiano, es una pequeña antología que cuenta el pontificado de Francisco, la Iglesia, la fe y el mundo a través de los ojos de los niños. Cartas verdaderas a las que naturalmente se ha cambiado el nombre del autor, fruto de un viaje mucho más largo por los cinco continentes entre las líneas de cientos de mensajes que vuelven a plantear preguntas importantes que muchas veces nadie contesta. Solo piden que el lector abra su corazón y esté dispuesto a dejarse asombrar.
Reflejan el testimonio que día a día ofrece el Papa Francisco, quien dio su aprobación para que se publicara el libro y las ganancias se destinen al mantenimiento de los 500 niños asistidos dentro de las murallas vaticanas. Son los pequeños pacientes del Dispensario pediátrico Santa Marta, que ofrece atención médica, alimento y ropa a las familias necesitadas. Sin distinciones. Hay cristianos, musulmanes y budistas, y vienen de distintos países de todo el mundo. Fundado en 1922 por Pio XI para ayudar a los niños pobres de Roma, el Dispensario Santa Marta hoy es una fundación presidida por el Limosnero pontificio, monseñor Konrad Krajeswski. En septiembre de 2015 los cincuenta voluntarios –entre ellos varios médicos- pusieron en marcha el proyecto “Una cuna para ti”, un conjunto de servicios a la maternidad, desde consultas médicas hasta vacunas y cursos sobre alimentación.