La revista estadounidense Science publicó recientemente un estudio sobre el origen de los antiguos pueblos de América. Los resultados de la investigación demuestran que existirían conexiones genéticas entre los aborígenes australianos y los indígenas del Amazonas. Esa matriz común también fue confirmada por las investigaciones realizadas por el equipo de la revista británica Nature.
Hace muchos años que antropólogos y arqueólogos debaten sobre el origen y las dinámicas de esta conexión. La tesis de los migrantes que partieron del continente asiático y atravesaron la franja de tierra que unía Siberia y Alaska –actualmente cubierta por las aguas del estrecho de Bering- es universalmente aceptada por la comunidad científica. El equipo de Nature está convencido de que el contacto se verificó a consecuencia de una o dos antiguas oleadas migratorias en el continente, mientras los investigadores de Science afirman que ocurrió mucho después del poblamiento inicial. Jennifer Raff, antropóloga de la “University of Texas” de Austin, explica que, más allá de las normales divergencias, las dos revistas han abierto una «incredibly exciting window» en los estudios sobre los antepasados de los amerindios actuales.
Cuatro años de investigaciones permitieron al equipo de expertos de Science secuenciar 31 genomas completos y 79 parciales de individuos provenientes de Norte y Sudamérica, de Siberia y de Oceanía. Los mapas se compararon después con los genomas de tres antiguos esqueletos: Mal‘ta child (24.000 años, Siberia), Anzick child (12.600 años, Montana) y el hombre de Saqqaq (4.000 años, Groenlandia). Los resultados confirman que todos los amerindios, antiguos y modernos, derivan de una «source population» común localizada en Siberia. Hace aproximadamente 23.000 años se habría separado de las otras poblaciones asiáticas para asentarse en “Beringia”, la franja de tierra actualmente sumergida. Allí permanecieron unos 8.000 años y luego se difundieron por América en una sola oleada migratoria, para dividirse posteriormente entre América del Norte y América del Sud hace 13.000 años.
Rastros de ADN australo-melanesio en algunos amerindios vivientes, incluso en habitantes de las islas Aleutianas y la población Suruí del Brasil amazónico, son el dato más sorprendente de la investigación. Algunos antropólogos ya había sugerido una conexión, ilustrada en lo que se denomina «Paleoamerican model». Walter Neves de la “University of Sao Pãolo” de Brasile y Mark Hubbe de la “Ohio State University” de Columbia afirman la existencia de una «source population» diferente, ya que algunos individuos amerindios extintos presentaban cráneos estrechos y largos, muy semejantes a los de muchos australo-melanesios.
Por otra parte, los datos obtenidos por la investigación del equipo de Science refutan el «Paleoamerican model» porque el mapa de 17 individuos extintos de Sudamérica con esos rasgos distintivos no ha mostrado ningún rastro de ascendencia australo-melanesia. Por su parte David Reich, genetista de la “Harvard Medical School” de Boston, que dirige el grupo de investigación de Nature, concuerda con Mark Hubbe al afirmar que los 17 genomas son incompletos y cubren un rango demasiado estrecho para ofrecer datos científicos razonables. Su equipo ha realizado secuencias parciales del genoma de 106 amerindios de 25 poblaciones diferentes de Centro y Sudamérica y los ha comparado con los datos de ADN de 197 poblaciones externas al continente americano. Al final ha descubierto que algunas tribus del Amazonas tienen un 1 ó 2% de su ADN en común con los nativos actuales de Australia, Nueva Guinea y las Islas Andaman. Las diferencias entre los ADN compartidos sugieren que la ascendencia no proviene directamente de estas poblaciones sino de otra –actualmente extinta- denominada “Pueblo Y”, que vivió en algún lugar de Asia del este y que en una época muy remota transmitió genes comunes a los paleo-americanos y los australo-melanesios.
¿Una o dos «source population»? ¿Contactos antiguos o recientes entre las poblaciones? Los datos científicos que ofrecen Science y Nature no permiten una interpretación unívoca, pero sí ofrecen fundamentación para dos diferentes análisis perfectamente razonables. Solo el mapeo de un número cada vez mayor de genomas aumentará los datos disponibles y quizás resolverá el misterio, para reconocer el triunfo de una de las dos prestigiosas revistas. O tal vez la ciencia, la historia o la arqueología puedan revelar la existencia de una tercera vía.