Sin duda la Evangelii gaudium resulta ser una caja de sorpresas. Los que lo conocíamos de antes sabíamos que, viniendo de Francisco, esas sorpresas eran previsibles y encontraría varias también imprevisibles.
No soy de lectura rápida, suelo tomarme mis tiempos y no sólo leer sino también releer. Por eso, cuando un amigo me llamó por teléfono preguntándome si había terminado de leer la exhortación apostólica le contesté, un poco con la verdad y otro poco sin ella:
-En eso ando.
- Bueno, en el punto 96 ha incluido algo para ti.
Pensé que era una broma y le seguí el juego:
- ¡Cómo va a incluir algo para mí! ¿qué es lo que ha puesto?
- ¡Un bergoglismo!
- ¿Cuál?
- El “habriaqueísmo”. Escribió exactamente así ha-bria-que-ís-mo
Suspiré aliviado cuando me dí cuenta que ese “algo para mi” no me responsabilizaba de nada. Los bergoglismos de estos meses me dejan siempre el miedo de meter la pata. De todos modos, no pude dejar de exclamar:
- ¡Oh! ¡Toda una doctrina! Este hombre está decidido a revolucionar la historia.
- ¿Del mundo?
- Del mundo seguramente, pero a mí lo que me preocupa es la de las palabras cruzadas. Tendrán que empezar a incluir estas palabras nuevas!
Mi corresponsal dijo que yo estaba definitivamente perdido y cortó. No sé por qué varios coinciden en eso. Por mi parte fui directamente al texto, al punto 96, saltando los anteriores:
En este contexto, se alimenta la vanagloria de quienes se conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando. ¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es «sudor de nuestra frente». En cambio, nos entretenemos vanidosos hablando sobre «lo que habría que hacer» —el pecado del «habriaqueísmo»— como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel.
Lejos de la chanza telefónica volví a la práctica de siempre. Sucede que cuando leo un texto suyo me parece estar escuchándolo. Se me estrujó el corazón al leer sobre “quienes se conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando”.
Esa frase, pensé, sólo puede venir de un jesuita. Un Ignacio de Loyola que abandona la gloria de unas armas por la de otras distintas. Simples soldados de un escuadrón que siguen luchando sin importar el resultado de la batalla porque la gloria se da por descontada cuando se lucha en el bando de Dios.
Recordé a un Jorge Bergoglio S.J. muy joven, dirigiendo una ignota obra de teatro de otro jesuita, Juan Marzal S.J. sobre la vida de San Ignacio. Más jóvenes aún dos de sus alumnos, Rogelio Pfirter y quien suscribe, jugando el primero, el rol de Ignacio de Loyola y, el segundo, de un oficial pendenciero amigote de juergas del Capitán de Artillería ahora convertido. Nos dijeron que los papeles estaban dados según el physique du rol de cada uno. Gracias, padre Bergoglio por lo que a mí me tocaba.
Mi parlamento no era muy extenso. Le decía a un Ignacio ya repuesto de sus heridas:
- Vuelve a la guerra/ a fuer de caballero! – mi personaje no quería perder a su amigo.
Y él me explicaba con aire de reconciliación:
- No abandono las armas, / fuera indigno! / Yo las cambio, / en vez de espada /una cruz que no mata al enemigo,/ antes bien, le da vida…
Siempre recordé ese “No abandono las armas” asociado a que la Fe era milicia y la batalla, permanente.
Me he detenido en esa imagen porque el bergoglismo de hoy apunta a la otra cara de la moneda. Hay “vidas deshilachadas en el servicio” y vidas que se consumen teorizando “lo que habría que hacer”. Francisco inaugura para ellos un nuevo pecado: el “habriaqueísmo”.
Vistos en perspectiva, hace mucho tiempo que tantos, desde la comodidad de sus despachos, teorizan lo mismo que nunca se animaron a llevar a cabo. Porque era difícil, porque estaban cansados, porque tenian tantas otras cosas que hacer. Aquellos responsables que perdieron contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo. Es que el general que olvida que es soldado y que lo que importa es librar un buen combate, está derrotado. Quizá porque ya no entiende que si nos acompaña la Fe la esperanza de la victoria está más allá del resultado de la batalla, no en la vanidad del reconocimiento mundano sino en el encuentro con Dios.
- Ese Dios católico que nos “primerea” siempre.
- “No balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús” Gesù
- Una civilización que está “falseada” tiene urgente necesidad de la esperanza cristiana
- “Hagan lío”, porque la Buena Noticia no es silenciosa…
- Esa anulación que elimina al Otro. No se dejen ningunear
- El Pescador quel lama a “pescar” una mirada nueva hacia la sociedad y la Iglesia
- Qué pena una juventud empachada y triste!
- “Misericordiando”. Dialogo con el Papa sobre un gerundio curioso
- El “chamuyo” de Dios
- ¡Qué Dios me banque! Si Él me puso aquí, que Él se haga cargo
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