Solo faltan unas pocas horas. Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, los dos frailes franciscanos polacos asesinados en Pariacoto el 9 de agosto de 1991 por los guerrilleros maoistas peruanos de Sendero Luminoso, pronto serán beatos. Junto con ellos, el sacerdote italiano de Bérgamo, don Alessandro Dordi, asesinado en una emboscada el 25 del mismo mes a orillas del río Santa. El próximo martes 3 de febrero, por la mañana para ser más exactos, la Congregación para la Causa de los Santos analizará nuevamente toda la positio y el expediente Relatio et vota que registra el voto de los consultores teólogos junto con el informe y las explicaciones que solicitaron para dejar todos los hechos en claro. Con el voluminoso dossier en sus manos, los obispos se pronunciarán de manera definitiva. Inmediatamente después, la decisión pasará al Papa Francisco, que muy probablemente no demorará en promulgar el decreto.
Desde el primer momento mons. Luis Armando Bambarén Gastelumendi, obispo emérito de Chimbote y ex presidente de la Conferencia episcopal peruana, se movilizó para iniciar la causa de beatificación de las víctimas y solicitó incluir también al sacerdote italiano. El padre Angelo Paleri, postulador de la Orden de los Frailes Menores (Ofm), admite que en un principio la recepción fue muy tibia. Existía la sospecha, como en muchos casos similares, de que se hubiera verificado una anterior connivencia de los sacerdotes asesinados con la guerrilla de Sendero Luminoso. A primera vista resultaba una empresa demasiado difícil demostrar con argumentos sólidos que los dos frailes realmente hubieran muerto mártires, cuando era más sencillo pensar que simplemente la guerrilla los había eliminado porque ya no resultaban útiles para sus intereses. El padre Paleri explica que “en toda esa zona, Sendero Luminoso había creado una especie de gobierno paralelo: la difusión capilar en el territorio era posible gracias a la integración de las autoridades existentes en su red. Operaban siempre en esta dirección, ya que consideraban vital mantener el orden sin destituir los poderes preconstituidos”. Y también es cierto que, si fracasaban esos “intentos de negociación”, pasaban en último término a la eliminación física de los adversarios. Por otra parte, el padre Ángelo recuerda que “ya antes, las escuadras de la muerte “de derecha” habían matado sacerdotes o simples agentes pastorales, catequistas y religiosas porque los consideraban comunistas y adoctrinaban sin ningún derecho a los fieles”.
Una semana antes del asesinato de los dos frailes, los senderistas habían atacado también al padre Miguel Compañy, un sacerdote español que trabajaba en la diócesis de Chimbote, quien sobrevivió milagrosamente. El 14 de agosto estaba programada la ordenación de un sacerdote dominico y los guerrilleros habían intimado que no se celebrara la ceremonia porque caso contrario matarían un misionero por semana.
La investigación diocesana sobre los tres mártires asesinados in odium fidei concluyó en 2003. Sin embargo, los consultores teólogos consideraban que era necesario aclarar muchos aspectos y solicitaron el material elaborado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación sobre las víctimas en el país (se calcula que hay cerca de 70.000 en Perú) pero también sobre los “movimientos antagonistas” que habían combatido el poder oficial. El Informe final de la Comisión, publicado el 23 de agosto y que se integra a la documentación del proceso, reconstruye los acontecimientos de ese período: en el tercer capítulo se detalla la red de relaciones entre Sendero Luminoso, la Iglesia Católica y las Iglesias evangélicas, que también estaban muy difundidas en Perú. “Un discreto número de páginas”, confiesa sonriendo el padre Ángelo: “En un primer momento Sendero Luminoso no se había preocupado mucho por la Iglesia. Algunos relatores de la Comisión notaron que los guerrilleros ordenaron ataques en ciertas zonas, pero no tocaron a los sacerdotes”. En el horizonte de los senderistas, la Iglesia siempre fue considerada “opio de los pueblos”. Por otra parte, aceptaron de buen grado las inocuas formas de religiosidad popular, ya que la gente seguía respetando sus tradiciones y realizando sus procesiones sin tomar en cuenta los cambios políticos que se estaban produciendo. Cuando la Iglesia empezó a hablar de justicia, de verdad y de perdón, la organización guerrillera acusó a los misioneros de estar al servicio del imperialismo porque distribuian las ayudas que les enviaba Cáritas. Y mientras la Iglesia reforzaba sus lazos con los pobres en el ejercicio de la caridad, la guerrilla veía que se frenaba en el pueblo el impacto de sus esfuerzos para desencadenar una sublevación violenta.
A fines de los años ’90 casi todos los líderes de Sendero Luminoso estaban en poder de la justicia y el movimiento se transformó en uno de los tantos grupos que controlan el tráfico de coca. Los jefes históricos todavía se encuentran en la cárcel y algunos ex militantes han intentado fundar un partido político, pero hoy el Estado no permite que las personas que estuvieron relacionadas con la guerrilla senderista participen en la vida pública.
El padre Ángelo Paleri no deja de destacar cuánto insistió mons. Bambarén en el hecho de que estos tres hombres serán los primeros mártires de la historia del Perú, una nación que ya es rica en ejemplos de santidad. Baste pensar que entre 1500 y 1600 vivieron cinco santos en Lima -santa Rosa de Lima y San Martín de Porres, peruanos de nacimiento; el arzobispo Toribio de Mongrovejo, John Macías y Francisco Solano, españoles-, que fueron canonizados por sus virtudes heroicas. Contar con tres mártires entre sus santos significa un verdadero primado. La historia cristiana moderna confirma continuamente el jucicio de Tertuliano: «sanguis martyrum, semen christianorum».