Actualmente todos hablan de la relación de Su Santidad Francisco con el más importante de los escritores argentinos y la mayoría suele definirla como amistad, pero asociar imágenes sin tomar en cuenta la data de las mismas puede llevar a conclusiones erróneas. Es cierto que Jorge Mario Bergoglio S.J. conoció a Jorge Luis Borges, que en cierto momento lo frecuentó y tuvo la posibilidad de un contacto más cercano que la mayoría de las personas, pero para evaluar cualquier relación o tejer cualquier amistad es esencial ubicarse en el tiempo y el espacio.
En 1965 el escritor tenía 66 años y el jesuita 28. Borges era mundialmente conocido y Bergoglio era solamente un “maestrillo” joven de la Compañía de Jesús que tenía a cargo dos grupos de estudiantes secundarios a los que enseñaba Literatura y Psicología.
Posiblemente la clave que le permitió tener acceso al maestro fue haber encontrado, durante un programa de Radio Nacional, a una escritora que había sido alumna y secretaria de Borges – María Esther Vázquez. Es de suponer que “ser jesuita” no fue un dato irrelevante. Miles de profesores de Literatura, y no de un colegio secundario sino de cátedras universitarias importantes, habrían querido tener ese privilegio, y seguramente un número imposible de conocer lo intentó en vano. Por eso vuelvo a mi suposición y creo que el jesuita más que el profesor fue lo que motivó el visto bueno del escritor. Quiero imaginar que esa posibilidad de un inefable encuentro entre el agnosticismo y la Fe pudo haber sido la razón que motivó la aceptación.
Indudablemente a Borges no le pasó desapercibida la dialéctica y simpatía de su joven interlocutor, y la propuesta de dar algunas clases de literatura gauchesca a alumnos del último año del bachillerato– que en otro momento hubiera parecido una locura –, sonó más bien como una invitación a la aventura. Y esto es algo que ya afirmé por escrito hace tiempo.
Llegó Borges. Bergoglio lo fue a recibir a la vieja estación de la calle Mendoza frente al Correo. Nada de avión. Bien le habrán molido los riñones las seis largas horas de bus desde Buenos Aires. Yo quedé un poco asombrado, pues suponía que un hombre que era bastante viejo debía venir en avión. Bueno, medio viejos y viejos enteros viajan en bus, pero yo pensaba que ese transporte no era apropiado para un candidato al Nobel. Desde otro punto de vista, supongo que para él debió tener mucho de aventura. Solo, en medio de la nada durante seis largas horas. ¿Qué le habrá dicho a su madre? Casi ciego, entre la gente común y corriente, viajando por el interior. ¿Qué le habrá dicho su madre a él? ¿Quién se habrá sentado a su lado y jamás lo supo? Una aventura para recordar, sin duda. No sé cuál sería su cachet, pero suena raro que no incluyera un pasaje de avión. Creo – sinceramente – que Borges salió ganando: ir al interior, a las provincias, solo, debe haber sido una suerte de desafío. Habrá soñado que aquel bus era casi como la calesa de “el general Quiroga va en coche al muere”.
Este panorama debería ser suficiente para mostrar las diferencias iniciales entre Borges y Bergoglio. Y lo digo porque hoy mucha gente prácticamente establece una contemporaneidad entre ambos, cuando en realidad los separaban casi cuatro décadas.
No es de extrañar el celo que Jorge Mario Bergoglio S.J. puso en esa tarea. Algo sumamente comprensible en cualquier profesor que hubiese tenido tal oportunidad. Pero lo suyo, como es habitual en él, no fue producto de un impulso o de una improvisación, sino de una metódica preparación. Nosotros, sus sufridos alumnos, ya hacía tiempo que veníamos lidiando con Borges, sus cuentos y sus poemas. Quizá fue ésta la carta ganadora. Borges lo dijo en varias oportunidades, y también a mí personalmente: lo que a él le había sorprendido, casi fascinado, era que adolescentes como nosotros hubiésemos leído tanto de su obra. No es de extrañar que Borges se diera cuenta de que, sólo con una guía sistemática y organizada, un grupo de jóvenes podía acceder a una lectura de este tipo. Creo que para él eso debió ser motivo de especial satisfacción, porque era previsible que lo leyeran, lo estudiaran y lo discutieran en ambientes académicos, pero que un puñado de alumnos de un colegio secundario del interior accediera a ese mundo, implicaba algo misterioso en la educación que recibían. Quizá esta experiencia podía, de alguna manera, acercar su literatura a la de Kipling, Stevenson u otros cuyos lectores no tenían límites de edad.
Sin duda durante la visita de Borges a Santa Fe ambos tuvieron más tiempo para el diálogo que en cualquier otro momento posterior. Después Bergoglio se ocuparía de cumplir el pedido de Borges, de reunir “algunos escritos de estos muchachos” para enviárselos y que se los leyeran. Días más tarde llegó el agradecimiento por las atenciones recibidas durante su estadía en Santa Fe y el inesperado pedido de “prologar ese libro”, un libro que sólo existía en la mente de Borges y para el cual escribiría – posiblemente – su prefacio más generoso: “Este prólogo no es solo para este libro, sino para cada una de las indefinidas series posibles de obras que los jóvenes aquí reunidos pueden redactar en el futuro”.
Pasó el tiempo. ¿Volvieron a encontrarse? Supongo que es posible, pero las circunstancias deben haber sido muy diferentes.
¿Se puede hablar de amistad entre Borges y Bergoglio? Es algo relativo. Depende del concepto de amistad que tenga cada uno. En un mundo donde el amiguismo es moneda corriente, el concepto de amistad parece devaluado. Borges tenía amigos públicamente conocidos y de cierta fama, pero eran pocos. Bergoglio tiene amigos poco conocidos y nosotros no somos famosos. Pero ambos los consideraron siempre un círculo acotado. ¿Quién podría determinar si en algún momento alguno incluyó al otro en el suyo? Es poco probable y por eso la idea de amistades entre ambos suena forzada. Lo que sin duda ocurrió – de lo contrario la relación nunca hubiese existido – es que los dos sintieron un especial respeto humano e intelectual por el otro. Un reconocimiento que es distinto a la amistad pero, al igual que ésta, implica el aprecio y la admiración.
Ahora, el mismo Papa Francisco ha pedido que se organice un “patio de los gentiles” en Buenos Aires en torno a la figura de Jorge Luis Borges. El pedido va más allá; no se trata de rescatar una figura que se agigantó con el tiempo ni de hacer elogios que se repiten en cada oportunidad. La idea del Papa es afirmar, como dice Borges en “Everness”, que “Sólo una cosa no hay. Es el olvido. Dios que salva el metal salva escoria”, una promesa borgeana cargada de esperanza para los pecadores.
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