La imagen que acompaña este artículo es el volante que a fines de septiembre circulaba en muchas ciudades de Honduras, sobre todo las que limitan con Guatemala y El Salvador, y empezando por San Pedro Sula, epicentro de la gran marcha hacia Estados Unidos de la que tanto se habla en estos días. Es un fenómeno que nació desde abajo, una iniciativa espontánea, animada y sumariamente organizada por numerosos jóvenes y activistas sociales, cuya palabra de orden era – y sigue siendo – muy clara y precisa, una verdadera denuncia social y política: “No nos vamos porque queremos. Nos expulsan la violencia y la pobreza”.
El volante de fines de septiembre proponía una cita para partir todos juntos: “Nos reuniremos en la Gran Terminal de San Pedro Sula el 12 de octubre a las 8 horas”, fecha muy significativa en el continente americano que celebra el “día de la raza” o aniversario del “descubrimiento” de América por Cristóbal Colón.
¿A quién estaba dirigido el volante? A una gran parte de la población hondureña, muy joven, dos generaciones sin futuro, irremediablemente aplastadas por la pobreza extrema y la falta de libertad, rehenes de clases gobernantes corruptas, mafiosas, al servicio indecente de los grandes capitales extranjeros. Generaciones que por otra parte están en manos de un gobierno ilegítimo, el gobierno del presidente Juan Orlando Hernández, que según las autoridades habría sido reelegido de manera irregular.
Es casi seguro, como dijo la Organización de Estados Americanos (OSA/OEA), que el resultado de las últimas elecciones – donde Hernández obtuvo 50.000 preferencias más que su adversario Salvador Nasralla – haya sido manipulado. A fines de 2017 la OEA pidió nuevas elecciones con control internacional, pero Hernández se proclamó igualmente ganador con el apoyo de los mismos poderes políticos, económicos y religiosos que hoy declaran estar consternados por las migraciones masivas que empobrecen el país. Por otra parte, esos poderes declaran también estar sorprendidos y entristecidos por lo que está ocurriendo en el pequeño país centroamericano, “porque en el pasado nunca se ha visto un fenómeno como este”. Sin embargo, no hay nada nuevo.
Todos los años, desde hace mucho tiempo, para protegerse y ayudarse recíprocamente, grupos de centroamericanos se ponen en marcha a pie hacia México o Estados Unidos, con la intención de cruzar las fronteras sin que los detengan, sobre todo en la de Estados Unidos. Raramente son más de 80, 100 como máximo, pero esta vez, hace pocas semanas, a la cita en la Gran Terminal de San Pedro Sula se presentaron miles; probablemente desde el comienzo eran ya tres o cuatro mil. Ahora son más de setenta mil.
Los migrantes se organizan en grupos para protegerse de los numerosos peligros del viaje: cárteles de la droga, traficantes de seres humanos, de armas, delincuentes feroces a la caza de dinero y de sexo. Actualmente hay miles de personas expuestas a violencias de todo tipo en esos “viajes de la esperanza”, y de muchos de ellos solo se han encontrado los cuerpos. Es lo que se llama “migrante MS”, muerto y sepultado, sin nombre. Generalmente alrededor de Semana Santa los grupos se organizan de una manera más concreta y metódica, y parten en esos días santos. Así nació la expresión “Vía Crucis del migrante”, que hace referencia a dos cosas: el dolor de partir, de caminar llevando a cuestas su propia cruz de exiliado y expulsado por el hambre y la violencia, y al mismo tiempo el pedido casi desesperado de ayuda y escucha, que siempre queda sin respuesta.
El tradicional “Vía Crucis del migrante” anual, el pasado mes de abril adquirió notoriedad internacional por una ráfaga de tweets del presidente Trump. Antes, ningún gobernante se había preocupado jamás, entre otras cosas porque la caravana, desde el punto de vista numérico, es muy variable. Muchas veces llegan unos pocos cientos a la frontera con Estados Unidos: un número considerable queda en México, otros vuelven a su país. En abril, Donald Trump lanzó numerosos tweets alarmistas y agresivos, hablando de “amenaza” e “invasión”, al mismo tiempo que incitaba a la opinión pública estadounidense a rechazar a los que pretendían ingresar “ilegalmente al país” (“¡Somos una gran Nación Soberana! ¡Tenemos Fronteras Fuertes y jamás aceptaremos a la gente que venga a nuestro País ilegalmente!”).
Ahora Trump volvió a la carga, sobre todo porque la cuestión de la caravana puede resultarle favorable en vistas de las elecciones de medio término a principios de noviembre. Desde hace días el titular de la Casa Blanca usa este tema con fines electorales y ya escribió decenas de mensajes. Como siempre, solo sirven para captar votos, exacerbando los ánimos del electorado en temas como la inmigración ilegal y la seguridad de las fronteras. Una conducta censurable que obviamente no toma en cuenta las verdaderas causas que dan origen a estos fenómenos.